AVISO Y TORRIJAS

Desde  hace cinco o seis años llegando esta fecha vuelvo a compartir un relato que escribí en su momento, un Viernes de Dolores. Este año, lo voy a hacer un día antes aprovechando también para avisar a todos los que pasáis por aquí de que me voy a tomar unas pequeñas vacaciones.

Exprimiendo al máximo las oportunidades que la vida ofrece, ya sean muchas o pocas, le he buscado la cara más positiva a mi vida actual, es por eso que durante esta semana, que son diez días, voy a vivir con total intensidad (y si el tiempo lo permite) todas y cada una de las experiencias de fervor, de fe y de arte que la calle me ofrezca. Creo que es  la primera vez en muchos años – incluso puede que sea la única vez – que voy a poder aprovechar la oportunidad de estar en el lugar adecuado, en el momento justo y con disponibilidad total.

Quizás algún día pase por aquí a «darle una vueltecita» a la escalera, que es la manera en la que en Andalucía decimos que vamos a echar un ojo y a comprobar si las cosas están bien y en orden. Voy a aprovechar para vivir las cosas y luego exprimirlas en forma de gotas. De quince en quince. Ya puedo decir que las emociones se me van desbordando. Yo no sé que voy a dejar para lo llega, para lo que entra.

El relato, que se llama «Torrijas», forma parte de mi tradición y aquí os la dejo…

TORRIJAS

– ¿Me da una bolsa de pan?, una voz muy suave, de una niña pequeña que apenas llegaba al mostrador de acero inoxidable de la rancia panadería, preguntó cantarina. Local de olor infinito y alicatado blanco, donde diferentes carteles de Hermandades, Triduos y festivales de Bandas, estaban pegados con grandes precintos. Una panadería con solera, la del pueblo, la de siempre.
– ¿Una bolsa de pan, bonita? , le respondió un panadero afable, Don Tomás, ¿tú no eres la nieta de doña Carmen?
– Sí señor, me manda mi abuela, me ha dicho que usted hoy ya tenía el pan para las torrijas
– Claro que si princesa, pero dile a la abuela que el pan es de hoy, que todavía no está asentado, todavía está demasiado blandito. ¿Lo entiendes?
– El pan está todavía blandito, respondió obediente. Es para el fin de semana, explicó, mi abuela dice que este año ya puedo ayudarle.
– ¿Este año ya haces tú las torrijas? ¿Pero…vas a freírlas tú?
– Noooooooooooooooo, contestó riéndose, pero puedo meterlas en la leche, y luego echarles el azúcar o la miel. A mí de miel no me gustan, explica graciosa.
Sale de la tienda la pequeña niña, entre los carros de compra de las distintas vecinas que se acercan despacio, al ritual diario del pan.
Al doblar la esquina empieza a correr, contenta, orgullosa, en una mano la bolsa con el pan y en la otra mano, muy apretado el dinero de la vuelta que le tiene que dar a su abuela, casi se va clavando alguna de las monedas pero lo aferra con fuerza y no deja de correr. Cuando llega a la puerta de casa de su abuela el corazón le late rápido, el sudor perla su frente y sonríe.
– ¡Abuela, abuela! Que ya estoy aquí, que ya tengo el pan, que dice don Tomás que todavía está blandito, he sido la primera abuela, estaban llegando todas las demás, pero yo he sido la primera en traer el pan.
La abuela sonríe, y abraza a su nieta que trae la mano estirada, sin abrir del todo, con el dinero de vuelta.
– Mi niña, van a ser las mejores torrijas del pueblo, ya verás como si, tendremos que llevarle torrijas a las vecinas, y al señor Cura
– ¿Y a don Tomás? Es que me ha dicho que soy muy pequeña y yo quiero que vea que soy capaz abuela.
– Bueno, a este paso o llevamos muy poquitas o no las probamos nosotras.
– Abuela, ¿podemos dejarlo todo preparado en la esquina de la cocina? ¿Puedo juntar el pan, con el azúcar, la canela…? Mientras enumeraba los ingredientes iba ocupando parte de la encimera de la limpia cocina de su abuela.
– Claro que si reina, además coge el lebrillo grande, el amarillo…ese…
A duras penas la niña tenía fuerza para moverlo por la cocina y tuvo que ponerse de puntillas para poder dejarlo al lado del pan.
– Ponlo también allí… y el perol pequeñito, y la espumadera grande… ya lo tenemos todo listo. El sábado acuérdate de venir temprano, verás como las hacemos rápido y si te portas bien te dejo que te comas una calentita, que son como más me gustan a mí.
– ¿También se comen calientes?
– No deberíamos….pero templaditas puede que si…luego, por la tarde iremos a Misa, ya sabes que ya está aquí la Semana Santa, cariño, y le llevaremos unas poquitas al señor Cura.
– ¿Qué hacemos ahora abuela?
– Vamos a plancharte las ropas, ¿te ha comprado mami ya el capirote? Tienes que saber que este traje de nazarena que vas a llevar lo llevó también tu madre, que aún algunas gotas de cera no se fueron y que ella lo llevaba muy orgullosa. La medalla que quiero que lleves es la mía tesoro.
– Sí abuela, iré todo el recorrido calladita, como me has dicho, rezando y orgullosa de llevar lo que fue de mi mamá. Pero ella sale de mantilla… ¿alguien estará conmigo?
– Cariño, no hace falta, vas con la Hermandad, los conoces a casi todos, muchos de tus amigos irán en la fila contigo. Ya eres mayor. Ahora corre a tu casa que tu madre estará preocupada.
La niña le dio un achuchón a su abuela a duras penas le llegaba al lazo del delantal y salió otra vez corriendo, saltando los escalones de la entrada de la casa.
Llegó a su casa sin parar de contar los días que quedaban para el sábado, tampoco era tanto tiempo, pero cuando se es tan pequeña el tiempo es eterno, largo, frondoso. No son dos días, son dos eternidades.
– Mamá, la abuela ha puesto ya encima de la cama chica mi ropa, bueno, la tuya, de nazarena, ya tengo al laíto la medalla de la abuela y he puesto en una esquinita de la encimera de la cocina todo lo que me hace falta para las torrijas.
Su madre sonreía, se estaba viendo a sí misma, el primer día que se preparó para salir.
– No sé como tu abuela tiene ganas de todos estos trotes que tú le das. Anda, déjame pasar que llevo la mantilla para que se oree.
La niña miró con ojos brillantes esa mantilla negra, larga, que su madre llevaba con mimo.
– ¿Y cuándo me puedo vestir yo mami?
– ¿De mantilla?
– Es que me gusta, es muy bonita y tú te pones muy guapa.
– Cariño, las tradiciones dicen que hasta que no seas mayor, por lo menos dieciocho años no deberías de vestirte. Salir de nazarena es muy importante, y tienes que comportarte.
– Que siiiiiii…
Los días pasaron, sólo eran dos, no había nadie en el pueblo que no supiera que ella iba a hacer torrijas.
Amaneció el sábado, un día soleado, algo frío, la niña se levantó de un salto, y pegó un grito
– Mamá ¿ya es sábado? …¿mamá?
La niña se puso las zapatillas casi por el pasillo, le extrañó que su madre no le contestara, no era tan temprano, había salido ya el sol, y su madre nunca se quedaba dormida hasta tan tarde. Fue corriendo hasta la cocina. En la cocina estaba su padre, serio, delante de un café.
– Papi… ¿dónde está mamá?
Su padre le miró, era un hombre de pocas palabras pero muy cariñoso, abrió los brazos invitándole al abrazo.
La niña lentamente, asustada, con cara de extrañeza se acercó a su padre.
-¿Qué pasa papi?
– Tú eres una niña mayor
– Claro papi, voy a hacer torrijas
Su padre suspiró, tomó aire.
– Cariño, mamá está con la abuela.
– ¿Se han ido sin mi?
– Cariño, la abuela se ha puesto malita…
La niña se quedó muda, blanca, con la boca abierta
– No pasa nada papá, las hacemos otro día…
– Cariño la abuela se ha ido con el Niño Jesús.
– No papá, no, no sé hacer torrijas…papá, quiero ir con mamá, papá…la abuela no se ha ido…
La niña comenzó a llorar, con mucha pena, sin hacer apenas ruido, destrozando aún más a su padre.
Llegó la Semana Santa y la niña no aprendió a hacer torrijas, y ese año, Nuestra Señora llevó un lazo negro en el varal de las bambalinas. Pero la niña salió son su Cofradía, agarrada a la medalla de su abuela.

COMPÁS

Esta mañana se me ha metido el compás en el cuerpo. Eso significa que hasta sentada se me van las manos al cielo, y aquello de coger la manzana, comérsela y tirarla, con lo que se le enseñaba a las niñas a moverlas de manera flamenca, eso que no es más que enredar el aire entre los dedos y éste en la música, es la forma en la que me enfrento a escribir. Sigo el ritmo «palilleando» con los dedos y hago palmas sordas, arrastrando una mano sobre otra cuando lo manda el momento, que lo manda. Y hay instantes en los que la mesa se me vuelve lugar para provocar el eco, con los nudillos, de la voz que me acompaña en el reproductor de música.

Es difícil escribir así, porque voy haciendo paraítas -más que el circular- porque me alejo del teclado y se me mueven los hombros, y sonrío. Lo sé porque me veo en un tenue reflejo de la pantalla y porque al poquito rato hasta noto florecer las arrugas de la sonrisa alrededor de los ojos. Ya habrá cremas que arreglen el desperfecto y si no, a lucirlas con dignidad que las señales de la risa siempre serán mejor que los surcos de las lágrimas. Y estoy segura de que estoy mirando de lejos a un alguien que no me ve, pero me intuye.

La música puede ahondar dentro de los estados de ánimos y hasta cambiarlos. El flamenco, en todas sus variantes, puede lacerarte el alma o llenarte de alegría, yo estoy votando por lo último para que me acompañe en el sol que entra por la ventana e ilumina mis macetas y para aprovechar que el viento vaya meciendo los volantes que imagino y me desordene los rizos.  Así que me muevo entre bulerías y alegrías, fandangos y seguiriyas.

Yo no quería seguir el sendero de mi tierra porque entiendo que los que me leéis no siempre os gustará saber lo que me late por dentro si tienen que ver con el sitio donde nací y el lugar donde vivo. El mundo es tan grande…Yo  soy más que el sur, pero sobre todo lo soy, y me veo en  la dualidad de seguir por este camino si el día me lo pide, o dejar a un lado lo que siento y lo que me hace sentir porque dos días seguidos es demasiado andalucismo para los que no sois de aquí o no os late igual. Hoy me he lanzado a la redundancia.

Aprovecho para mandar un besito muy grande a quien  me lee a diario desde Noruega.

Reconozco que no sé nada de flamenco, creo que a  penas distingo alguno de los palos, pero entiendo lo que me gusta y lo que me nace por dentro, lo que me da alegría o pellizco. Entiendo que a Lola Flores se le pusieran en pie sin entender absolutamente nada de lo que estaban viendo, comprendo que sin saber nada ni distinguir purezas de sangre flamenca se ponga la piel de gallina cuando la guitarra de Paco Lucía entra en escena o roza el quejío Camarón o el Chano Lobato. Por eso puedo pegarme el lujo de estar flamenca, de llevar el compás y de repetir pasos de sevillanas callejeras  y aljarafeñas cuando plancho, por ejemplo. O de limpiar cantando copla, que parece que así se quedan los cristales más limpios.

Prefiero ser sincera y contar que estoy bailando rumbitas mientras escribo para que lo sumen con compás a las quince gotas…

¡NIÑA!

«¡Qué flamenca eres, niña, qué andaluza!»

Pocas cosas más bonitas me pueden decir y lo saben. Yo tengo el pulso lleno de tradiciones entre la vida moderna, que no lo escondo ni me avergüenzo, que hasta roneo contenta si alguien en un despiste suelta un «¡niña!» a esta sutil manera que tienen los andaluces de no ponerle ni fecha a una infancia que, a veces, redondea la centena. Sí, no lo exagero, aunque también pudiera, que para eso yo he nacido donde la hipérbole cuenta como parte de la vida, de las palabras y la entrega. Aquí las niñas tienen la edad que quieran y los chaveas y los chiquillos y hasta las madres morenas son niñas madres de niñas que a poco que se despisten, son niñas también sus abuelas. Todo es un contrasentido, pero aquí ni se reniega. Ni se explica.

Quien quiera entender, que entienda.

Qué me gustan las palabras que se cuelan por las calles de mi tierra, las que no existen más allá de esta parte del mundo, las que tienen un significado distinto al que cualquiera en otro lugar pudiera darle, las que se pronuncian mezclando eses, con ces, con zetas, y si hace falta se le añade un diminutivo o se le quitan las letras. Qué bonitas las palabras usadas de cotidianas maneras, sin forzarlas, sin posturas, porque salen con la grandeza que para otros es la risa, el cachondeo, la ofensa. A mí me da igual, yo las utilizo porque me gustan y me nacen de esta forma, que de otra también sé, pero no me hace falta, ni creo que no se me entienda.

Términos que son principios, porque son como la tierra, como la moral, la espuma de las olas marineras, valores que se publican entre las bocas morenas, o las sonrisas blanquitas que la mezcla ya es de nosotros la sal, el compás, la carcajada sincera. Palabras nuestras que según donde te encuentres también cambian de manera, lo que tobogán se llama, también resbalaera, resbaleta, chorreaera… ¿Es que debo de esconderme por hablar a mi manera?, si no impongo, ni castigo, ni hay real decreto que me obligue a cecear o a comerme las eses, las des, o a aspirar las haches según me nazca la retahíla de letras.

Conceptos que atracan en los barquitos de pesca, entre campos de olivicos, entre azahares, fogones, mercados, y manos viejas… y de cada tradición. Éstas son importantes porque quedan muchas, cientos de miles, exagero otra vez… sin pegas. Si no tienes perjuicios que te nublen la sesera, puedes aprovechar su ganancia eterna, firme y plena, como arte, como fiesta, como palabras y como un sentir que te atrapa a poco que te dejes de querer por sus maneras.

Ahora es tiempo de pregones, de anunciar lo que se acerca, de atriles y de carteles, de poesías entregadas con fe, pasión, y cierta coquetería que con el andaluz ronea. Tiempo como lo fue hasta hace nada de poesía callejera al compás del pasodoble, del tanguillo y las cuartetas. Luego vendrán más palabras coreadas y flamencas, con palmas por sevillanas, con romerías y ferias. Y llegarán los ocasos en las rocas y en las piedras, los amaneceres rubios en la doradita arena, y las tardes de paseo, los abanicos, los búcaros, la sombra pa quien la quiera, y todo con sus palabras propias, ricas, llenas.

Yo no sé lo que me pasa cuando llega primavera, pero me crecen conceptos como flores naranjeras, y me nace la alegría de cascabel de carreta, de charrés, entre crujir de varales, de racheos y revirás, de cirios, volantes, albero, de campanas y cornetas. Todo eso me va llevando por estrechas callejuelas a  rejas con flores frescas aposentás en macetas, como si fueran presagios de palabras de mi tierra, de las que yo nunca huí y ahora rescato contenta.

Será -y será pronto- porque espero la saeta, la llamada costalera, las viandas recitadas en mostradores y mesas, el piropo al sol, la rociá, las alpargatas, la estera… Será porque espero un «¡niña, tú si que andas flamenca!»

ESPERANZA

Cómo va pasando el tiempo y a la vez que eterno me parece, qué lento. La paradoja del tiempo que no se acaba. Sin embargo, hace casi una luna que fui a verte por primera vez, y tú y yo conocemos encuentros secretos. No sé si tú lo habrás contado, pero me consta que asumes los dolores ajenos como propios y desde el consuelo que entregas, guardas silencio.

Sabía de ti por otros labios, pero nunca te había tenido cerca. Sé que te había encontrado en alguna ocasión y sin embargo no presté toda la atención que merecías, por eso no las cuento. A veces la osadía va envuelta en despistes sin maldad, en desconocimiento. Me arrepiento desde la tranquilidad de haber puesto remedio. Así es más fácil sentir remordimientos. Espero que no me lo tengas en cuenta.

Lo sabes, lo sé, en realidad no es nuevo, sólo diferente y en esa particularidad quería deleitarme. Te conocía por otros nombres, y hasta dentro del mismo nombre, me eras familiar en otros rostros, sin embargo deseaba conocerte. Quería llegar sin soberbias ni perjuicios primeros a tu lado, pero sin perder un ápice la curiosidad. Soy curiosa.

Esa primera vez -me gusta recordarla-, me costó mirarte a los ojos, de repente me sentí muy pequeña a tu lado, y era tal la fuerza de tu mirada que conseguiste levantar los míos y al encontrarnos, me olvidé de mí. Me faltó el aire. Frases aprendidas en la niñez cruzaron mi mente y las repetí en silencio, y de mi pecho nació un ruego sin egoísmos y el agradecimiento sincero por disfrutar de ese momento.

No sólo creo haber merecido un regalo, es que además llegaste en un momento de mi vida en el que te necesitaba más que nunca y viniste a mi encuentro de esta manera. No creo en casualidades ni en el destino. Creo en personas buenas que ayudan, buscan consolar y, a veces, dan su apoyo en forma de abrazos y besos. Buenas personas que te tienden la mano, y sin soltarte ni dejarte caer, te llevan a lugares redentores. A mí me llevó a tu lado.

No te miento, hay otros lugares, es cierto, otros ojos que me dan paz, pero en el fondo también están ahí los tuyos. Mi alma ha añadido tu rostro a aquellos que evoco entre mis miedos para encontrar consuelo, en los que pienso para dar las gracias, en los que busco protección buscando la dulzura del llanto. Ya eres parte de mí y te siento muy dentro, sin excesos ni golpes de pecho, de nuevas y aprendiendo a quererte, despacito, sin miedo.

Ahora te tengo presente, miras como duermo, compartimos lágrimas y te hablo en la soledad de mi dormitorio, la mayoría de las veces sin palabras, no hacen falta porque lees en mí como en un libro abierto. Sabes que me desahogo sin olvidar que, en el fondo, soy una afortunada, y me arrepiento ante ti cuando me dejo llevar por la negrura de los pensamientos que me privan de las alegrías y las sonrisas, mientras tú, silente y pausada, vas guiando mis pasos.

Los días seguirán pasando y espero tenerte otra vez cerca para poder agradecerte todo lo bueno que has traído a mi vida, eso que los demás desconocen pero que tanta falta me hacía y que estoy convencida que tú me has procurado haciendo que fuera a tu lado. Quiero que corra el tiempo para pedirte con humildad que no me sueltes de la mano mientras te veo engalanada y reina, para que sigas a mi lado, para que no me falte Esperanza.

AVANCE

Yo hoy no quería escribir nada de esto. Ayer fue el cumpleaños del blog y  prefería algo alegre, feliz, nada cotidiano, y prometo hacerlo a lo largo del día. Pero me queman las palabras entre los dedos. Consideren, si quieren un avance  improvisado de las gotas de verdad.

España mira a Andalucía, incrédula, hastiada y con cierta superioridad. El día después de unas elecciones al Parlamento Andaluz el resto de los españoles mueve la cabeza con desesperación y sin comprender como un partido político que está siendo imputado por irregularidades y robos a gran escala, vuelve a ganar las elecciones. Sin mayoría absoluta. Se miran los resultados con lupa, se suman votos y se establecen porcentajes. Y vuelven a negar con la cabeza. Algunos se ríen de los andaluces, con más o menos gracia.

La verdad sólo tiene un nombre, Susana Díaz, que ahora legitimada por las urnas es quien decide lo que va a ser de nosotros los próximos cuatro años… También se puede comprobar que la Andalucía que vota es de izquierdas y lo ha sido siempre. Clientelismo, ideología, demérito de otros partidos, o todo junto.

Los andaluces han votado. Igual que lo hicieron los catalanes a un partido que les vende naciones y les roba por la vía andorrana. Los valencianos votaron en medio de una espiral de crisis y de imputaciones. Los madrileños votaran pronto. Al final sólo es cuestión de democracia, de ejercer el derecho al voto (y al no voto) y asumir las consecuencias de lo que quiere la mayoría. No hay más lecturas.

Pero Andalucía es también la tierra que me llena de luz y por la que estoy dispuesta a pelear, lo que pueda, más de lo que me dejen. Y voy a defenderla siempre por mucho que a veces tenga ganas de volverme contra ella y regañarle, aunque me entren ganas de enfrentarme y hasta darle un buen sopapo. Como una hija rebelde, como una madre cansada, como se sufre por quien se quiere. Porque es la que me late al compás del corazón. Sin extremismos, sin naciones, sin fronteras.

Hay también otra Andalucía, la de diario, la que cubre balcones de flores y lleva niños a la escuela. La que comparte, entre ideas políticas contrarias, alegrías, pasiones, penas… Al final, pese a que forme parte de nuestra vida, aunque condicione cada uno de los paso que damos como sociedad, la política no deja de ser un mal sueño que ensucia más que eleva.

Por eso dejo este adelanto en busca de algo que me llene, que deje de ser pragmático y elocuente, que me satisfaga y sea lo que creo que merece mi blog…y hasta mi tierra.