¡NIÑA!

«¡Qué flamenca eres, niña, qué andaluza!»

Pocas cosas más bonitas me pueden decir y lo saben. Yo tengo el pulso lleno de tradiciones entre la vida moderna, que no lo escondo ni me avergüenzo, que hasta roneo contenta si alguien en un despiste suelta un «¡niña!» a esta sutil manera que tienen los andaluces de no ponerle ni fecha a una infancia que, a veces, redondea la centena. Sí, no lo exagero, aunque también pudiera, que para eso yo he nacido donde la hipérbole cuenta como parte de la vida, de las palabras y la entrega. Aquí las niñas tienen la edad que quieran y los chaveas y los chiquillos y hasta las madres morenas son niñas madres de niñas que a poco que se despisten, son niñas también sus abuelas. Todo es un contrasentido, pero aquí ni se reniega. Ni se explica.

Quien quiera entender, que entienda.

Qué me gustan las palabras que se cuelan por las calles de mi tierra, las que no existen más allá de esta parte del mundo, las que tienen un significado distinto al que cualquiera en otro lugar pudiera darle, las que se pronuncian mezclando eses, con ces, con zetas, y si hace falta se le añade un diminutivo o se le quitan las letras. Qué bonitas las palabras usadas de cotidianas maneras, sin forzarlas, sin posturas, porque salen con la grandeza que para otros es la risa, el cachondeo, la ofensa. A mí me da igual, yo las utilizo porque me gustan y me nacen de esta forma, que de otra también sé, pero no me hace falta, ni creo que no se me entienda.

Términos que son principios, porque son como la tierra, como la moral, la espuma de las olas marineras, valores que se publican entre las bocas morenas, o las sonrisas blanquitas que la mezcla ya es de nosotros la sal, el compás, la carcajada sincera. Palabras nuestras que según donde te encuentres también cambian de manera, lo que tobogán se llama, también resbalaera, resbaleta, chorreaera… ¿Es que debo de esconderme por hablar a mi manera?, si no impongo, ni castigo, ni hay real decreto que me obligue a cecear o a comerme las eses, las des, o a aspirar las haches según me nazca la retahíla de letras.

Conceptos que atracan en los barquitos de pesca, entre campos de olivicos, entre azahares, fogones, mercados, y manos viejas… y de cada tradición. Éstas son importantes porque quedan muchas, cientos de miles, exagero otra vez… sin pegas. Si no tienes perjuicios que te nublen la sesera, puedes aprovechar su ganancia eterna, firme y plena, como arte, como fiesta, como palabras y como un sentir que te atrapa a poco que te dejes de querer por sus maneras.

Ahora es tiempo de pregones, de anunciar lo que se acerca, de atriles y de carteles, de poesías entregadas con fe, pasión, y cierta coquetería que con el andaluz ronea. Tiempo como lo fue hasta hace nada de poesía callejera al compás del pasodoble, del tanguillo y las cuartetas. Luego vendrán más palabras coreadas y flamencas, con palmas por sevillanas, con romerías y ferias. Y llegarán los ocasos en las rocas y en las piedras, los amaneceres rubios en la doradita arena, y las tardes de paseo, los abanicos, los búcaros, la sombra pa quien la quiera, y todo con sus palabras propias, ricas, llenas.

Yo no sé lo que me pasa cuando llega primavera, pero me crecen conceptos como flores naranjeras, y me nace la alegría de cascabel de carreta, de charrés, entre crujir de varales, de racheos y revirás, de cirios, volantes, albero, de campanas y cornetas. Todo eso me va llevando por estrechas callejuelas a  rejas con flores frescas aposentás en macetas, como si fueran presagios de palabras de mi tierra, de las que yo nunca huí y ahora rescato contenta.

Será -y será pronto- porque espero la saeta, la llamada costalera, las viandas recitadas en mostradores y mesas, el piropo al sol, la rociá, las alpargatas, la estera… Será porque espero un «¡niña, tú si que andas flamenca!»

8 comentarios en “¡NIÑA!

  1. Qué me gusta todo lo que escribes, Ro. Y que antes o después tú me enseñas la Semana Santa en Sevilla lo saben en Tombuctú. Eso es así.

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