No sé si es el sabor metálico a sangre o a indiferencia la que se me aferra al paladar.
No sé si sólo sé que el silencio es el eco que más me aterra.
No sé si los marcados peldaños me arañan la piel que bordea al sentimiento.
No sé si la subida alegre se convierte en accidental bajada, rodando hacia la muerte emotiva.
No sé si por una vez una escalera que siempre me llenaba de suspiros felices, se convierte en alientos amargos.
No sé si bajar la subida.
No sé si paralizarme al comienzo.
No sé si llegar al final para huir sin amagos por el negro.
No sé… es lo cierto. No sé.
Y si en realidad sólo es una manera difícil de llegar a ser feliz?
Mes: febrero 2015
MI PARAÍSO
Un año más llega el día de mi Realidad Nacional, que supongo que va con mayúsculas porque ahora que caigo no sé como está escrito en el nuevo Estatuto de Andalucía, ese que no fueron a votar ni los que tenían interés en cambiarlo. Otra vez el Día de Andalucía, otro veintiocho de febrero, cuando teníamos que estar celebrando por lógica el cuatro de diciembre, pero así se hacen las cosas en esta tierra mía. Y me gusta dejar aquí patente que es mi día porque nací de Despeñaperros para abajo, que he vivido en muchas de sus provincias y las he visitado con asiduidad todas, y me gusta el rincón del mundo donde me tocó crecer. No reniego, no me avergüenzo, más bien al contrario.
Yo soy sureña, con el orgullo liviano que llevan implícitas esas letras, reivindico mi tierra sin rasgarme vestiduras. Me gusta lo mío, pero jamás va en detrimento de lo de los demás. Soy una andaluza que sin nacionalismos, sin histerias, conservo mis tradiciones y asumo las de los demás y en ocasiones las hago mía, que así crecen los pueblos, mezclándose, aprendiendo, sin imposiciones. Porque además esta tierra echó andar hace muchos siglos a base de pueblos que se enamoraban de este rincón y dejaban su impronta, radicalizarnos ahora sería ridículo y tampoco creo que nos nazca.
Reconozco que muero en un compás de palmas, en una calle estrechita, en un llamador de un paso de palio, en un traje lleno de volantes, en el salitre de mis playas, en un pito de carnaval gaditano, en una puesta de sol. Mi sol, mi energía, mi fuerza. Es cierto que revivo en unas paredes blancas con rejas negras, pisando albero, en unas hojas de plata de olivo brillando en el sopor de la tarde, en uno de nuestros muchos acentos, en una flor en el pelo. Es verdad que se me van las manos flamencas a poco que una guitarra decida rasgar el silencio, que las sevillanas las bailo en cualquier momento del año aunque las prefiera en las arenas rocieras, y que cuando cocino tengo más de andalusí que de celta. Para que voy a mentir si oigo un repique de campanas o veo un farolillo y se me ilumina la cara, no entiendo que tenga que disimular mis afectos, mis amores, mis pasiones.
Y, sobre todo, también aplaudo al andaluz que se esfuerza, que no tiene esas tan cacareadas subvenciones que siempre le llegan a los mismos, y levanta persianas en sus negocios a base de huevos. Al que acoge a los que llegan a esta bendita tierra sin mirar ocho apellidos, rh, o la limpieza de sangre. Me emociona el que se queda empujando por esta tierra que tanto queremos y que a veces se nos desangra, y lo hace buscando los mayores avances tecnológicos sabiendo que la tradición no está reñida con el progreso. Y al que tiene que marcharse y nos apoya en silencio o nos defiende, y pone su granito de arena cuando vuelve aunque sea de vacaciones. Y al que no es andaluz y apuesta por nosotros saltándose todos los estereotipos que nos condenan.
Y el arte. No puedo remediar emocionarme con el arte de mi tierra, con el humano, con el que late en los pulsos de la gente, no me gusta llamarle duende, quizás porque lo han utilizado mal en demasiadas ocasiones. Que el otro arte también está muy bien, y de todos es sabido mi pasión por la Alhambra, por la Giralda, y por muchos rincones que no tienen tanta fama y no merecen menos halagos, pero me gusta el inmaterial, el de las frases hechas cubiertas de dobles sentidos, el de las palabras hiladas en labios sureños, rápidos y dulces, utilizando esos conceptos tan irreconocibles fuera, esas cosas tan nuestras. Me gusta conocer la música y las letras de unos aventajados que no sé si por humildad o por falta de oportunidad, no se les conoce tanto como se merecían. Y autores de teatro maravillosos. E imagineros, pintores, fotógrafos, orfebres…
Supongo que todas las tierras tienen lo suyo y por poco que la sintamos, llevamos mucho implícito. Aquí se ve en los bares, en las fiestas, y en la manera de ser, la nuestra es la de reírnos de nosotros mismos, de disfrutar mucho de la vida, quizás ayudados por el clima, y desde ahí ser un pueblo trabajador y sufrido.
Permítanme romper una lanza por los míos, sin políticas ni ombliguismos, por una vez…déjenme decirles que Andalucía es mi paraíso.
AMOR A ESTRENAR
Quizás porque tengo toda esa edad en la mirada que no corresponde con la cronológica, como me decía Alvite. A lo mejor porque soy más vieja de lo que dice mi documento nacional de identidad. Puede que porque siempre me dediqué a mirar para conocer y a reflexionar para empatizar. Y seguro que por todas las razones juntas, y sin más mérito que el de ser así por nacimiento, al cabo del tiempo aprendí que la mejor manera de querer a alguien no es aceptarlo con sus defectos y sus virtudes, tampoco es cuestión de conocer al dedillo su pasado para saber quien es, no es necesario, incluso puede ser perjudicial. Asumiendo que el respeto es imprescindible hasta para los desconocidos, cuanto más para los que hacemos nuestros, lo que de verdad ayuda a querer -incluso a amar- a alguien, es considerar que nacen el día que los conocemos.
El kilómetro cero del amor no tiene que tener retrovisores, de ellos sólo nacen las preguntas, los celos, los remordimientos, el desasosiego. Da igual lo seguro que estés, lo enamorado que veas al contrario, surge la inquietud donde menos te lo esperas. Y de ahí solo puede germinar el desamor. Sí, es innegable que a más edad, más recorrido vital y sentimental, pero para qué rebuscar en historias perdidas. Es mejor empezar sin nada en la espalda, sabiendo o intuyendo que hubo otros suspiros, otros besos, otros abrazos, otras lágrimas pero sin necesidad de hurgar en ellos.
Me gusta pensar que cuando nace un querer, los ojos que miran de frente, con la impunidad que otorgan los sentimientos, lo hacen por primera vez, con la mirada a estrenar, porque sin duda, enamorados o no, es esa la primera vez que se encuentran las dos personas, y entonces, se desprecintan las sonrisas que llevan toda una vida esperando a ser enmarcadas. Es todo tan nuevo… Qué importa si antes sonrió feliz frente a otro rostro, qué más da si hubo besos que le ensancharon el alma hasta hacerle estremecer y perder la cabeza llenando su vida de locuras y de remolinos en el estómago, todo eso le pertenece a otra persona y a la que está frente a una nueva oportunidad.
A lo mejor quedan cicatrices, pero eso no es más que piel curada, y si no importan las físicas tampoco deben importar las sentimentales. Están ahí, forman parte de la persona, como el color de ojos, como la manera de andar. Como mucho puede gustar acariciarlas, con suavidad, de manera distraída, porque justo ahí -donde ya no duele- es bonito deslizar la yema de los dedos, sin dar más importancia que el de un tacto diferente.
Reconozco que me apena ver que dos personas que se han querido dejan de hacerlo, no es bonito que se rompa nada. Aunque en ocasiones sea la mejor opción, y hasta alivie.Entiendo que una vez se termina una relación hay que pasar por el duelo (o por la cicatrización) pero aunque esté mal visto decirlo, siempre pienso que tienen la oportunidad de empezar otra vez, de encontrar esa persona que vuelve a ilusionar, de estrenar sentimientos, besos, caricias, maneras nuevas de amar o de ser amado, y eso es tan bonito…que si fuésemos más conscientes, los envidiaríamos…
EN CONFESIÓN
Falta apenas un mes para que estemos de cumpleaños en el blog. No tengo muy claro como puedo celebrarlo (acepto ideas) ni sé si debería hacerlo. Sopeso los pros y los contra para no llegar a ninguna conclusión válida. Nada nuevo.
Durante los casi tres años que llevan las gotas deslizándose por la escalera, desde sus inicios esporádicos hasta su cuasi diaria continuidad, he juntado letras en textos, sin orden, guión o concierto. He inventado historias, se ha entremetido la actualidad y sobre todo he hablado de mí en primera persona y sin tapujos.
Hace unos meses me preguntó alguien si no me daba miedo exponerme publicamente. Me quedé sorprendida. No lo había pensado. En cada faceta de mi vida soy yo, sin dobleces, sin recovecos, transparente para lo bueno y para lo malo. Por qué era necesario esconderse, para qué guardar parte de mí, con qué propósito, ni supe contestar entonces, ni lo sé ahora. Lo fascinante, en todo caso, es que alguien quiera leer lo que siento o lo que soy, pero para mí, estas gotas son el diván del psiquiatra, el confesionario de la Catedral, el amigo que me escucha y en ocasiones, pura diversión.
He comentado sin pudor, es cierto, mis miedos, mis traumas, mis fracasos, pero también mis alegrías, mis victorias, mi superación. Me he sentado en uno de los peldaños a vaciarme, como si le contara a la portera mi día a día. Reivindico desde aquí a esa noble profesión que está desapareciendo. Los porteros, los barman, y los peluqueros han hecho por el psicoanálisis más que los argentinos.
En este tiempo he dejado patente mi falta de autoestima, mínima, inexistente, lo he hecho como si mi problema fuera la psoriasis, la ceguera o si estuviera luchando contra el cáncer, por la misma razón, para normalizar una «enfermedad». Conocer el problema y haberlo batallado -sin éxito- es tan real como quien espera tratamiento efectivo para la diabetes, convives con el problema, lo aceptas, lo llevas con comodidad en el día a día, pero esperas que un día desaparezca. Los problemas de carácter psicológico o mental son tan reales como los físicos y tampoco hay que esconderse. Yo aquí no lo he hecho.
Creo, puedo equivocarme, pero me baso en mi experiencia, que por mucho que los demás lo intenten, por mucho que el médico esté evaluando y mandando pastillitas, por inteligente que seas…si quieres machacarte, siempre encontrarás una oportunidad.
Por poner un ejemplo…si alguien me dice que un día estoy muy guapa, mi cabeza procesa o que son caritativos o que se están riendo se mí, luego me doy cuenta y «me regaño», pero por supuesto no lo puedo asimilar como cierto, aunque lo agradezca como tal. Sufro con los halagos.
Todo esto viene a que ayer, por primera vez en mis casi cuarenta años, cuando me dijeron algo que me molestó, algo nimio pero que me pareció de muy mal estilo, pensé: «a ver quién se ha creído, yo valgo mucho para que me traten así». Sonó tan raro, tan nuevo, tan distinto, en mi cabeza que hasta me temblaron las piernas. Lo prometo. Luego me pregunté si no había sido demasiado soberbia al pensar así, hasta se me saltaron las lágrimas, pero creo que no, que fui justa, hay comportamientos que aunque tontos, no deben asumirse. No dije nada, no sé si lo diré, pero por primera vez pensé bien de mí.
No sé si es un pequeño paso, un click en mi cabeza, una casualidad, un hecho aislado, o el comienzo de «curarme» y de volverme normal, pero me sentí orgullosa de haber tenido ese pensamiento, no es mucho, pero para mí es importante.
Y como os lo cuento todo, como no escondo nada, no podía dejar pasar las 15 gotas de hoy sin comentarlo, sé que os alegráis por mí…y yo os lo agradezco tanto…
RUBÉN
«Sicilia…años veinte…» Decía Sophia, la adorable anciana de aquella telecomedia de sofá que eran Las chicas de oro, las de verdad, no lo que luego se intentó españolizar, creo que con éxito nulo. Cuando Sophia empezaba así una historia es que se removían en su interior los más adorables e increíbles pasajes de su vida en Italia o la de sus padres.
Hay veces que a mí se me inquietan recuerdos y cuando voy a contarlos, me visualizo como ella. Sé que no es muy normal, pero algún cable tengo que no hace bien el contacto y ya no estoy en garantía. La cuestión es que me veo en aquel sillón, con el pelo cardado y endurecido a base de laca (Nelly, por supuesto) y el bolso agarrado firme en las rodillas. A veces, me espanta tanto la visión que surge una especie de exorcismo y desaparece el pasado que se quiso contemporaneizar.
Hoy no se ha ido, he recordado cuando el internet era cosa de algunos hogares en los que maldecías que sonara el teléfono porque te hacían caer de la red y donde piratear era cuestión de voluntad y tesón teniendo en cuenta la velocidad de bajada. Eran tiempos de letras de colores en IRC y despuntaba a duras penas el Messenger. Desde aquí aprovecho para reivindicar mi odio infinito al que añadió los emoticonos y/o emojis a nuestra vida. Y si eran imprescindibles, que lo dudo, con la flamenca teníamos bastante.
Por aquél entonces yo era una madre jovencísima con una niña de un año. Las circunstancias familiares hacían de mí una mujer trabajadora que amanecía muy temprano y que se acostaba muy tarde, «soltera» de lunes a viernes, mi vida era una espiral continua. Caía en la cama a modo piedra. Pero durante unos meses, todos los días, entre las dos y las tres de la mañana, sonaba mi teléfono. Y lo más llamativo era que hasta lo oía. Yo me levantaba corriendo para que no se despertara la niña, iba al salón, descolgaba y entonces: «Rubén, soy tu padre», no sonaba como Darth Vader pero sí como el más borracho de la ciudad. «Oiga, yo no soy Rubén, aquí no vive ningún Rubén»… Según la borrachera, me confundía con su exmujer y madre de Rubén y me ponía de vuelta y media, con una rotundidad de insulto tejido a la velocidad del rayo, o pensaba que era el mismísimo Rubén y me pedía perdón. El padre de Rubén era impertérrito.
Le podía perdonar hasta que me despertara, pero mi voz no es masculina, eso sí era un insulto.
Le dije de todo, le amenacé, intenté -sin éxito- que Telefónica prohibiera la entrada de esas llamadas, pero resultó que nunca llamaba desde el mismo número, le escuché toda la dramática historia y al final me decidí a preguntar… Mi labor como investigadora privada fue excelente. El CNI no sabe no que ha perdido. Conseguí un puñado de datos y pese a que Google no era ni sombra de lo que es, encontré a Rubén.
No os podéis imaginar la emoción del momento. Marqué el teléfono, de mi misma ciudad, con dedos temblorosos, ni si quiera vivíamos muy lejos y entonces, al explicar que desde Cataluña me llamaba un señor preguntando por Rubén, una señora (aquella con la que me confundían) tuvo un ataque de histeria. Jamás pensé que fuera por algo tan serio, supongo que el trasfondo era duro, tuvo mi número de teléfono pero lo cambió porque la localizaron y yo heredé la numeración y al padre de Rubén. Se negó a ayudarme.
Sólo cuando coincidió la llamada con que estuviera Dani en casa y perdonara al padre de Rubén como si fuera éste paró el suplicio nocturno.
Muchas veces pienso en ese hombre, igual descansó del tormento de sus remordimientos, a lo mejor en muy cabrón era un maltratador que no se merecía mi compasión, a lo mejor encontró físicamente a Rubén, puede que la cirrosis hiciera estragos, pero por lo menos a mí no me llama más… también es cierto que yo cambié de teléfono…igual ahora sigue llamando entre efluvios alcohólicos en la madrugada buscando a Rubén.