UN BRINDIS AL AIRE

Asun se dejó caer en un sofá inerte, con la mirada perdida, que no muerta. 

Es curioso, pensó, como de una conversación, en principio intranscendente, se acaban descubriendo los pilares de una vida, los zunchos de cada una de las decisiones que vamos tomando, el porqué somos así. A estas alturas, y con estos años, no es la piedra Rosetta, es algo que ya sabes, que has observado desde hace tiempo, pero que de repente verbalizas, haces palabra, sentencias sobre ti misma, y te quedas aturdida, boqueando como un pez fuera del agua. 

Quitándose las sandalias mientras se sacaba el vestido por la cabeza encendió el ventilador, ese gran amigo, el que hasta la fecha no le había fallado en todo el verano, el más leal y sincero, áquel que lo daba todo sin esperar nada a cambio. También es cierto que si tuviera mejillas más de una vez le hubiera besado al modo abuela, apretado y sujetando la cabeza, presa del agradecimiento y el amor real.

 En estos días de sangre, dolor y lágrimas, en los que no sentía más que dolor de espalda, con la muñeca abierta y el calor pegado en la piel, había llorado más que nunca de impotencia, de rabia, de desilusión, de falta de capacidad de resolución, y sobre todo de no saber controlar esas lágrimas, que como le dcía una sabia amiga, esas lágrimas «te desautorizan». 

Se había preguntado si tenía que renunciar a su manera de ser y de pensar sólo porque le estaban boicoteando el alma, y se preguntaba si el bombardeo era justo o si lo inteligente de verdad era cobijarse en dar la razón a los demás y dejarse llevar. 

Necesitaba tanto una copa de vino como alguien con quien sincerarse, sin embargo, sabía que había cosas que no las podía contar, que no las podía trasladar porque si luego el sendero de la vida giraba en contra mano, el resto no iban a ver ese giro y el abandono iba a ser total. Callar por supervivencia, morir de silencio.

Lo malo de saber reflexionar, se dijo en voz alta,  es cuando No tienes miedo al disparo a bocajarro, y te preguntas si eres la única culpable. Habrá quien sea capaz de echar balones fuera, de culpar a los demás, de no asumir responsabilidades, pero cuando de serie se vienede exigente y poco auto complaciente, se acaba uno culpando a sí mismo aunque solo sea de haber defendido vehemente una opinión, de haber callado o de haber sentido impotencia verbal sobre venida, y entonces más dolor, más lágrimas. 

El dolor es subjetivo, pensó, somos culpables de sentir ese dolor, de que nos afecten las cosas, de sentir ese vacío en el estómago, esa piel de gallina, ese frío por dentro… Somos los únicos que sentimos como doloroso un hecho determinado, quizás la solución es aprender a que nada afecte. Cómo conseguir que nada importe de verdad, de puertas del corazón hacia dentro, sin corazas, sin mentiras al gran público, en la intimidad de la soledad, ojalá lo aprendiera.

 Y en una conversación sobre pintores medievales, de repente alguien que te dice: » no puedes gustar a todos, no te exijas tanto, vive el hoy y el ahora y no sufras por lo que pasó o lo que pueda venir». Era una idea maravillosa, completada por «ocúpate pero no preocúpate». Era fantástico.  Parecía tan fácil, asintió despacio y se preguntó cómo se hace eso si tú, de serie, tienes una tormenta de ideas en la cabeza mientras haces dos cosas diferentes y además mantienes una conversación. 

Y de repente se vio desde fuera, sonrió despacio, no podía hacerlo, no podría renunciar a ser quien era, a decir lo que pensaba aunque fuera llorando de rabia, a sentir dolor por pequeñas cosas, a asumir culpas, a defender en lo que creía con uñas y dientes, a no dejarse pisar . Lo que sí podía era tomarse una copa de vino, y descalza, casi desnuda se dirigió a la cocina y llenó su copa mientras brindó al aire por las lágrimas que quedaban por venir.
A Ana A.