MONOTONIA

Un frenazo, un chirrido, el dibujo de las ruedas en el asfalto, parte del desgaste de las ruedas del coche dibujando el paso de peatones por el que se frenó tarde, un conductor asustado, un viandante taquicárdico y para ella…un despertar incómodo, ¿qué hora sería?, miró la muñeca derecha delgada y elegante al trasluz de la ventana y se dió cuenta que desde hacía tiempo no tenía reloj.
Mentalmente apuntó llevarlo a arreglar para ponérselo.
Giró sobre sí misma, rotando por la cama hacia el otro extremo, el despertador comenzó a sonar, y suspiró, le habían robado sus últimos cinco minutos, ¡maldita sea!, no era la mejor manera de empezar el día…tampoco dejaría le condicionara toda la jornada.
El ritual de la mañana comenzaba con buscar unas gafas que jamás vieron la luz de la calle y un paso por el baño, encender la radio de la cocina y preparar un café que a esas horas siempre tardaba demasiado en salir, mientras se bebía un gran vaso de agua y preparaba unos cereales bajos en grasa, bajos en azúcares, bajos en hidratos, bajos en sales, en fin…bajos en todo…por supuesto con leche desnatada, o un brebaje que alguien podría confundir con agua sucia.
Mientras masticaba pensaba en que tenia que comer más frutas, menos hidratos, que le sobraban kilos y cosas por hacer.
Después de del desayuno se dio cuenta de que nuevamente, y no sabía ni como, se le había hecho tarde, y trasladándose radio en mano, se dió una ducha mientras pensaba que se iba a poner y como narices iba a peinarse. Sus pelos era un gran batalla perdida.
Cuando por fin giró las llaves de la puerta de su casa, mientras llamaba el ascensor y volvía a asegurarse de que estaba bien cerrada se dió cuenta que no llevaba el móvil, justo cuando iba a usarlo para ver que hora era.
Llamó al ascensor compulsivamente mientras se convencía de que sólo era un teléfono y que nada urgente pasa en seis minutos, ¡joder…!!!! Justo en el momento que más prisa tenía, el ascensor tardaba en llegar, echó a correr escaleras arriba con un cierto ruido algo desagradable para vecinos que no necesitaban madrugar pero, como cualquiera puede comprender, un móvil abandonado es cuestión de vida o muerte.

EN ESTE LADO DEL ESPEJO

La imagen que le devuelve el espejo no es la que espera ver, se espera encontrar con unos años menos, con la energía intacta de ayer, con el brillo de ojos que tenía desde que descubrió que la vida se bebía mejor a tragos grandes, y que el miedo era la excusa de los cobardes.
Se esperaba encontrar con la piel tersa, sin arrugas de expresión, sin flacidez en el rostro, con esa frescura en la piel que sólo necesitaba a penas brillo en los labios para ir «maquillada». Ese rostro radiante cuando se pisa firme sobre el asfalto y la piel.
Cerró los ojos fuerte como si viviera un mal sueño, hasta que empezó a ver chispitas de colores, luces en el fondo negro que le hicieran caer en el abismo del mareo y los abrió despacio, muy despacio, susurrando para sí palabras de aliento, esperando encontrar la mujer que aprendía a serlo.
Volvió a mirar, y el reflejo del cristal ahumado le devolvió su rostro real, el de ahora, el de una mujer que había luchado, que había sufrido, que había amado, que había llorado…su rostro, sus matices podían leerse como un mapa en relieve, cada arruga, las ojeras, la palidez, la falta de de brillo en sus ojos se debía a algún momento duro, triste, doloroso…algunos tan cercanos que no le hubiera extrañado notar la humedad de la última lágrima.
Se pasó la mano por la frente, y el frío de sus dedos le hizo notar que le ardía, aquellas malditas jaquecas…esas tampoco estaban antes…
Antes su cabeza sólo estaba llena de sueños, proyectos, esperanzas y anhelos….ahora vivía las preocupaciones reales, las mundanas, las que hace que los sueños sigan su camino elevándose por el cielo como los globos de gas que se le escapan a los niños y logran sortear la trampa de los árboles.
Queda poco hueco para las ensoñaciones cuando el día a día pide destreza para lidiar con la realidad.
Aún asi, no se pierde la esperzanza, se dice, todo puede cambiar, las cosas deben de ir a mejor, me lo merezco, se autoconvence, y un esbozo de sonrisa, a un lado y otro del espejo, le hace presuponer que ya pasó lo peor y si bien, su rostro no va a volver a tener la angelicalidad que tuvo, quizás vuelva el brillo a sus ojos, la paz a su alma e incluso pueda permitirse la frivolidad…de tener algún sueño.

UN MAL DÍA

Un estruendo de cacerolas retumbó por el patio de luces del edificio, el sonoro desperfecto llegó a parecerse más a un solo de batería que a un desastre doméstico.
Si hubiera sido otro día hubiera sonreído pero tal y como estaba encauzada la mañana, su gesto fue una pura interjección malsonante sin necesidad de sonido.
Nada más despertarse se dió cuenta de que el despertador no había sonado …fundamentalmente porque no lo puso por la noche, y ya iba una hora tarde, en medio del aturdimiento puso los pies directamente en el suelo, un suelo helado que le hizo abrir los ojos de par en par, encoger las piernas a la altura de los hombros, sentir un escalofrío y buscar las zapatillas urgentemente para librarse de la congelación, incluso miró sus dedos por si había que amputar.
Al lavarse la cara lo hizo con el agua fría más bien por costumbre que por ganas y al alargar la mano para buscar la toalla se encontó con un vacío que le hizo ir goteando y en una postura algo simiesca a la búsqueda de una toalla, albornoz, pijama, bata o lo que fuera o fuese, seca.
Luego vinieron el café frío, la leche por fuera del cazo, las tostadas como Antonio Machín cantando «Angelitos Negros» y el corte de gas en mitad de la ducha.
Ahora iba a la cocina y sabía que se le quemarían las lentejas, ponía los ingredientes con una resignación de mártir algo cómica… si alguien la estuviera observando. Miró el cuchillo con cierta desesperanza y lanzó una mirada suplicante al botiquin. Ojalá haya agua oxigenada.
Sonó el timbre y se volvió con una mezcla de esperanza y de salvación, como si sonara en el cuadrilátero y ella fuera la boxeadora noqueada, se le cruzó la fugaz idea, el temible pensamiento de que esa llamada le estropearía aún más el día, pero sin embargo fue hacia la puerta limpiándose las manos en el delantal, arreglándose el pelo ante un espejo imaginario y dando unas voces indignas de su edad, sexo y condición….
Al abrir la puerta no vió al cartero, ni al conserje de la finca, tampoco a la señora que limpiaba las escaleras, ni siquiera eran unos Testigos de Jehová, o el jovencito agresivo a la venta de un seguro. Vio a un oficial de policía, uniformado y sonriente.
Entonces se percató rápidamente de su necesidad de peluquería, sus zapatillas de estar por casa, su delantal arrugado y con manchas, sus manos mojadas y su viejo jersey de estar por casa.
El policía seguía sonriendo, metió la mano en su bolsillo y le entregó abierta una cajita pequeña, forrada en terciopelo negro por fuera y en raso rojo por dentro….dentro un anillo, precioso y brillante…
A ella sólo le ocurrió pensar en cómo puede cambiar el curso de un día.

DOS MARGARITAS. (cóctel)

Llevarse el dedo rápido a la boca, un acto reflejo. No había controlado bien con el cuchillo y la lima, no estaría nada bien servir copas con el añadido del ADN propio.
Corrió al grifo y me echó agua fría a raudales, y con el dedo goteando agua me afanó en encontrar una venda en el botiquin que trajo la mutua, un médico, o quien fuera, quizás llevaba alli toda la vida, sin revisar, como el extintor que había temerariamente al fondo del local.
Vuelvo a la barra lamentándome de mi torpeza y pensando en el escalofrío que iba a sentir cada vez que el jugo del limón o la lima consiguieran hacerse paso hasta la rajita dichosa que pese a ser mínima parecía digna de veinte puntos de sutura en función del aparatoso vendaje.
Consigo terminar sin mucha gloria los dos Margaritas que me habían pedido los de la mesa del fondo, siempre son dos los de la mesa del fondo, siempre buscan la falta de luz…de dos en dos, se entrelazan las manos, se buscan las miradas, se beben los alientos….
En este caso, era de una falta de originalidad tremenda la pareja, un chico guapo, humilde, de clase media, trabajador, oliendo a colonia y ella una chica normal, arreglada con esmero, perfecta manicura, y usando todas las armas de mujer que ponen las revistas de la peluquería donde trabaja.
No hay mucha clientela y puedo observarlos desde lejos, él se levanta y pone algo de música y se echa la mano al bolsillo, ella se pone derecha, tensa, la espalda recta y el cuello rígido…
Sonrío
Le entrega la cajita a ella, que con manos temblorosas descubre lo que seguramente es un anillo, no logro verlo desde donde estoy, y ella empieza a llorar, temblando, y niega con la cabeza, no le salen las palabras, su garganta está muda y el rostro de él se contrae con dolor.
Pasa el tiempo y ella sigue llorando en silencio, él apenas balbucea algunas palabras de consuelo, supongo que buscando el consuelo de ambos.
No puedo adivinar las razones, no el porqué de esa amarga negativa, pero ambos se levantan, él deja la cuenta pagada y salen juntos, ella con un pequeño pañuelo en la mano, arrugado y lleno de lágrimas, él mirando al suelo, con el rostro de la desolación.
Yo me quedo con una terrible sensación de tristeza, y con un despiste que me hace meter mi herida en la sal.

SOLEDADES

Llevo varios días oyendo hablar de soledades, de las acompañadas y de las individuales, de quien se siente solo rodeado de gente y quien busca la soledad, de intrépidos forajidos del distanciamiento social y de afanosos conversadores solos por necesidad.
Es antropológicamente indiscutible que el ser humano es un ser social, necesita de otras personas para crecer, para sobrevivir, para avanzar en sociedad, para procrear y para al fin tener alguien que dé el último empujoncito en el crematorio o la ultima palada de arena en la tumba.
Hay ermitaños en las ciudades, gente que sabe aislarse del mundo y que son felices en el parapeto que crean, a duras penas saludan cuando van al super por el sustento necesario y acuden más al veterinario que al médico pues confían que alguien acostumbrado a la ínfima comunicación que tienen los animales pueda diagnosticarle sin necesidad de contar sus penalidades. Ahí acaba su interacción con los seres de su misma especie.
Hay personas en pequeños pueblos o aldeas que se han acostumbrado a vivir con el bullicio del silencio y la compañía perenne de pocos habitantes más donde la noticia sería el aumento de natalidad, y la cotidianeidad solo se ve levemente modificada si alguno muere porque hay que acudir a una misa de difuntos.
Pero hay otra soledad que es la impuesta, la que aunque no se quiera disfrutar se tiene, y de la que te das cuenta muchas veces cuando las personas, sobretodo mayores, te cuentan intimidades, vivencias, recuerdos, anécdotas y hasta enfermedades simplemente porque has cruzado distraida la mirada con ellas o has coincidido en la cola del pan. Notas su necesidad de querer participar de este mundo donde la vorágine nos hace volvernos más autómatas, no quieren quedarse fuera del futuro, y aunque sea a codazos se adentran sin invitación en conversaciones, huyendo del silencio de las salas de espera o en la parada de autobús. Son incansables en su necesidad de sentirse acompañados.
Lo más doloroso son cuando mueren solos, nadie los echa de menos, y la última vez que consiguieron que le prestaran atención fue cuando el hedor hizo de altavoz de su realidad.