No soy una madre perfecta ni aspiro a serlo. Las personas sin mácula no existen, (mi madre terminaría la frase diciendo que hubo uno y lo crucificaron) y los seres que tienen pocos defectos son insufribles. También pululan los petulantes y endiosados que se creen libres de todo mal, éstos me producen arcadas, y pavor si tengo que enfrentarme a ellos. Dentro de este amplísimo grupo existe un subconjunto digno de película gore de serie B: el grupo de las madres perfectas. Las aborrezco y si existe un tipo de alergia mental, la padezco y no hay antihistamínico que me cure, ni vacuna que me libre.
La maternidad para mí fue algo deseado, buscado y lleno de juvenil entusiasmo, entre otras cosas porque era joven de verdad, no una joven de cuarenta y siete años como se empeñan en decir algunos medios de comunicación, los mismo que hablan de un anciano de sesenta. Yo fui madre desde el minuto uno, porque me diagnosticaron una amenaza de aborto y me entró un pánico desconocido. Una histeria de proporciones épicas. Perdí el control de mí misma, física y mentalmente. De mí dependía que alguien (no un alguien cualquiera, mi hija) naciera o muriera. Antes de los dos meses de embarazo yo ya era madre, de pleno derecho y no tuve tiempo ni para la preparación mental.
Todo esto viene al hilo de un brillante artículo de Gistau que pese a ser de abril del 2010, yo he conocido esta mañana. Lamento haber estado cuatro años largos ignorando esta obra maestra, porque lo es. Aunque esté mal visto que un columnista hable de sentimientos porque siempre existe el miedo de acabar siendo alguien almibarado, como esos que llenan con frases que provocan comas diabéticos, en este artículo -como en otras ocasiones- Gistau lo borda.
Conforme leía sonreía asintiendo, menos mal que estaba sola, sentada a los pies de mi cama. Si me pilla acompañada o por la calle seguro pensarían -otra vez más- que estaba loca. Antes de terminar el segundo párrafo sonreía y me caían las lágrimas. Le doy toda la razón a D. David en su artículo, las mujeres somos madres desde el minuto uno, no es cuestión de locura transitoria, es que la biología se encarga de recordárnoslo a cada momento. Somos madres sí, aunque no seamos de las perfectas, hasta perteneciendo al club de madres que queman las lentejas, como dice la elegantísima @GraceRigby.
Del tema de los primeros momentos de la maternidad gestante se escribe mucho. De la de noches sin dormir por culpa de un barrigón que te cambia el epicentro y te oprime la vejiga, se habla con naturalidad, pese a que los temas escatológicos tengan en sí mismos una doble moral: se sufren pero no se debe de hablar de ellos…salvo que estés embarazada. Se comenta sin pudor de las hormonas revueltas para consolar, sobre todo, a hombres ojopláticos que pese a que han pasado cinco meses siguen sin saber qué demonios está pasando. Incluso en voz baja se comentan los miedos y por fin: El parto.
Infinidades de blogs, webs, libros, columnas, facsímiles, trípticos y vídeos de YouTube nos ilustran sobre incontables anécdotas de niños llorosos, lactancias difíciles, noches en vela, primeras papillas, gateos de vuelo raso, pasos vacilantes y pequeños balbuceos, pero nadie habla del sentimiento, que no me avergüenza reconocer, que a mí me afecta.
Mis hijas son mayores, trece y nueve años, y ya no hay bebés en casa, ni siquiera puedo decir que hay niños pequeños. No son mujeres ni son autosuficientes, pero son cada vez más independientes (como debe ser) y yo he pasado de ser imprescindible a ser , en todo caso, referente. A mí me gustan los niños pequeños, matizo, sobre todo me gustan MIS niños pequeños. Y entonces nace la pregunta…y si tuviera otro bebé. Un runrún que no me abandona, que incluso me hace descubrirme mirando ropa de «primera postura» y sintiendo un deje de envidia por la cantidad de bebés que van naciendo a mi alrededor. Por un lado la respuesta a un hijo más es un sí rotundo, por otro da miedo económicamente, y en último lugar aterra volver a pensar en biberones y pañales, pero era fantástico.
Reconozco que cada etapa que te van marcando es estupenda, hasta el pavo más típico, lleno de tópicos, pero echo de menos un bebé. Ya está, ya lo he dicho, no sé si es normal o sólo me sucede a mí. No sé si es nostalgia exclusivamente femenina porque desconozco que van sintiendo los hombres, éstos suelen ser de pocas palabras y más en estos temas, quizás por eso me ha emocionado Gistau y me ha hecho pensar, tanto, que casi quemo las lentejas…