Reconozco en cada brizna de sol helado, las tardes de primavera que me rozaron la piel a tu lado.
El calor que mayeaba en mi espalda mientras dibujaba una sonrisa en mi mañana.
Los abriles sucesivos que se tornaban en veranos galopando por el placer y la inseguridad.
Reconozco en este atardecer abrigado, cada amanecer confuso y ahíto.
La despedida angustiada y amarga por horas con perfil de milenios.
El reflejo perdido de tu silueta abrigando a mi sombra.
El vaho que emitían tus silencios y las palabras cálidas susurradas en mi boca.
Y ahora, cubierta de noche, me tiemblan las ganas de tu abrazo, la paz de tus ojos, tu piel en mis labios.
Y ahora es invierno crudo y no estás.