DEMASIADO RÁPIDO


El otro día lo pensé, el mundo va muy rápido. Demasiado rápido. Hemos entrado en una vida que se centrifuga a mil doscientas revoluciones por minuto. Somos el osito de peluche que da vueltas asomado a la escotilla de la lavadora.

Se llega tarde a todo. Si parpadean se lo pierden, que decía el otro. Vivimos con tal vértigo que las noticias de la mañana no llegan vivas a media tarde. Supongo que es una razón más de la muerte del periódico de papel. Es mi razón más romántica, la real es tan triste que es mejor obviarla. Al menos hoy o ahora que el día es muy largo.

Llegas a las redes sociales con la paz que puede darte tu sofá o la indefensión que te procura la taza del váter y resulta que te caen encima un cúmulo de noticias, comentarios y contra comentarios, publicaciones negando la mayor, enlaces a noticias que sólo ponen Última Hora, Urgentes que son ya antigüedad y toda tu paz (y hasta tu deposición) se ve rota.

Incluso las relaciones románticas vuelan. Los «para toda la vida» llegan con suerte a los quince años, el amor de verano es por una quincena y «nos estamos conociendo» igual dura una semana. Amor exprés, sentimientos de champán, desgaste emocional, y al final, como los gallegos, no sabes si te estás subiendo o bajando las bragas.

También pasa con los amigos. No hay maldad, pero falta tiempo, orden, cadencia. Al final en esta vida de tanto llevar la lengua fuera acabas ahogándote en la bola de pelusa que tampoco dio tiempo a limpiar. Si sacas tiempo para unos quedas mal con otros y se distancia, sin querer, los que eran amigos para siempre ( Means you’ll always be my friend).

Alguien decidió que era buena idea perder el placer de una taza se café y la convirtió en un asqueroso vaso de cartón para ir andando por la calle. La comida directamente se llamó rápida. Y, gracias a Dios, que aún vivimos en un país que considera sagrada la comida y no ha calado lo de comer al lado de una papelera para conseguir hacer el combo almuerzo-estirar las piernas-que me de el aire, antes de seguir trabajando. Pero quien sabe si ya mismo es lo que viene.

Volamos bajito. Planeamos por encima de la rutina con sentimiento de conejo de Alicia y contracturas en la espalda.

Igual la vorágine tiene un punto positivo. Las enfermedades duran menos, los remedios llegan antes, la ciencia avanza más deprisa, la comunicación es instantánea, los duelos son más cortos y las penas duran un ratito.

Me voy a quedar con esto último que me da esperanzas, pero me voy corriendo, que llego tarde.

EL FÚTBOL: COSA DE HOMBRES.

Yo empecé a escribir este post el 19 de enero. No me dio tiempo a rematarlo y me quedé en un Uy tan propio del balompié. Con todo el revuelo que hay ahora mismo he decidido rescatarlo y, ahora sí, mandar el esférico al fondo de la red. Obviamente añadiré, lo hago ahora, que las mujeres de ma selección nacional de fútbol son campeonas del Mundo.

El fútbol era cosa de hombres. Alguien tiene que decirlo y lo voy a decir yo.

No me refiero a que los grandes clubes tengan equipos femeninos con más o menos seguidores. No quiero decir que ahora hasta las redes sociales les hagan caso a unas mujeres (me niego a llamarlas chicas o chavalas) que llevan su escudo con orgullo y honor.

Tampoco me refiero a que ahora haya mujeres en el graderío, aunque esto va a depender mucho del país del que hablemos, por mucho que nos intenten blanquear (¿se puede decir ya blanquear?) la realidad. Las excepciones a cambio de llevarse el torneo a su país no sirven de nada y es una vergüenza que la FIFA lo consienta, pero poderoso caballero es don Dinero y así va el fútbol.

Por suerte he conocido a muchas mujeres que han ido al fútbol y han seguido a su equipo desde siempre. El transistor no sólo lo oían los hombres.

Mi trabajo me ha hecho conocer, por ejemplo, a una mujer muy mayor, con su pelo blanco, sus manos llenas de trabajo e historias que ya no reconocía a su familia. Ella estaba en cama, ya no se podía levantar, y dormía siempre en unas impolutas sábanas del Real Betis y su nieta me contaba -orgullosa- que era tan bética que no podía tener ni un cubo de fregar rojo. No me refiero a la abuela del Betis (Dios la tenga en su Gloria de las trece barras), si no a otra compañera del Tercer Anillo. Y como ellas, tantas, porque eran muchas más y hay muchas más.

Recordemos el Himno del (mi) Real Madrid: «Los domingos por la tarde/ Caminando a Chamartín/Las mocitas madrileñas/Las mocitas madrileñas/ Van alegres y risueñas/ Porque juega su Madrid» Este Himno (hoy sería quizás inclusivo y transversal) es de 1952, por lo que ya ninguna de las mocitas madrileñas cumple menos de ochenta y cinco y seguirán siguiendo al Real Madrid.

Conozco el caso de una señora mayor que, por cosas propias de la edad, se desorientó y se equivocó de camino, cuando levantó la mirada y vio el estadio del Betis fue cuando reaccionó y se dio cuenta de que estaba perdida. Ella, tan sevillista, jamás iría a los terrenos del Benito Villamarín.

Yo misma me he criado con el ronroneo de los programas de deportes en radio de la noche porque mi madre los oía, y los sigue oyendo, aunque hay que reconocer que la calidad de la radio deportiva ha caído en picado.

Yo no jugué al fútbol porque cualquier exceso de movimiento me horrorizaba, vamos, que era una gordita prototipo: floja, también porque las pocas veces que jugué me ponían de árbitro (con unos papeles que ponían amarilla y roja, que colorear es muy cansado) y me aburría, pero mi interés por el fútbol estaba ahí.

Más de una tarde me senté a ver la Premier con mi abuelo y mi madre o la liga italiana, ambas formas de jugar tan distintas a la nuestra, de cuando el fútbol era fútbol y Cantoná o Tassotti eran los que pisaban el césped.

Cuando llegué a las redes sociales, Twitter especialmente, descubrí a un grupo inmenso de mujeres que vibraban como yo y veían el fútbol con la misma pasión y fue genial. Hoy son amigas. Es verdad que por aquel entonces, hará diez o doce años, todavía algún indigente mental nos mandaba a fregar, lo que no sabían ellos es que a veces ir a la cocina es talismán para el gol.

Hoy en día no se cuestiona si las mujeres saben de fútbol, ni es raro verlas ir al campo o a los entrenamientos. Hoy es normal estar en un centro comercial, por ejemplo, y ver a muchas vistiendo la camiseta de su equipo y ya todos los equipos tienen una línea de mujer. Mucha piel femenina ya lleva en tinta el escudo de su equipo.

Ojalá a raíz del mérito de la selección haya más niñas apuntándose a fútbol como extraescolar porque habrá más opciones de que salgan auténticas cracks y ojalá los campos se llenen de hombres y mujeres que van al fútbol femenino y no sólo cuando es gratis. Es mucho camino porque también la calidad del juego debe mejorar, también hay que ser realistas.

Por eso, porque de siempre hubo seguidoras del fútbol, porque no es algo nuevo que a la mujer le interese, por todas las de antes, las de ahora y las que vienen empujando fuerte…no se puede dejar en pie a quien al final no las ha respetado ni desde las oficinas, ni en el Palco, ni el campo. Hoy espero con alegría la dimisión de Rubiales porque a alguien tan mafioso, machista e inmoral, al final, lo echa una mujer.

Y es que el fútbol no es cosa sólo de hombres…

IDEAS FRITAS

Tengo las ideas fritas. He intentado buscar un tema fresco, divertido, ingenioso, algo de lo que escribir con algo de chispa y un poquito de mensaje. Algo así como un alud de palabras que yo pienso con acento andaluz y vosotros con el vuestro que para eso leemos como nos da la gana.

He puesto mi cara de interesante, el rictus intelectual, el pelo desordenado y recogido con poco arte, la taza de café ya fría, las migas en el mantel, está amaneciendo, estoy casi a oscuras…pues nada, ni tirando de todos los tópicos generales y hasta de las manías personales, ni una idea.

Quizás sea porque las gafas se me resbalan por la nariz, porque en ese hueco bellísimo que existe en la base del cuello, entre las clavículas, hay algo parecido hay una poza de sudor, puede que sea porque el satén de mi comisión marrón chocolate (que cumple trienios, y muchos) está pegado a mi cuerpo, a lo mejor tiene que ver con esas gotas que caen por la espalda abajo, hasta donde la misma pierde su noble nombre, a lo mejor es porque mis pies descalzos notan un suelo ardiente que necesitaría en enero. A lo mejor es porque al sentarme en la taza del váter parecía que acaba de levantarse alguien, ha sido muy desagradable.

Sin embargo, por aquello de que conocerse es un grado, yo diría que soy incapaz de tener una idea aprovechable porque no he dormido bien. Desde que tengo recuerdo, mi famoso mal humor tiene dos culpables ampliamente reconocibles, a saber, el hambre y el sueño. Con la edad, y el millón de dietas y estilos de comida saludable, el hambre ha dejado de ser causa y como mucho es efecto, pero lo del sueño no cambia. No hay nada peor que querer dormir y no poder.

El insomnio es una de esas cosas que hay en el mundo por culpa de Eva y la manzana. Los ojos abiertos en la noche dedicada al descanso es una maldición que sólo quien la sufre sabe lo desquiciante que es, pero ¡ah! hay algo aún peor: tener sueño, querer dormir y que algo lo impida. Eso es lo peor.

Esta noche, pese al sueño, no podía dormir. La cama nivel horno, el aire ardiendo entrando por la ventana, la almohada mojada y la desesperación, así que esta mañana sólo soy un ser que respira y aspira a llegar a una siesta que aunque corta, sea reparadora.

Por eso hoy escribir está de más, pero tampoco quiero perder esa racha que me gusta, me he impuesto (mientras pueda) y que tanto ha alegrado a alguno de vosotros porque sois un encanto.

Mañana será mejor, espero, hoy me disculpáis pero no doy para más. Me voy a la ducha.

MADRE

Ser madre no es parir.

En estos momentos de obviedades y a la vez, de locura generalizada sobre qué es ser mujer, quién es mujer, qué hace falta para ser mujer y desde cuando puedes ser considerada mujer, sentirte mujer, yo me voy a quedar con la mujer que es madre.

Creo que este post valdría también para un padre, incluso para dos padres, o padre y madre, o dos madres, o madres solteras o padres solteros.

¡Jesús qué difícil es escribir en estos tiempos hasta cuando no eres políticamente correcta!

Antes con un sustantivo plural o sustantivo colectivo arrimabas a todo el mundo al mismo ascua, ahora necesitas hacer más matizaciones que la melena de Gunilla von Bismarck (desde aquí mi fascinación por esta señora, antes y ahora).

Al final se me va a olvidar de qué estaba escribiendo, que ya tengo una edad.

Me voy a referir a las madres, pero por favor consideren que es un término como los antibióticos: de amplio espectro.

También es cierto que ayer me enseñaba una amiga la noticia de quien se está ofendiendo por la palabra madre y ahora hay que diferenciar entre la madre al uso y la mujer productora de óvulos y yo que sé, yo no me veo como una cadena de producción y montaje, pero a saber si estoy equivocada.

¿Conseguiré plasmar mi idea o tendré que dejarlo para mañana? Creo que no me cabe en este post un circunloquio más. Reconozco que le temo más a que no se me entienda a que, por mano del demonio, se haga viral y me cancelen de todas partes ¿de qué partes? Ah pues eso, que me da igual.

A lo que iba que el tema es serio.

Tener un hijo es un conjunto de amor y preocupaciones a partes iguales. Cuando te unes a alguien se suele decir que dejan de ser dos personas para convertirse en una, que eso está por ver, pero es cierto que ese dúo se convierte en una unidad. Cuando tienes un hijo dejas de ser persona y desapareces, pero queriendo.

Quizás no estoy preparada para la maternidad que viene, incluso la que ya está, pero no puedo comprender que los padres se coloquen por encima de sus hijos. El egoísmo de un progenitor para con sus hijos es algo inaudito.

He visto madres llevar a hijos con ropa más que usada mientras ella tenía el armario lleno de ropa con etiquetas, a madres añadiendo extraescolares a sus hijos para irse al gimnasio o a tomar café con las amigas, semanalmente. Conozco parejas que aparcan a sus hijos con sus abuelos en las vacaciones de verano o navidad y ellos irse a todo lujo sin ellos. Padres separados que en el tiempo que tienen a sus hijos en vacaciones se quedan en la ciudad trabajando y cuando tiene su quincena sin ellos se van a la playa.

Si me separase y tuviera que dejar ir a mis hijas con su padre (que es un padre ejemplar) se me rompería por dentro el alma y al volver a tenerlas no querría estar ni un minuto sin ellas. Y eso que ya son mayores.

Quizás lo que se hace ahora está bien, pero mi prioridad, en estos tiempos que corren, es estar con mis hijas todo el tiempo libre del que dispongo quizás porque es poco. Quizás me enseñaron que lo primero son los hijos, su bienestar, su cuidado, su salud y hasta sus caprichos. Y sobre todo porque he tenido el ejemplo de mis abuelos y de mi madre.

Si estoy equivocada me va a costar salir de ese presunto error porque para mí quien se coloca por encima de sus propios hijos, sean naturales o no, no es de fiar.

LUJO

Mantengo desde hace décadas que para mí el lujos son: espacio, viajes y libros. El espacio es una casa grande donde no haya que mover tres cosas para acceder a lo que se busca y donde la sensación de ahogo no sea la común. Los viajes de cualquier tipo van llenando la vida de recuerdos, vivencias y anécdotas que al final de nuestros días es lo que va a quedar (o lo que vamos a olvidar). Y los libros son mi pasión, ha habido otras, hay otras, pero siempre y en primer lugar están los libros, los de siempre, los de papel.

Yo era una niña muy buena que se fue estropeando con el tiempo y no tengo en la mochila de los traumas muchos castigos más allá de un lenguado que me comí a la hora de merendar después de haberme puesto farruca a la hora del almuerzo (¡quién pudiera acceder ahora a esos lenguados recién pescados que le traían a mi madre!) y un año entero sin que me compraran ropa por haber dicho que todo era muy hortera y no tenía que ponerme. Y había algo más, a veces no me dejaban leer. No era el castigo de no leer de madrugada, es que -por poner un ejemplo- terminaba «El camino» de Delibes y volvía a empezar por el principio.

Menos mal que la biblioteca de casa era inmensa, mucho mejor que la municipal, y mi madre hacía maravillas con su sueldo. Siempre he tenido un libro nuevo en la mesilla de noche, y lo sigo teniendo. Ese lujo sigue estando conmigo.

De niña tampoco jugaba con muñecas aunque me las regalaban constantemente, y no era aficionada a nada que supusiera un esfuerzo físico, vamos, como ahora. Mi primer regalo estrella fue una cuchara de palo y a partir de ahi mi juego favorito era jugar a las casitas dándole un aire personalista: lo volvía negocio, es decir, jugaba a que tenía un restaurante. Incluso emitía facturas en su talonario correspondiente y cogía las comandas en libretas de camareros. Ahí se iba parte de mis no-ahorros, en comprar la papelería necesaria para jugar…otras compraban Barbies. Ni que decir tiene que mi tía, con santa paciencia, me enseñó lo que era el IVA cuando apareció en mi talonario de facturas, 9 años tenía yo. Pero por encima de todo mis «negocios», era puro holding lo mío, mi juego favorito era tener una Agencia de Viajes.

Al vivir a pie del Estrecho, con su viento de levante y su viento de poniente (así estoy de la cabeza), la banda sonora de mi infancia es la risa de las gaviotas, la sacudida de las sábanas tendidas y la bocina de los barcos que iban a Ceuta o a Tánger. Esta particularidad, que a mí me parecía normalísima, hacía que todo el Paseo Marítimo estuviera lleno de Agencias de Viajes.

Al principio cogía los folletos que ponían en la puerta sin pedir permiso, luego entraba y se los pedía por favor, siempre me los daban. Yo viajaba a través de los folletos, consultaba el atlas, me interesaba por lo que había en cada ciudad, elegía los hoteles, el régimen de comidas y por supuesto hacía presupuestos con salidas desde distintos aeropuertos.

Ahora veo Reels de Instagram para quitarme el «mono» de folleto y, cuando tengo tiempo, organizo viajes que dejo aparcados para cuando tenga tiempo, dinero o las dos cosas a la vez. Lo que es seguro es que ese anhelo al lujo no lo pierdo.

Y lo del espacio es un lujo que he descubierto con la edad, de niña tenía tanto espacio que mi madre sabía en que dormitorio estaba porque dejaba el triciclo en la puerta. Disponer de sitio suficiente para todo, no tener que mover tres cosas para llegar a donde se quiere, dejar el Tetris para los aficionados y no para colocar muebles, que quepan todos los libros, que no haya cosas por medio a la espera de «a ver donde lo pongo»…que una cosa es una casa real, vivida y no de revista y otra la expansión. Así que para consolar ese anhelo de lujo en metros cuadrados visitó portales de inmobiliarias por si algún día tengo suerte y encuentro el chollo de mi vida o la casa de mis sueños y que coincida con que me toque el Euromillones.

Está claro que Dios me hizo guapa y pobre para los estándares del lujo, pero también que me dio las armas para soñar y tener la ventana abierta a conseguirlo, desde pequeña. Y ahí sigo.