COMPÁS

Esta mañana se me ha metido el compás en el cuerpo. Eso significa que hasta sentada se me van las manos al cielo, y aquello de coger la manzana, comérsela y tirarla, con lo que se le enseñaba a las niñas a moverlas de manera flamenca, eso que no es más que enredar el aire entre los dedos y éste en la música, es la forma en la que me enfrento a escribir. Sigo el ritmo «palilleando» con los dedos y hago palmas sordas, arrastrando una mano sobre otra cuando lo manda el momento, que lo manda. Y hay instantes en los que la mesa se me vuelve lugar para provocar el eco, con los nudillos, de la voz que me acompaña en el reproductor de música.

Es difícil escribir así, porque voy haciendo paraítas -más que el circular- porque me alejo del teclado y se me mueven los hombros, y sonrío. Lo sé porque me veo en un tenue reflejo de la pantalla y porque al poquito rato hasta noto florecer las arrugas de la sonrisa alrededor de los ojos. Ya habrá cremas que arreglen el desperfecto y si no, a lucirlas con dignidad que las señales de la risa siempre serán mejor que los surcos de las lágrimas. Y estoy segura de que estoy mirando de lejos a un alguien que no me ve, pero me intuye.

La música puede ahondar dentro de los estados de ánimos y hasta cambiarlos. El flamenco, en todas sus variantes, puede lacerarte el alma o llenarte de alegría, yo estoy votando por lo último para que me acompañe en el sol que entra por la ventana e ilumina mis macetas y para aprovechar que el viento vaya meciendo los volantes que imagino y me desordene los rizos.  Así que me muevo entre bulerías y alegrías, fandangos y seguiriyas.

Yo no quería seguir el sendero de mi tierra porque entiendo que los que me leéis no siempre os gustará saber lo que me late por dentro si tienen que ver con el sitio donde nací y el lugar donde vivo. El mundo es tan grande…Yo  soy más que el sur, pero sobre todo lo soy, y me veo en  la dualidad de seguir por este camino si el día me lo pide, o dejar a un lado lo que siento y lo que me hace sentir porque dos días seguidos es demasiado andalucismo para los que no sois de aquí o no os late igual. Hoy me he lanzado a la redundancia.

Aprovecho para mandar un besito muy grande a quien  me lee a diario desde Noruega.

Reconozco que no sé nada de flamenco, creo que a  penas distingo alguno de los palos, pero entiendo lo que me gusta y lo que me nace por dentro, lo que me da alegría o pellizco. Entiendo que a Lola Flores se le pusieran en pie sin entender absolutamente nada de lo que estaban viendo, comprendo que sin saber nada ni distinguir purezas de sangre flamenca se ponga la piel de gallina cuando la guitarra de Paco Lucía entra en escena o roza el quejío Camarón o el Chano Lobato. Por eso puedo pegarme el lujo de estar flamenca, de llevar el compás y de repetir pasos de sevillanas callejeras  y aljarafeñas cuando plancho, por ejemplo. O de limpiar cantando copla, que parece que así se quedan los cristales más limpios.

Prefiero ser sincera y contar que estoy bailando rumbitas mientras escribo para que lo sumen con compás a las quince gotas…

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