¿EN QUIÉN TE HAS CONVERTIDO?

Anoche llegué cansada, los tobillos eran el doble de su tamaño normal y gracias a Dios que son delgados cuando no sufren las inclmencias del tiempo o las exigencias laborales, si fuera de otra manera no habría podido quitarme los pantalones.  La cabeza me bullía con tantas y tantas cosas que acababa conectando las que no eran y sufría pequeños infartos de miocardio pensando que me había equivocado mandando presupuestos.

De repente paré, me miré al espejo -mi gran enemigo- y me dije…»estás guapa», eso no ha pasado desde 1975, año en el que nací. Nunca me he visto guapa pero ayer lo pensé y después de pensarlo me sorprendí. Sentí pudor, «¿cómo puedo ser tan creída?» y después me contesté que no había nada malo en verse bien.

Dejé de hablar conmigo misma porque la conversación se nos estaba alargando y me veía invitándome a un café y como todo el mundo sabe un café es muchísimo menos inocente que una copa.

Tras los habituales momentos domésticos en función del horario de la luz, el hambre y las necesidades familiares, me tumbé en el sofá. En la televisión un reportaje sobre un violador con múltiples personalidades y la voz del narrador me acurrucaba sin dormirme.

Llené mi copa de vino, cogí una onza de chocolate negro y pensé que hace dos años no era capaz de aguantar el sabor amargo de este tipo de chocolate. Y es que cuando menos te lo esperas puedes cambiar.

Se habla mucho del reinventarse, de la adaptación al medio, de la supervivencia emocional, pero creo que si se es lo suficientemente sincero y valiente, sale solo. No somos estatuas, ni aunque te rellenes de silicona. Tampoco somos árboles aunque algunos lo pretendan. Tendemos al cambio y lo bueno, opino, es dejarse llevar. El cambio a veces no es el que esperamos, la senda lógica, lo que teníamos pensado…

Mientras el violador decía que unas de sus personalidades era una lesbiana y otra un erudito serbocroata, yo me analizaba a mí misma sin ningún tipo de rigor. Me veía cenando verdura, disfrutando mientras comía fruta, planificando una ensalada de quinoa para mañana, y con el serum aún pringando la cara después de haberme maquillado. Nada de eso lo hacía hace dos años. Sonreí porque me gustó mi cambio.

Está feo sonreír mientras la personalidad que pintaba cuadros se iba de prófugo a Canadá. Ya, lo sé.

Me di cuenta entonces que había conseguido parar la ebullición de mi cabeza, que era capaz de no sentir dolor porque una conversación anterior me había hecho ver que la amistad también es una cosa que cambia, que el día a día me da más satisfacciones que el largo plazo y que los dramas se deben de quedar en la superficie. Bastante hemos sufrido como para hacerlo más.

Y entonces me pregunté : ¿te gusta la persona en la que te has convertido? Y me contesté que sí. No es un sí rotundo, hay mucho que mejorar, cosas que arreglar, aristas que limar, cariño que devolver, barreras que cimentar, retos que superar, sueños por cumplir, ¡¡tengo que aprender a correr!! …pero ser capaz de cambiar una rutina de alimentación, de acicalamiento personal (qué palabra tan antigua), de conversación con el espejo, conseguir que las cosas no me afecten y se enquisten como drama, …eso es un triunfo inmenso para mí.

Así que cogí otra onza de chocolate e intenté entender a cuál de las 24 personalidades se estaban refiriendo mientras en casa celebrábamos que había ganado el Real Madrid de canastos. Y seguí disfrutando de mi paz personal.

¿Y tú? ¿Te gusta la persona en la que te has convertido?

P.D No, correr no es fácil

P.D ² Tendré recaídas y tendré días tremendos y me quejaré y me enfadaré conmigo y con el mundo , claro, pero «Nobody is perfect».

NOSTALGIA

No tengo claro lo que es la nostalgia, puedo buscar su significado y, en un acto valeroso y digno de épocas pasadas, entender lo que leo, y comprender el significado que me de el diccionario que ese libro gordo en desuso que ya ocupa pocas estanterías, porque -en todo caso- funciona a golpe de click. Sin embargo tengo la sensación de que la nostalgia no tiene que llevar aparejada la melancolía, por ejemplo.

Ni siquiera mirando hacia arriba, buscando la más universal de la palabra gallega, adoptando como propia la «morriña» consigo llegar a la nostalgia.

¿Puede ser que que la nostalgia lleve aparejado pena, dolor, lágrimas? ¿Por el contrario la nostalgia nos hace sonreír por dentro y nos deja el alma caliente y el corazón contento, como en la canción? ¿La nostalgia nos evoca el poso de anhelos no conseguidos o de sueños que se quedaron en el camino?

Nostalgia quizás sea el olor de mis bebés, cuando lo eran, el sonido de las cucharas entrechocar mientras mi abuela liaba croquetas, el tacto de mis libros nuevos al empezar el colegio, el primer día de lluvia aún en verano, las sábanas batiéndose con el viento de levante en la azotea, los patos del parque, el salitre en la piel, los pasteles del domingo, las tardes tumbada leyendo sin parar, el sonido de las losetas sueltas del pasillo, mi abuelo meciéndose en la mecedora… Todo bueno, reconfortante e infantil.

¿Se puede tener nostalgia de aquel sueño policial no conseguido? ¿De cuando pensé que domesticaría a la Bolsa de Nueva York? ¿De esos perros que jugarían con mis hijas y que no existieron ni existen? ¿Nostalgia de no haber escrito el libro que tanto me apremiaban?

¿Nostalgia de las cabezas de atún aterrorizándome en la Plaza de Abastos? ¿Nostalgia de encender la luz del baño abriendo solo un poco la puerta porque me daba pánico entrar a oscuras? ¿Nostalgia de la vergüenza y la angustia que me daba subir al autobús del colegio?

La nostalgia tengo claro que es algo que está en el retrovisor de la vida. Que es un presente alimentado de pasado y no sé si afecta al futuro. No llego a perfilar más…puede que sea nostalgia de cuando las palabras fluían sin problema y hablaba de corrido.

VOY TARDE

Me despierto sobresaltada. Estiro el brazo en la cama y estoy sola. Seguro que ya ha sonado el despertador y me he quedado dormida. Él se levanta una hora antes que yo todos los días pero estoy segurísima, llego tarde.

La niña. La niña no es tan niña pero ya pueden sonarle las trompetas del Juicio Final, con toda su corte de juzgadores implacables que no se despierta hasta la tercera vez que le dices que arriba, que no llega, que le enciendes la luz y la destapas. A ver cómo le explico que reaccione rápido. Que seguro que ya no hay remedio Espero que no tenga examen.

Me tengo que lavar el pelo. No hay moño que lo salve. Ya no va a ser una ducha rápida y con lo tardísimo que seguro que es al final salgo con la melena goteando y me resfrío. Seguro que me resfrío y están los tiempos como para estornudar o toser, te clavan la mirada y te apuñalan visualmente en vida. Está socialmente mejor visto ya tirarse un sorono y larguísimo pedo.

¿Qué me pongo? Mira, da igual, si es que al final va a ser lo primero que pille. Vaya horas. Siempre me digo que debería pensarlo la noche antes pero jamás lo he hecho. Cuando llevaba uniforme la vida era más fácil. Echar de menos la terrible falda de tablas, lo último que me esperaba de mí misma.

Desasosiego y estrés. Seguro que tengo que hacerle un justificante a la niña. Voy a mandarle un mensaje a mi compi en cuanto me levante, le va a tocar esperarme, qué vergüenza. Espero que haya café hecho aunque igual no me da tiempo a bebérmelo. No consigo entender cómo sale la gente con su vaso de casa, ¿qué don sobre el tiempo tienen?

De las que salen con buena cara de casa no me fío. Hay que salir con mala cara hasta maquillada. Debajo de capas de milagro debe notarse el sueño y el cansancio. A media mañana igual ha bajado la hinchazón de las ojeras. Algunas creen que salen con los filtros de Instagram puestos y a diez metros dan más miedo que el recibo de la luz. Hoy no me va a dar tiempo ni a mirarme, si seguro que voy tardísimo, espero no tener que ver clientes, me atrincheraré en la oficina, barricada de facturación para salvarme. El poder de salvación del IVA.

De repente una chispa de duda…¿y si aún no fuera la hora de despertarme? Debería mirar el móvil y mirar cuánto de tarde voy. En algún momento debo ser consciente del drama horario que me acecha. Coger el toro por los cuernos. Esta oscuridad que me rodea puede ser la misma que tengo al despertar. Me suena. Se parece tanto a la de ayer… Alpechín de dormitorio, el verano siempre es mejor. La decisión de saber qué hora es ya es imparable. Soy firme y tengo sueño. Debe ser tan tarde…Si lo miro ya es seguro que estoy despierta. Si le doy al botoncito veo la luz, será una mezcla entre el faro de Alejandría y Caroline.

He vuelto a equivocarme. Aún podía dormir cuarenta minutos más. Completamente despierta sé que ya no hay nada que hacer. No voy a volver a dormirme. Arrastraré el sueño como la cadena de un fantasma. Me lo merezco, por idiota.

VIDA REAL

No hay día que Elena no abra los ojos sin intentar atrapar su sueño. Elena siempre sueña y ganarle al subconsciente le parece un acto de poder de su consciente. Una vez que lo caza no lo apunta, no tiene una libretita en la mesita de noche, no busca el significado, simplemente pone los pies en el suelo sintiendo que puede con todo.


Elena es una mujer más en un mundo de personas que sólo son uno más. Una vida corriente, llena de cotidianidad. Visto desde fuera nadie la envidiaría sin embargo su mundo interior estaba lleno de aventuras.

El desayuno lo planteaba como una suculenta y opípara mesa victoriana, caoba, cubiertos del plata, huevos revueltos con bacon y una delicada servilleta de hilo sobre su regazo aunque cualquier observador extraño sólo viera una taza esportillada y una magdalena de tamaño medio, de esas que te dejan con hambre pero que si coges la segunda ya sería demasiado.

Por supuesto en la ducha a veces era quien le hacía compañía a Gene Kelly saltando por los charcos o quien observaba desde su ventana una mañana de lluvia torrencial, un monzón tropical en el sexto B de una torre de Chamberí.


La imaginación le hacía que pasear el perro, Boston, fuera un viaje por la selva Amazónica, sortear personas era atravesar lianas y cuando a lo lejos veía el portal de su casa se sentía aliviada al llegar al campamento base.

El autobús al trabajo lo mismo era una diligencia del Oeste que se convertía en Luis Moya siendo copiloto por el rally París- Dakar. (Trata de arrancarlo, Carlos)


El problema era llegar al trabajo. Allí estaba él…tan real, tan pertubadoramente bello, tan sonriente que le dejaba sin posibilidad de hacer algo más que mirarlo y susurrar un buenos días.

Cuando las historias tenían que fluir, cuando el romanticismo tenía un abanico de posibilidades por mostrar, cuando los escenarios de amor verdadero (como el de Disney) tenían que hacer de las suyas, Elena se quedaba bloqueada.

El amor no correspondido, la soledad, la timidez, todo llegaba de golpe y le hacían la vida laboral imposible. Vivía cada jornada contando los minutos para no dejarlo de ver y a la vez para librarse de ese yugo de dolor que le interfería en su apasionante vida imaginada. No podía explicar a nadie lo que le ocurría y si estuviera en condiciones normales explicaría que se sentía como un naúfrago en una isla desierta y que no tenía ni un coco con quien hablar, pero no podía, esa puerta de la oficina era como el inhibidor de la Guardia civil.

Un día Elena se quedó en el rellano. Dejó paso a un repartidor y se quedó enmedio. Un pie en cada mundo y su cuerpo colapsó. Se sintió mareada, con náuseas, sudaba con un sudor frío que le hacía ver que se le escapaba la vida, al borde del síncope reconoció sus dos vidas. Antes de caer al suelo fue capaz de tomar una decisión.

Ahora Elena sube a lo más alto de las montañas colombianas a recoger hojas de coca, otros días es un elegante revisor del Orient Express y los días en los que vende alfombras llega a casa exhausta. Algún insensato vería que trabaja despachando pan, pero qué sabrán ellos lo que es la vida real.

MIRADAS IMPÚDICAS

Esta mañana, demasiado temprano para no haber sido volviendo de una fiesta decrépita, me encuentro un titular que hubiera hecho destilar una columna inconmensurable a José Luis Alvite. Ha sido la primera persona en quien pensé.

Pretenden prohibir las «miradas impúdicas» en el ámbito laboral desde ese Ministerio que alcanzó una señora por una carambola de la democracia y la cama. Una vez abandonada por su jefe y macho alfa, en el quicio de la mancebía, se ha unido con sus amigas al Convento Laico en la calle Alcalá.

Un Convento Laico mucho más retrógrado que las abadesas del siglo XIV.

Pretenden prohibir «las miraitas». La esencia del roneo, el sueño de tantos tímidos, el principio del todo. Pretenden prohibir el pensamiento libre, pues tan libre es pensar en el anhelo comunista como en el sexo salvaje en los baños de un elegante salón de té con tu compañera de trabajo.

No tengo muy claro cómo van a diferenciar si un señor le está mirando el culo a su compañera con intereses libidinosos, estético, crítico o si está pensando en que puede pasar si el Betis empata el partido con la mirada perdida.

¿Cómo se analiza una mirada? Pudiera ser que en vez de interés sea miopía.

La cuestión no es baladí, una sanción laboral, un expediente en el trabajo, un ostracismo en el entorno de trabajo por una mirada. Como el tango.

Tenía yo una amiga en la juventud que pensaba que todos los zagales del universo la miraban y que era tan guapa y tan inaccesible que ninguno le «pedía salir», y bueno, cada uno cree lo que quiere, como aquella amiga de mi abuela que con más de setenta años decía que no se podía casar aún porque iban a pensar que lo hacía embarazada.  

La otra duda que me surge es si la «mirada impúdica» es de una señora a un compañero de trabajo porque todos hemos tenido una compañera enamorada de su jefe, de su compañero, del de la gestoría que viene a primeros de mes o del chaval de Nacex al que espera soñando con que llegue el verano para que se quite la chaqueta y pueda ver sus brazos musculados mientras fantasea ¡impúdicamente! con que le meta de todo menos miedo (con perdón).

La siguiente duda es si la mirada es de una señora a otra. ¿No hay peligro de malos (¿malos?) pensamientos  entre homosexuales? ¿No puede una mujer mirar a otra de manera sexual intentando adivinar el color de su ropa interior? ¿Por qué no sería sancionable en esta distópica realidad?

Las mujeres no somos seres de luz, quizás en el Convento Laico de la Laiquísma Madre Abadesa Montero no haya anhelos sexuales, erotismo, sensualidad, pensamientos ardientes, pero fuera de ahí las mujeres podemos, debemos y solemos mirar un culo e incluso comentar si está o no bien puesto.

Y, salvo que vaya acompañado de alguna ordinariez, dudo que haya policía de la moral que pueda juzgar si una mirada es o no impúdica, eso se queda para el examen de conciencia, laico, eso sí. Yo creo que no hay problema por una mirada, yo al menos no lo veo aunque ahora que le miro bien…