No hay día que Elena no abra los ojos sin intentar atrapar su sueño. Elena siempre sueña y ganarle al subconsciente le parece un acto de poder de su consciente. Una vez que lo caza no lo apunta, no tiene una libretita en la mesita de noche, no busca el significado, simplemente pone los pies en el suelo sintiendo que puede con todo.
Elena es una mujer más en un mundo de personas que sólo son uno más. Una vida corriente, llena de cotidianidad. Visto desde fuera nadie la envidiaría sin embargo su mundo interior estaba lleno de aventuras.
El desayuno lo planteaba como una suculenta y opípara mesa victoriana, caoba, cubiertos del plata, huevos revueltos con bacon y una delicada servilleta de hilo sobre su regazo aunque cualquier observador extraño sólo viera una taza esportillada y una magdalena de tamaño medio, de esas que te dejan con hambre pero que si coges la segunda ya sería demasiado.
Por supuesto en la ducha a veces era quien le hacía compañía a Gene Kelly saltando por los charcos o quien observaba desde su ventana una mañana de lluvia torrencial, un monzón tropical en el sexto B de una torre de Chamberí.
La imaginación le hacía que pasear el perro, Boston, fuera un viaje por la selva Amazónica, sortear personas era atravesar lianas y cuando a lo lejos veía el portal de su casa se sentía aliviada al llegar al campamento base.
El autobús al trabajo lo mismo era una diligencia del Oeste que se convertía en Luis Moya siendo copiloto por el rally París- Dakar. (Trata de arrancarlo, Carlos)
El problema era llegar al trabajo. Allí estaba él…tan real, tan pertubadoramente bello, tan sonriente que le dejaba sin posibilidad de hacer algo más que mirarlo y susurrar un buenos días.
Cuando las historias tenían que fluir, cuando el romanticismo tenía un abanico de posibilidades por mostrar, cuando los escenarios de amor verdadero (como el de Disney) tenían que hacer de las suyas, Elena se quedaba bloqueada.
El amor no correspondido, la soledad, la timidez, todo llegaba de golpe y le hacían la vida laboral imposible. Vivía cada jornada contando los minutos para no dejarlo de ver y a la vez para librarse de ese yugo de dolor que le interfería en su apasionante vida imaginada. No podía explicar a nadie lo que le ocurría y si estuviera en condiciones normales explicaría que se sentía como un naúfrago en una isla desierta y que no tenía ni un coco con quien hablar, pero no podía, esa puerta de la oficina era como el inhibidor de la Guardia civil.
Un día Elena se quedó en el rellano. Dejó paso a un repartidor y se quedó enmedio. Un pie en cada mundo y su cuerpo colapsó. Se sintió mareada, con náuseas, sudaba con un sudor frío que le hacía ver que se le escapaba la vida, al borde del síncope reconoció sus dos vidas. Antes de caer al suelo fue capaz de tomar una decisión.
Ahora Elena sube a lo más alto de las montañas colombianas a recoger hojas de coca, otros días es un elegante revisor del Orient Express y los días en los que vende alfombras llega a casa exhausta. Algún insensato vería que trabaja despachando pan, pero qué sabrán ellos lo que es la vida real.