ARCADIO

Podría hablar largo y tendido de la conciliación laboral para dejar mi postura clara de manera inequívoca, pero no lo voy a hacer. Diré sólo que cuando no tienes el apoyo de la familia porque vives lejos de donde ellos están (o porque no tienes, que todo puede pasar en esta vida) es prácticamente un imposible acceder a un puesto de trabajo, salvo que estuvieras contratada de antes, el puesto te permita alquilar la vida de otra persona (no vale sólo con contratarla) o tengas un enchufe tamaño XXL. Pongamos por ejemplo el horario del otro adulto de esta familia, que es de siete y media de la mañana a tres de la tarde, y eso si no tiene jornadas de veinticuatro horas, o semanas enteras de viaje. Añadir traslados cada dos, tres o cinco años. Facilísimo para intentar ajustar un puesto de trabajo al suyo. «Una jornada reducida es la solución», ya lo dejo dicho aquí para que no haya ilusiones rotas: No existen las jornadas reducidas reales en este país, salvo que la consigas una vez estabas trabajando. Está también la opción trabajar desde casa, aún más milagrosa.

Pues después de mi alegato para poneos en la situación sociodoméstica de mi hogar, puedo contar mi magnífica historia con Arcadio.

Hace un par de años, quizás tres, un día de primavera, creo recordar, sucedió todo. Era la hora de comer y había llegado con las niñas del colegio. Les puse la comida lo antes posible porque si se les pasaba el tiempo se le quitaban las ganas de comer, así que ellas comían antes y yo esperaba a mi marido. Todo muy tradicional. Supongo que es más moderno decir «mi chico» pero es que me entran escalofríos solo de pensar en usar esa expresión. Además, por poco «in» que resulte, lo cierto es que estoy casada (y va para quince años ya), incluso podría añadir felizmente casada, pero ya me temo que entonces perdería lectores, followers y hasta algún diente, por estar tan fuera de las tendencias. Tampoco está bien mentir: lo estoy.

Ese día, cerca de las cuatro de la tarde, aún las niñas terminaban su comida (debía ser algo que no les hacía mucha ilusión porque les resultó eterno). Nosotros empezamos a poner los platos en la mesa a la hora a la que los ingleses empiezan a plantearse el té. Yo estaba ya en mi silla cuando llegó mi marido y se sentó a mi lado, en su sitio de todos los días, con esa territorialidad casi animal que a veces tenemos los humanos. Conforme se sentaba y casi sin mirarme me dijo: «Tengo un hijo. Se llama Arcadio».

Recuerdo ese momento como algo impactante. Si hay alguna posibilidad de que el corazón se me parara, la sangre dejara de fluir y los oídos hicieran eco sobre un silencio hecho pitido infernal, entonces mi recuerdo es real y todo eso me sucedió. Estoy casi segura de que el mundo dejó de girar unos minutos. Tenía enfrente a mis hijas que miraban a su padre con cara extraña, estaba claro que ese hijo de su padre no había sido conmigo, pero guardaban un estupefacto silencio.

Él seguía tan tranquilo llenando su vaso de agua, partiendo pan, desplegando su servilleta,  y yo seguía sin reacción. Dos o tres siglos más tarde, recuerdo que me oí, con una voz que no era ni la mía, diciendo: «Pues no te preocupes, a su casa viene». En mi defensa diré que fui completamente comprensiva, en ningún instante me planteé una bronca o un numerito, los niños no tienen culpa de nada, y si tenía un hijo yo no sería la que le privara de estar con él o de recibirlo en mi casa.

Supongo que de repente se dio cuenta del cariz que estaba tomando el asunto y se empezó a reír a carcajadas, con todas sus ganas. Y no dejaba de reír y las niñas ya empezaban a tener cara de pensar «mi padre está desvariando más de la cuenta». Yo ya no sabía que tenía que decir, opté por callar y esperar a que parara.

Se explicó. Parece ser que había un sketch del humorista (o actor o no sé como definirlo) Joaquín Reyes en su programa Celebrities que imitando al cantante (o solidario o no sé como definirlo, otra vez) Manu Chao, en el que dice esa frase. Mi querido consorte la repitió sin darse cuenta de lo que decía, como quien tararea un estribillo pegadizo, y yo, que ni había visto ese prodigio del humor, ni soy muy espabilada -por lo visto-, estuve a punto de morir de un colapso emocional.

La anécdota ha pasado a ser fija en la familia incluso el pobre Arcadio a veces se lleva las culpas porque es buen chico y protesta poco. Eso sí, mi marido ya sabe que puede llegar perfectamente a casa, decirme que tiene un hijo, y que no va a pasar nada. Aunque no sé si la siguiente vez conseguiré creérmelo a la primera.

Un comentario en “ARCADIO

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