Esta mañana, muy temprano me he leído un artículo de «El Mundo». Es uno medio encargado, supongo, en los que hay mucho de publicidad, mucho de relleno y otro tanto de «interés general». Pero aún sabiendo todo eso, también es cierto que si ese artículo está escrito con cierto arte puede llegar el mensaje (aunque sea publicitario). Este lo firma Luis Alemany Rodríguez, señor que me es absolutamente desconocido, pero seguro que es por culpa mía.
El artículo en cuestión habla de un nuevo libro, «Hotel Florida» de una escritora estadounidense Amanda Vaill, y por lo visto en él se cuenta como grandes como Hemingway o Capa, con sus respectivas parejas, estuvieron alojados allí durante la Guerra Civil española. Más de lo mismo, sí, pero una óptica nueva.
Parece ser que el hotel era puro glamour, perversión y conversaciones de alto nivel. Sólo por eso este libro entrará a formar parte de mi eterna lista de libros que quiero comprar cuando las condiciones económicas sean favorables (Desde aquí un saludo a la Junta de Andalucía para que me pague lo que me debe). Será la primera vez que busque algún documento de la guerra civil española motu proprio (¡latines a mí!) porque es un tema que me tiene hastiada.
No soy ni bélica ni belicista. Entiendo las guerras como el fracaso de los seres humanos. Por mucho que esté dicho hasta la saciedad, la violencia debe ser el último recurso; y hasta en ese instante reconozco que preferiría una vía milagro para no caer en la muerte, la destrucción y los dramas que durante muchos años después lleva aparejado. Pero, sin embargo, ha habido guerras estéticamente bellas. La segunda gran guerra, por ejemplo, tenía un estilo de elegancia y distinción en sus uniformes, en su retórica, en su armamento -incluyendo aviones, barcos, lanchas, camiones…- que es imposible negar. Pocos uniformes más elegantes que el negro de las SS nazis, da escalofríos pensar la maldad que llegaron a perpetrar, pero además vestidos de una forma impecable por Hugo Boss. Tampoco se puede olvidar como los acantilados de Dover hicieron de paraíso natural para fomentar la leyenda y la belleza de la aviación en esta segunda guerra mundial, por ejemplo.
Hay guerras que motivan películas inolvidables, como «Casablanca» o «Senderos de Gloria», «La chaqueta metálica» o «El puente sobre el río Kwai», «La lista de Schindler» o «Braveheart». Seguro que hay un ranking de las mejores cien películas bélicas y no habrá ninguna sobre nuestra guerra civil. No porque no se hayan hecho, que se han hecho hasta el infinito, es que no ha habido calidad y esa imparcialidad de página pasada que tienen las anteriores, aunque algunas casi fueran contemporáneas al hecho dramático en sí.
Nuestra guerra, fratricida, horrible, sangrienta, dramática, dolorosa y, como todas, innecesaria, no ha sido vista desde la óptica de la belleza bélica. No sé si es que no somos capaces de quitarnos complejos, si es que en el fondo sólo daba para el chiste de Gila «¿Está el enemigo?» o porque no hubo ese romanticismo subyacente que sí han sido capaz de mostrarnos de otras guerras.
Este libro es el primero en el que se atisba algo glamuroso en nuestra tragedia, incluso hay un personaje español completando la terna de los protagonistas, Arturo Barea y la austriaca Ilsa Kulcsar, que hace que no fuera sólo una elegancia importada, hubo algo nuestro dentro de esa prestancia bélica. Albergo la esperanza de poder «presumir» de cierta estética del dolor, por eso «Hotel Florida» ha pasado a mi lista de deseos literarios, quizás me desilusione, pero debo intentarlo.
Por lo pronto, aviso a navegantes, estoy muy dispuesta a que alguien me lo regale porque este no es un artículo pagado.