Es curioso, al ir a buscar otras letras me encontré con este borrador de hace justo un año contando el bisiesto. ¡Qué cosas y qué maldita casualidad! Solo por ello me he decidido a publicarlo.
Un año son más que doce meses, un año son meses que pasan como si no fuera con ellos y van dejando un poso que sabe a vacío o a plenitud del alma. Un año y como cambia la vida, la mirada, los suspiros. Un año y siguen cayendo un rosario de lágrimas, ya sean de emoción, de miedo, de decepción, de tormentos. Un año…por la tarde…un día cualquiera, un año hace ya que sentía esto, está incompleto y me parece que si añado palabras lo prostituyo por unir un sentir actual al de entonces. Aquí lo dejo…fue solo hace un año y sin embargo…qué lejos…
«Ayer la alegría de la mañana se me iba dispersando conforme se iba gastando el día. Me negaba. Braceaba y luchaba contra el temporal emocional para que no me venciera la nostalgia, el dolor y la pena. Me releía optimista y buscaba dentro de mí esa alegría del despertar. Repasé lo bueno del día y de lo que pudiera estar por venir. Me obligué a soñar despierta cosas buenas. Ignoré a la lavadora, a la cocina y a la plancha. Me contuve de ir a buscar tabaco con el ansia loco de la necesidad y hasta conseguí alegrarme de que la nicotina no mandara en mí. Salí a la calle a buscar otra vez la mata de romero que me había hecho sonreír.
Me concentré en la rutina, intenté no pensar. Dejé que el sol acariciara mi pelo durante la siesta de sofá y ventanas abiertas, disfruté del privilegio de la manta liviana sobre mis vaqueros y mis pies descalzos. Me adormecí con el sopor de la opípara comida.
No sé el tiempo que duró la cabezada, poco, seguía el mismo episodio en la televisión, pero desperté con el corazón en la boca, galopándome en las sienes, asustada y temblando, y rompí a llorar. En silencio, sin hacer ruido, para que nadie se diera cuenta. Hay un punto en la vida en el que estás jodida, lo sabes, lo dices, después te arrepientes, y ya siempre callas; como cuando llamábamos por teléfono a casa del niño que nos gustaba y cortábamos en cuanto nos decían «Diga». Benditos teléfonos sin identificador de llamadas.
Me obligué a no caer más en la desesperación. Me repetí el mantra de que todo se soluciona, de que lo importante es la salud, de que los míos y los que quiero están bien, de que hay gente que está peor…todo lo que ya me han dicho, todo lo que ya había pensado, todo lo que -sinceramente- no sirve para nada. Pero la rutina a veces atonta y deja las emociones un poco anestesiadas.
El camino que se adorna de paseo con mis hijas me dio para buscar amapolas, contar golondrinas y disfrutar de ellas. Es un rato que valoro y que dentro de unos años supongo que valoraré aún más. Pero la soledad de un café y un bar de terraza llena e interior vacío, me hizo volver a caer en la angustia mal disimulada.
He llorado en un bar con amigas, con parejas, con exparejas, pero estaba viviendo algo nuevo. Creo que no debería olvidarlo, como el primer beso, la primera vez, el primer cigarro, la primera borrachera. Ayer añadí una muesca más en la culata de las primeras veces. Me dio vergüenza ponerme las gafas local cerrado, es como centrar el foco, como avisar y ponerme un fluorescente luminoso avisando de mi lágrimas, así que bajé la cabeza y disimulé con el teléfono móvil.
En un momento dado a penas levanté la cabeza para buscar un pañuelo y me encontré con la mirada respetuosa del camarero. Es un chico joven, lleno de pendientes por todas partes, incluido uno en la nariz de esos de los que entran ganas de tirar. Me sonrió, se dio la vuelta procurándome más intimidad y entretuvo en ordenar innecesariamente las botellas. El detalle tuvo un efecto balsámico y conseguí reponerme…»
ea, ea, ea ya pasó ese momento, ahora a disfrutar como tú disfrutas ….
Un año y medio ya mismo…