Esto lo hemos hablado mucho, todo esto. En público y en privado, por escrito, por teléfono, en grupos y en pareja, es un tema recurrente que vuelve y retorna, como aquellos envases de de gaseosa. Quizás porque las respuestas no son del todo satisfactorias, porque queda un poso de rebeldía contra la realidad, lo cierto es que esto impide apartar el tema y continuar como si se hubiera pasado una página definitiva.
Creo que no queda un ángulo nuevo desde el que mirar ni un hilo desde el que tirar para llegar a conclusiones nuevas. Es inútil seguir mareando las ideas para acabar en conclusiones semejantes. Es una tontería perder más tiempo y lo mejor es adoptar la postura sabida, entre el desdén y un falso «no me importa». Pero no es posible.
Es cierto que iba a escribir este post desde la ironía y el doble sentido, desde la broma y la chanza que dieron de sí aquellas lecciones a hombres sobre mujeres, pero he preferido no hacerlo porque -aunque parezca increíble- algo tan jocoso y hecho con el afán de divertir y sonreír dentro del mundo de la red social y la rutina vital, me hizo perder una amistad.
Vayamos a la historia.
Que las relaciones entre hombre y mujer han podido avanzar más en estos últimos cincuenta años que en varios siglos atrás, es algo indiscutible. Que en nuestro país puede que durante los últimos veinte, además, la mujer haya decidido no esconderse y ser y parecer lo que es y no lo que quieren que sea, también puede ser cierto. Y esto se nota. No me refiero a ningún estereotipo feminista, si no a la facilidad para expresar que están cansadas, decepcionadas, sexualmente satisfechas o todo lo contrario, por poner unos ejemplos. No es raro escuchar de labios de un hombre un «es que me intimidas» o alguna expresión semejante. La tradicional docilidad femenina está un poco más en desuso. Gracias a Dios.
Que las mujeres sean independientes y fuertes, capaces y sabedoras de serlo no implica que una mujer tenga que soportar y aguantar conductas que entre hombres ya serían tachadas de deleznable por algún observador imparcial (si lo hubiere). Me refiero a un caso concreto, algo que he podido comprobar desde hace tiempo.
Existe un variedad de relación que comienza como amistad, una amistad de tiras y aflojas de tensión sexual no resuelta. Un momento divertido y estimulante en el que se dice todo, pero no se dice nada. El «roneo» de toda la vida pero con una carga más carnal. Este tipo de relación acaba generalmente en una cama -entendiéndose ésta como globalización de la localización deseada para la práctica del sexo-, dos personas que de mutuo acuerdo deciden avanzar es algo bello. El problema es cuando ese avance se convierte en retroceso porque el varón (pudiera ser la mujer, pero no tengo datos sobre esto) comienza a contar sus hazañas sexuales, sus conquistas o su vida sentimental en ese momento. Parece obvio que no es el momento, no hay necesidad de tal complicidad y menos en ese instante…, pues sorprendentemente, sucede.
Además de que puede ser una falta de caballerosidad (atrás las feministas que sólo es una expresión y no un valor del hereropatriarcado), de lealtad a la persona que fue sujeto de la historia comentada, de faltar a la confianza depositada y muchos etcéteras más, además -repito- es una insensibilidad profunda, una falta de empatía brutal. Hay cosas que no son necesarias saber.
Ese colegueo súbito, que a partir de ahí se traslada a la vida vestida, es una losa que termina con la amistad y los buenos ratos. De repente esa mujer objeto del deseo se convierte en oreja confesora, en diván de psicoanalista, en amigo campechano, y nadie le otorgó tal poder al contrario. De pronto se le comenta lo buena que está la que pasa por delante de la terraza donde se comparte una cerveza, se le cuenta que está intentando «algo con alguien», y aunque sea nada más que por la falta de tacto, sin más connotación sentimental, se sufre.
Es cierto que el sentimiento es subjetivo y como tal no se puede culpar a otras personas, es cierto que lo que hoy expongo como «tara» del nuevo varón puede ser igual tratado como «fallo» de la mujer moderna, es cierto que la generalización es un arma de doble filo, pero creo que -como conclusión- es un error contar las pasadas intimidades a otra persona y más cuando está desnuda a tu lado.
A todas vosotras, queridas mías, por las horas invertidas, por las risas pese a todo, porque sois valientes
Si es que la cama o es sitio para hablar y ya no digamos para para el móvil.
Estoy muy de acuerdo, pero creo que es un mal general y ahora de todos los «géneros» que ya tiene guasa el neovocablo de la Simone de Sartre que tan zapateril ha irrumpido hasta en los formularios. Del género tonto todo, pero mira qué éxito entre todas las capas sociales y culturales. Para alucinar.