Resulta que ahora hay difteria en España. Erradicada desde los años ochenta ha vuelto y espero que no sea para quedarse, hemos dado un salto atrás y me veo tentada de cardarme el flequillo y ponerme calentadores. Lo haría si no fuera porque no me sentaban bien y además no tiene maldita la gracia que haya un niño en estado crítico en un hospital catalán.
La corriente, internacional, de que las vacunas son perjudiciales es una de esas tonterías que hay que aguantar en la vida moderna, igual que te decían que no podías lavarte el pelo si estabas con la regla o que te podías quedar embarazada si te sentabas en la cama de un soltero. En la misma categoría lo pongo. Renunciar al progreso me parece una estupidez de tamaño gigante, hacer que tus hijos no tengan esas opciones me parece un delito.
Entiendo que puede ser bucólico y pastoril intentar frenar un dolor de cabeza o el insomnio con un puñado de hierbas en agua hirviendo. Yo, de hecho, confío tanto que sigo buscando la poción de ese pueblo de galos reducto frente a los romanos, ojalá Panoramix se acercara por mi casa un día de estos y me diera esa fuerza, mientras tanto tomo pastillas de magnesio que no sé si ponerlo en categoría de química o de hierbas, pero como me funciona lo pongo en el epígrafe de «lo necesito». Eso sí, para un dolor de muelas por favor, acércame todos los analgésicos que tengas porque yo no he nacido para sufrir por gusto.
Aunque me resulte sorprendente que alguien en su sano juicio renuncie al jamón, a los entrecotes, y a los montaítos de lomo, puedo aceptar que alguien decida ser vegetariano, lo que no comprendo es que se le prive a un niño de esas proteínas. Conozco el caso de un padre que tuvo que pedir que su hijo comiera carne y lo hace una vez por semana por sentencia judicial. Tampoco logro entender que se le prive de la leche, de los huevos o del pescado. Los adultos pueden hacer con su vida lo que les de la gana siempre y cuando no fastidien a los demás, los niños tienen unos derechos y al final tendremos que acabar legislando menús porque hay padres a los que se les ha pintado la neurona de verde.
Hay en el colegio de mi hija una niña a la que la madre le da de desayuno zumo de frutas rojas y un poco de hinojo. La niña tiene un tono de piel gris y siempre está enferma, todas sus enfermedades las cura con buenos propósitos y mucha naturaleza, pero la cuestión es que no sé si hay derecho a que una madre obligue a una hija a vivir así. Amén de que desayunar hinojo ya es de por sí un delito y si no lo es, debería serlo.
Por cierto, yo todos los años cuando matriculo a mis hijas tengo que fotocopiar la cartilla de vacunación, como si fueran perros, es obligatorio llevar la fotocopia, pero no es obligatorio vacunar, así que aún sigo intentando comprender para qué hacemos el ridículo. No sé si para que el Consejo escolar tenga miedo o por si se da el caso de que yo tenga que moñear a alguna madre si trae una de esas enfermedades al colegio, tener controlados los niños que puedan ser los más expuestos.
Esta decisión de los padres de no vacunar a su hijo va a traer como consecuencia inmediata tener en cuarentena a ciento cincuenta personas, el tratamiento de su hijo y no sé si alguna consecuencia más grave, Dios no lo quiera. Es verdad que la Seguridad Social paga los tratamientos de los fumadores que enferman de cáncer y lo han hecho por voluntad propia, de igual manera que otras enfermedades que nacen de la voluntad individual también se tratan, no es tanto la cuestión económica como el peligro en el que se ha puesto a la sociedad, las consecuencias que puede traer si ha habido contagio y, sobre todo, la indefensión de un menor expuesto a decisiones paternas sin que haya manera de obligar a los padres. Progenitores a los que , como bien se recordaba en Tuiter, se les obliga a llevar a sus hijos en una sillita especial en el coche por su seguridad. Las vacunas deben ser entendidas como imprescindibles para la seguridad del menor y del conjunto de la sociedad.
La ciencia, que avanza a pasos agigantados y nunca suficientemente rápido, nos otorgó el poder de prevenir enfermedades mortales, plagas, pandemias, y salvarnos de unos síntomas desagradables que pueden ser para toda la vida. Hemos adoptado con normalidad que hay enfermedades desaparecidas y que no hay que enfrentarse a ellas como no hace tanto demasiado tiempo. Gracias a esas vacunas la polio, por ejemplo, no forma parte de nuestro día a día en centros de salud. No veo la necesidad de volver atrás.
Ojalá el niño se salve, ojalá no hay contagio y sobre todo espero que esto sirva para tomar decisiones porque a veces a los menores hay que protegerlos hasta de la presunta buena voluntad de los padres…