MALDITO INSOMNIO

Maldito insomnio.

Aún hoy, cuando acabo de despedirlo y el día ha hecho que los ojos abiertos tengan otra denominación, cuando aún tengo en mi piel (sobre todo debajo de mis ojos) tengo su caricia, yo soy incapaz de comprender por qué él me recibe en su seno, sin saber cuál es el detonante que me hace caer en la más blanca de las noches, a veces, incluso lo presiento.

Anoche, cuando todavía clareaba el cielo, cuando tenía frescos los besos de buenas noches de mis hijas, aún vestida tal y como pasé el día -maravilloso, dulce y en buena compañía- con los zapatos de tacón inertes en una postura extraña, me llegó el escalofrío que precede a una noche sin dormir. El cuerpo me avisó y yo no quise luchar, podría haberlo hecho. Ahora lo pienso, igual algún tipo de pastilla me habría librado de esta noche infame, aún estaba a tiempo, entonces tenía la oportunidad de reaccionar, pero asumí que era mi castigo, mi condena, mi expiación de una culpa que ignoro.

Decidí que era la noche en la que volverían los suspiros y las vueltas en la cama. Tengo una extraña habilidad para enredarme en pensamientos que duelen, que desconciertan o que abruman. En la noche lo hacen alrededor de mí, como el «shibari», pero sin su erotismo ni su maroma física, sin su elegancia ni su placer. El vacío de dar vueltas sobre uno mismo es una energía en negativo que tira hacia abajo más que la fuerza de la gravedad.

Y confunde. Digan lo que diga, yo no acierto a comprender que las decisiones haya que consultarlas con la almohada, pues cualquier toma de decisión que quede pendiente de una noche sin sueño no es más que un cúmulo de despropósitos. El amanecer del insomne es turbio y espeso, como la cinematográfica niebla del Támesis. El cuerpo cansado, los ojos inflamados y cierto acolchamiento mental no pueden ser el estado con el que se toma una decisión importante. Es imposible.

Así me encuentro, dolorida sin motivo, sabiendo que al día le quedan muchas horas y que no puedo permitirme el lujo de abandonarlo todo por intentar conciliar el sueño. Incapaz de articular palabra y a duras penas, como puede comprobarse, de escribirlas. Ni siquiera me siento con fuerzas para aspirar a llegar con dignidad a la siesta, pero tampoco hay mejores opciones.

Será cuestión de dejar de dar vueltas a las cosas dejándolas suspendidas en el limbo de la nada, lo mejor será intentar sobrevivir y sobre todo de mucha dignidad, como si me hubiera despertado angelicalmente de un sueño largo, profundo y reparador. A fin de cuentas disimular no es más que una convicción social más, y tengo que reconocer que eso lo tengo muy logrado… Buenos (¿?) días.

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