Mi lista de temas se va agotando y tengo el vértigo del alcohólico frente al último trago. Es una pena que yo no sea capaz de recordar en mi último trago que ya no hay más, me pierdo la oportunidad de decirlo o al menos de pensarlo. No es igual decir «me queda un buchito» que «este es el último trago». También es verdad que para que luzca, y sea una frase sincera, la copa no debe tener hielos porque si no, en un breve espacio de tiempo, te deja por mentiroso.
Pero lo cierto es que mi tabla de salvación en forma de libreta rescatada de las fauces del desprecio -soy una Indiana Jones de las libretas olvidadas- cada vez tiene más tachones y debe ser que las musas no quieren nada conmigo porque no me silabean en el oído historias nuevas que contar. Igual me han organizado una huelga con alguna reivindicación que desconozco. Es conocido el abandono, pero las huelgas no, pero lo sospecho.
Me queda en mi lista hablar de la lealtad. De la importancia que le doy, que es toda, de lo leal que soy y de lo que implica la pérdida de confianza en alguien, que siempre va más allá de lo que parece y pringa a más gente de la que en principio entran en el fango. Y se vuelve incómodo. Aquello del papel que se arruga que por mucho que lo estires ya nunca volverá a ser lo que fue. Tengo en mi lista hablar de cuál es el número de veces que hay que poner la mejilla izquierda o la derecha y sobre todo la espalda, para llevarte puñalaitas traperas en forma de desdén o de traición. Incluso en un margen, con una letra que a duras penas entiendo yo, tengo apuntado hablar de los que consideran que estás obligados a hacerles favores, que han nacido con una estrella más grande que los demás y no sólo los pide, si no que además estás obligado a hacérselos y además por ciencia infusa. Quise un día hablar de los desagradecidos.
Pero he tachado todo eso. Y luego he arrancado la hoja. No quiero hablar de rencores, ni de egoísmos. No quiero hablar de falta de empatía ni de sensibilidad. No quiero extenderme en quien sólo se acuerda de ti para las penas. No quiero llenar de sombras esta escalera que ya tiene las ventanas abiertas para que entren las claras del día (que me pediste y te di). Estos peldaños ya tienen los aires limpios que ventilan habitaciones y corazones. Y, además, no le voy a dar la importancia que quizás tenga pero que no merece porque llega la vida y te enseña una noticia triste que sólo te hace pensar en lo afortunada que eres, y le das gracias a tu Dios o a tu suerte. Y olvidas todas esas cosas que duelen.
Tampoco quería hacer una nueva pausa dejando como último goteo un tema tan poco agradable. Las cosas poco bonitas suceden, negarlas es una tontería, no dejan de existir por no decirlas, pero no es el tema con el que quería irme y además desde la sonrisa no se puede escribir de cosas tan feas con precisión de cirujano. Y yo sonrío y disfruto de esta semana tanto que mejor no tener de que escribir que empañar lo que llevo un año esperando.
Me voy a recolectar gotas para que lleguen de quince en quince. Abriré los ojos mucho y el corazón para tener un montón de temas nuevos que contar, negociaré con mis musas. Voy a volver al sitio que más me gusta del mundo, donde quiero vivir y donde quiero morir. Voy a comenzar un compás de espera que culmina un Lunes de madrugada. Hasta el martes…