UN MES

La vida es lo que pasa mientras sucede la propia vida. A veces hay vidas entretejidas entre sí, son todas nuestras, pero son varias. Estoy convencida de que no me pasa sólo a mí, dentro de cada uno de nosotros hay diferentes yos que nos hacen adoptar distintos roles, diferentes personalidades y cada una de ellas tiene unas vivencias. En ocasiones, esa vida -unión de varias- no es suficiente para sobrevivir.

Ha exactamente treinta y dos días del momento en el que pensé que no había salida, que no tenía manera de solucionar nada y que pese a que tenía mucho más de lo que muchos quisieran desear, no podía con mi propia existencia. Una losa que bloqueaba mi futuro. Un millón de piedras estratégicamente puestas para que yo no pudiera más que tropezar.

No era capaz de avanzar. Es extraña la obcecación que no te deja respirar. Pensamientos y sentimientos que se convierten en físicos. Quizá no nos paramos a pensar lo que de verdad puede arrastrar algo tan intangible e incontable como el amor, el sufrimiento, la nostalgia, el miedo…Está escrito, esto es cierto, estudiado y seguro que hay sesudas publicaciones, pero en nuestro día a día no está al completo valorado como la etereidad se convierte en física. Es pura transformación, no sé si de energías o de qué, pero «si sufre el alma, el cuerpo también» que decía una canción de Los Rebeldes.

Entiendo que treinta y dos días es una fecha extraña de conmemorar, por no decir pelín surrealista, desde el seis de abril. Para centrarnos. Una fecha donde curiosamente estaba feliz en la superficie y hundida en el fondo. Algo así como unos peces que hay en el Estrecho, los voladores («volaores»), que se pasan el día nadando en el mar pero de vez en cuando vuelan y hasta pueden llegar a planear hasta treinta metros porque tienen unas especie de alas.  Entonces me sentí así. No encuentro símil mejor. He de reconocer que estéticamente no son muy muy bonitos, pero son muy sabrosos después de pasar por el secado, son peces que se comen después de haber estado tendidos al sol. Es un espectáculo ver un tendal de pescados abiertos y atados por la cola.

Si hoy he mirado el calendario ha sido para darme cuenta de que hace un mes que empecé a quitarme las telarañas de la angustia. Entre muchos me han ayudado a conseguir luz en mis tinieblas. Por mi parte he puesto todo lo que he podido y mucho más, me empeñé en salir adelante y no dejarme vencer, quise secarme las lágrimas aunque fuera a puñetazos y ha funcionado. No digo que ahora viva en un mundo lleno de arcoíris y de unicornios -todo el mundo sabe que los unicornios y yo tenemos una relación compleja-, el camino será largo, supongo que de vez en cuando habrá momentos en los que las nubes me dejen un poco más a oscuras, pero hoy tengo que celebrar.

Hoy hace un mes que empecé a sonreír. Al principio fue un gesto tímido, un poco amorfo, pero ahora río a carcajadas sin importarme el que dirán. Es curioso saber dónde empieza la remontada, dónde está el punto de inflexión, pero lo sé, estoy segura; así que hoy estoy contenta y celebrándolo como cuando tenía quince años y empezaba a salir con un niño…, esa época en la que se contaban hasta las horas de amor como si no quedara toda una vida por delante. Pura paradoja.

No quiero volver a la oscuridad, no quiero sentirme tan mal nunca más. Gracias a todos, por aguantar el bajón, por no rechistar, por seguir aquí al pie de la escalera, por esperar y por ayudarme a volver a sonreír.

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