Yo siempre he sido rellenita, eufemismo simpático -los cojones, con perdón- de estar gorda, pero sin ser obesa. Yo no sé quien se dedicó a identificar estas palabras con algo que ya tiene su nombre. Entiendo la riqueza del castellano, le poder de la lengua (en todos los sentidos), la magnificencia del sinónimo y como éstos avivan la literatura, pero que alguien me explique que «rechoncha» o «rellenita» son epítetos gloriosos para las letras. Todavía puede ser peor: «entradita en carnes», vayamos por partes… mejor no que despotrico y no llevo ni cien palabras y ya he soltado una grosería.
Mi madre se enfada conmigo cuando digo que yo estaba gorda, ella dice que no es verdad, pero las fotos le desmienten con una frialdad abrumadora. Yo era grande, di el estirón (volvamos a las frases hechas de nulo calado literario) antes que las demás, y luego ellas se encargaron de crecer, superarme y no engordar. Es decir, cuando hice la Primera Comunión yo era de las que iban atrás y cuando hicimos la fiesta de COU yo estaba en las filas de en medio y porque había algunas muy bajitas.
Inciso: Entre mis recuerdos traumáticos está que el día de mi Primera Comunión me tocaba leer una de las peticiones. Yo estaba nerviosa y preparada para que me pasaran el micrófono. El casquete con velo -horripilantísimo- que nos obligaron a llevar se me clavaba a los dos lados de las orejas y temía no oírme, eso me atormentaba. Supongo que el tamaño de cabeza y la gran cantidad de pelo no favorecían al encajamiento craneal de la presunta dulzura inmaculada del casquete. Pues bien, llegado el momento de leer mi petición, se olvidaron de mí. Por un lado me alegré, pero por otro me frustró bastante que se olvidaran de mí de esa manera tan clara. Tanto que luego no vinieron a decirme nada, nunca. Señorita Isa, sé que estás ahí arriba, gracias por ignorarme tanto.
Inciso terminado. Drama expulsado. Reconrcito resuelto.
Pues bien, desde esa tierna infancia grande y redonda, yo era glotona. Dice un refrán que «quien no puede comer después de harto, no puede trabajar después de cansado». Pues yo era (y soy) de esas. No tengo fondo. No tengo fin. Pasadas las horas sí puedo reconocer que estoy ahíta, pero mientras estoy en el proceso de la ingesta desmesurada, puedo comer hasta que no queden alimentos, hasta que vengan a denunciarme por avituallamiento excesivo, hasta el infarto, hasta la explosión. Es decir, yo dejo de comer porque me lo dice la cabeza, porque sé que no debo, no porque me sienta llena. Si en esas pantagruélicas comidas la hora era cercana a la de dormir, es decir, la cena, entonces el drama estaba asegurado. Dice mi madre -yo dormía en el mismo dormitorio que ella- que la conversación no cesaba en toda la noche, que tenía pesadillas y que pegaba saltos en la cama, es decir, en vez de girarme como las personas normales, lo hacía pegando brincos.
Anoche con la ansiedad futbolera cené mucho, rápido y durante mucho tiempo. No fui consciente hasta que acabó el partido. Noté una peso desconocido ya para mí. Quise hacer tiempo para que la digestión intentara realizarse pero parecía una lavadora atascada incapaz de girar. Me temí lo peor.
Esta noche, cuando el reloj marcaba las 4:27 mi voz me ha despertado. Debía llevar un buen rato hablando porque tenía la boca seca. No tengo muy claro lo que estaba soñando, sé que no era agradable, que era algo que me tenía angustiaba, supongo que era una pesadilla, pero el recuerdo no lo puede atrapar. Lo que más me ha sorprendido es encontrarme tumbada al revés, en horizontal, ocupando toda la cama. Hacía años, más de veinte años, que no me pasaba algo así. Debe ser mucho más porque la última vez estaba aún mi madre para apaciguarme o traerme una manzanilla -que yo odiaba de manera visceral-.
Ahora sólo tengo ganas de llorar en una esquinita, de morir lentamente, de solicitar un tiro de gracia. Me duele la tripita, además habré engordado muchísimo, y por raro que parezca, hay algo aún peor…no está mi mamá para traerme una odiosa manzanilla.
Pero si estás delgadísima que te he visto en las fotos y, además, por una noche no se engorda. Eso sí, el que ha sido gordo siempre lleva un gordo en su interior aunque esté flaco. Lo de volver a ser hija eso sí que tiene menos solución.
Yo soy una gorda…pese lo que pese…