TRES ALARMAS

Resulta que esta mañana he conseguido apagar el despertador a la primera. Las tres alarmas. Nada puede ir mal hoy.

Suena el móvil primero que me avisa que en tres minutos tengo que levantarme, intento convencerme de que no es tan mala idea poner el pie en el suelo y cuando todavía no lo he conseguido suena el despertador ruidoso e indecente. La ventaja de este despertador es que con un manotazo se apaga, no hay que ser delicada ni encontrar el botoncito, tampoco tengo que pasar el dedito por la pantalla justo por el sitio adecuado. Mientras manoteo por la mesita de noche, suena el móvil otra vez, así que tengo que acertar rápido con el despertador para acariciar la pantalla para que calle ese maldito trasto de una vez. Esta conjunción de sonidos, esta exactitud en el tiempo, me provoca un mínimo de inteligencia -hay bichos de laboratorio más inteligentes que yo a esas horas- que me impide seguir remoloneando. Todo está pensado.

Soy de ese tipo de personas que una vez está consciente, que no despierta, ya no puede volverse a dormir. Me produce una envidia de proporciones desorbitadas aquéllos que lo consiguen. Por eso pocas veces me quedo dormida. Salvo que mi nivel de sueño modo piedra me haya impedido escuchar las tres alarmas, lo normal es que acordándome de los ancestros (y descendestros, que diría mi hija) de quien inventó un horario así, yo me levante enseguida. Supongo que para sufrir este castigo, esta falta de don del sueño en segundas nupcias, en otra vida fui terriblemente mala: un dictador sin complejos, una cucaracha, un asaltador de caminos, una caloría. Sólo en casos extremos, pongamos por ejemplo cuando todavía hay cierto movimiento etílico o si me acompaña la fiebre, puedo darme la vuelta y seguir durmiendo. Y así mejor no.

Con semejante buen augurio mañanero no me ha importado haberme dejado una ventana abierta, quitar el lavavajillas y que uno de los vasos me chorreara el pie, poner una lavadora, recoger la ropa para aumentar el infinito -y siempre constante-montón de ropa por planchar, hacer desayunos y meriendas para el colegio, quemarme la lengua con el café, mirar mis cuentas y comprobar que no sólo no me ha devuelto Hacienda lo que es mío (entendiendo la propiedad como núcleo familiar en lo universal) si no que mi solícito Ayuntamiento se ha cobrado los impuestos locales…todo eso ha dado igual. Tampoco me han sofocado las nubes, ni el suelo húmedo que me prepara para la lluvia o la niebla cuando yo ya tenía el bikini preparado.

Poco ha importado que al lavarme los dientes mi fuerza higiénica me haya destrozado la encía cuando se me ha desbordado el ímpetu. Tampoco ha calado en mi ánimo haber engordado un kilo y medio, eso sí, he amenazado de muerte a la báscula. Ni siquiera que al desenredarme el pelo se me saltaran las lágrimas. Incluso cuando me he acordado que hoy se resuelve con artimañas democráticas el futuro de mi tierra, he seguido sonriendo.

Sonrío aún. Nada me borrará la sonrisa. Hoy juega el Real Madrid contra el equipo de fútbol más guapo del mundo. Lo es sin duda ahora, no se daba algo igual desde que desde que coincidieron en las filas blancas Zidane y Beckham (hasta si me apuran añado a Figo). Hoy sé que ganamos y además que me alegro la vista. Espero además un partidazo. Lo sé desde que apagué a tiempo las tres alarmas.

¡Hala Madrid!

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