CAJAS DE MUDANZA.

Las mudanzas llevan aparejado reencontrarse con el pasado indeseado. O por lo  menos con el pasado olvidado a fuerza de querer no recordar. Llega una caja por hacer -o por abrir- y te encuentras con aquel momento de tu vida y vuelves a tener aquella edad y te sientes como entonces, generalmente mal. Vienen olores, besos y momentos a la mente.Y nada puede impedir el vértigo de esos días, la necesidad de huir, la película mil veces visionada, las respuestas que ahora darías y no te atreviste a dar…

Fue un domingo por la tarde, llovía torrencialmente y no había nada mejor que hacer que quitar una de esas cajas que se apilaban en uno de los cuartos sin usar. Aparecieron libros de texto del instituto con el nombre de el «él» de turno en los márgenes, dos mecheros de gasolina olvidados, un par de pañuelos y la camiseta de un grupo de música que ahora se avergonzaría de reconocer que fue fan gritona de primera fila. Reconoció al instante la caja y le entró un sudor cobarde que a poco le hace salir de casa sin paraguas. Al fondo de la usual caja de limpia hogar Kiriko, que le servía de recipiente para trasladar su vida con olor a limón, una caja forrada de tela rosa, sin lazo, pero llena de cartas.

Abrió temblorosa lo que ya sabía que sería un golpe de nostalgia y melancolía, de dolor y lágrimas. No necesitaba quitar la tapa para saber lo que había dentro, pero lo hizo. La primera de todas, la última que escribió y no mandó…Se arrepintió en el último momento y después de tantos años aún no sabía si esa censura fue lo mejor que pudo hacer o todo lo contrario. Cedió a la tentación de encontrarse con ella misma en aquellas letras, las conocía casi de memoria, las tenía en el subconsciente desde el momento que decidió que era mejor olvidarse de todo aquello.

El sobre había envejecido poco. Desdobló los tres pliegues del papel delicado y comenzó a leer..

«Querido mío:

Te parecerá quizás un poco antiguo que quiera escribirte una carta. Es algo bello que me gustó recuperar para ti, para nosotros.

He optado por dejar mis letras naufragando en busca de tus ojos al leerlas. Lo cierto es que me apetece muchísimo decirte que te quiero. Ahora mismo quisiera susurrártelo al oído, acurrucada a tu lado, con mi mano en tu pecho, justo en medio, en ese hueco que parece que se creó para mí, y sin mirarte a los ojos, pero sintiendo tu respiración, contarte como me siento. Despacio, sin prisas, como si tuvieramos por delante toda la vida, como si el reloj no fuera a avisar, indecente y estúpido, de que debemos separarnos.

Soy feliz entre tus brazos, atrapada en tus labios, seducida por tu voz que me cuenta historias que me embelesan… sobre todo porque son tuyas, y jugar con mis dedos en tu piel mientras hablas y eres el único sonido de mi tiempo.

Quiero contarte que eres mi pensamiento recurrente del día, y que no te lo digo para que te asustes. No soy una loca, ni una obsesa, pero eres mi pasatiempo favorito. Te evoco, te pienso, te disfruto en soledad y busco los instantes en los que no hay nadie para compartirlos contigo, aunque no estés. Y si hay alguien, me evado de las realidades aburridas y densas para disfrutarte. Traerte a mi lado sin que lo sepas, besarte despacio o con la pasión que acostumbramos, dejarme llevar por ti sin que te hayas movido de donde estás. No sé si supones lo que eres en mi vida, en la rutinaria y en la que vuela sin fronteras ni ataduras con la libertad que otorgan los sueños.

Quizás este ansia de ti, esta locura adolescente, sea porque ya pensaba que nada podría sorprenderme. Cuando tenía claro que apenas podría diferenciar un día de otro, apareciste para poner boca abajo mi vida y bendigo aquel momento cada vez que lo recuerdo. Me resulta increíble que la suerte se conjurara para provocar que nos conociéramos.

Pero es duro no tenerte cerca, muy duro. Las distancias son eso que los demás ven como una anécdota, incluso intentan convencerte de que es algo positivo, que desgasta poco del día a día y que cada encuentro es una fiesta en la que no merece la pena ponerse a discutir, y todo junto sólo es un cúmulo de satisfacciones. Nunca entendí ese razonamiento, a mí los kilómetros me aterran. Cada uno de ellos me parece una zancadilla que si bien no es insalvable, es dolorosa y constante. No puedo pensar que los días se suceden sin estar contigo, sólo intento conseguir que vuelen hasta el momento de estar a tu lado, donde entonces ruego, que el tiempo se detenga. Y no lo consigo. Reconozco que me da miedo que me olvides, mucho miedo.

No me engaño, yo sé que para ti no soy lo que tú eres para mí, no es recíproco ni en forma ni en intensidad. Para ti soy algo entretenido, fugaz, apasionante si estamos frente a frente, y para mí lo eres todo. Sonrío con tristeza cuando me doy cuenta de lo injusto del sentimiento. Me gustaría tanto que te sintieras como yo… que te llenaras de amor sólo con pensarme, que el recuerdo de mis caricias te abanicara la ternura, pero sé que no es así. Incluso dudo que mi imagen acuda a tu recuerdo si no me hago notar. Por eso interrumpo tu rutina, por eso me adentro en tu normalidad en forma de mensaje, no quiero dispersarme en la niebla de tu recuerdo.

No sé si podría soportar que se me queden sin cumplir tantos sueños que tengo pendientes de vivir contigo, y que la maldita distancia y nuestras circunstancias me hacen imposible acometerlas con la rapidez que yo quisiera. Es cierto amor, lo quiero todo de ti. Aunque también, a veces, tiemblo al pensar que una vez superados los anhelos pendientes, tengas previsto el final. Me consuela pensar que yo siempre quiero más y que si de mí depende, siempre habrá un momento mágico preparado para ser vivido.

No quiero ponerme triste pensando cosas que me asustan, no quiero pensar en puntos sin retorno, prefiero recordar momentos compartidos. Me afano en repetir en mi imaginación los momentos buenos porque, además, casi no tengo malos a tu lado. No tengo ningún instante que me haga sufrir cuado estoy pegada a ti.

Lo único doloroso respecto a ti, me la procuro sola, soy la única culpable, pero no puedo evitar imaginarte en brazos de otras mujeres o siendo la base de los suspiros enamorados de aquéllas que seguro sucumben frente a ti. Y no puedo hacer nada, las circunstancias son así. Pero me duele pensarlo. No debería hacerlo, pero hay momentos en los que se me atraganta el pavor y sólo viene a mi rescate… la inseguridad.

He osado a veces preguntarte por lo que sientes y siempre has sabido encontrar la palabra adecuada que no te comprometiera del todo, has matizado las frases de la manera correcta para no darme la plenitud de la tranquilidad. A ratos ni siquiera sé si te parezco guapa. Es una tontería, lo sé, me lo has dicho muchas veces, pero le veo cierto perfil de cumplido, de rutina ensayada de hombre de éxito con el sexo contrario, y reconozco que me produce desazón.

Pero yo no quería avivar miedos, ni que éstos sonaran a reproches, yo quería decirte que pasaría la tarde pegada a tu piel y que me dejaría llevar por el amor. Sí, lo sabes, estoy locamente enamorada de ti, sé que no te sorprende. Te diría una y mil veces que te quiero, aunque mis palabras no tuvieran el eco de las tuyas y soñaría con dormir a tu lado aunque sé que la vida nos priva de este privilegio.

Como no puedo hablarte de otra manera, te mando estas letras en las que me he vaciado. Ojalá te hayan estremecido o hayan provocado una sonrisa y un recuerdo. Ojalá al leer, hayas pensado en mí y la distancia se hay hecho más corta que un suspiro.

Te echo de menos. Te necesito. Te quiero.»

Temblaba y lloraba. El final de la carta le dejaba sin aire. Era más por el vuelco de la emoción, por como desnudó su alma,  que por el destinatario. Recordaba que la carta le sirvió para desahogarse, racionalizar y comenzar a dar pasos en la dirección opuesta a la que le pedía el corazón. No fue instantáneo casi que no fue queriendo, pero fue el principio. Gracias a esta carta comenzó a abrir los ojos. Gracias a estas letras fue capaz de mirar más allá y encontrar lo que sin saber estaba buscando. La felicidad empezó en esta angustia.

Dejó de llorar y desistió de colocar aquellas cosas. Volvió a meterlo todo de nuevo en aquella caja. Lo haría otro día. En otro momento. Quizás en otra vida. Quizás lo mejor sería tirarlo todo directamente y sin mirar atrás. Tampoco ocuparía más tiempo de su vida en pensarlo. Una voz le interrumpió sus pensamientos…

– Cariño, ¿estás bien?

– Feliz cielo, mejor que nunca…

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