Creo que ya he contado en esta escalera, no recuerdo ni que día ni a que vecino, que voy descubriendo cosas de mí por acumulación de conversaciones. Voy charlando con gente, cuento anécdotas, respondo preguntas y de pronto veo la luz al final del túnel y, en vez de dejar de respirar para siempre, llego a conclusiones sobre mí misma. No sé si es el método adecuado, a lo mejor lo suyo es adoptar la posición de la flor de loto, respirar pausadamente, dejar de sentir mi cuerpo y elevarme a un mundo superior y etéreo…pero eso seguro que se me iba a dar fatal porque a poco que suelte la mente, me evado y mi cabeza se me convierte en una jaula de grillos, si no me dieran asco esos bichos.
Soy incapaz de pensar «profundamente en nada» que decía mi abuelo (yo siempre le contestaba, «si es en nada, entonces es en algo» y él me ignoraba con cariño), así que la consecución previa de paz y armonía para enfrentarme a la racionalización y el conocimiento propio se me convierte en utópico. Yo sé quien soy a partir de reflejarme en palabras.
Por ejemplo, después de mucho explicar y entrar conversaciones sobre lo que me gusta y lo que no me gusta culinariamente hablando, conseguí llegar a una conclusión que ha ahorrado a mis sufridos escuchadores una retahíla de palabras y platos que igual no tenían ganas de conocer. Descubrí que a mí me gusta casi todo, menos la lamprea, las interioridades de los bichos, el cordero y cualquier carne que esté cocinada con hueso. Hay excepciones a esto, me gustan los callos y las alitas de pollo. Pues he tardado una pila de años de poder llegar a la conclusión de que no me gusta la carne que está cocinada con hueso. A veces soy muy lenta.
Hoy, sin ir más lejos, a través de una conversación telefónica matutina, diaria y feliz con mi santa madre he conseguido llegar a otra conclusión. Las actividades físico deportivas que tarden más de una hora me aburren, no es que yo sea profundamente floja (que igual también), pero el problema es que me aburro de las cosas con mucha facilidad, soy como esos niños de educación infantil que les tienen que cambiar la actividad cada veinte minutos. Es decir, puedo ir una hora al gimnasio, hacer puenting (lo tengo pendiente) o tirarme en paracaídas (de este año no pasa), pero soy incapaz de imaginarme andando por la montaña diez días, navegando dos semanas, vamos…se me hace larga una maratón hasta por tiempo, de los kilómetros ni hablamos.
Que me aburro de las cosas con facilidad también fue una particularidad propia a la que llegué un día conversando sobre a todas las cosas a las que me había apuntado en mi vida y había abandonado, la de proyectos que se me quedaban a medias y mi incapacidad de contar una historia que me costara más de tres días contarla. Sé que no es una virtud, pero es una realidad. A cambio tengo mucha fuerza de voluntad.
Ahora tengo pendiente una conclusión. Estoy recabando datos en mi memoria, virtual y real (la memoria nunca es real salvo que esté en un disco duro extraíble o un pen dirve ¿no? ) y creo que ya mismo podré llegar a término. Espero no aburrirme por el camino, que me conozco. Ayer decidí que tengo que saber las cosas que me dan miedo para superarlas o aceptarlas. Necesito agruparlas, tengo claro que me da pánico que los que quiero sufran, en cualquiera de sus variantes, pero sobre todo con enfermedades largas o situaciones traumáticas. Sé que tengo terror a que me golpeen en mis puntos débiles, por ejemplo en la autoestima, en otros lados lo llevo mejor, pero donde más blanda soy cada vez me cuesta más remontar una mala experiencia. Tiemblo con las tormentas…
Seguro que hay muchas más cosas porque a veces soy muy cobarde, estoy tratando de encontrarlas, pero no puedo hacerlo sola, necesito que alguien me de conversación. ¿Charlamos?
¡Café?
Ole