NO MIRES

La retina de mi ayer infantil tiene guardada ciertas imágenes que me taladraron el alma y que pese a que la farmacología hizo grandes destrozos en mi recuerdos siguen ahí.

El primero que me viene a la memoria es el de Omaira, que fue esa niña colombiana que en 1985 tuvo una muerte retransmitida en directo. Es cierto que yo tenía confundido el momento, siempre pensé que había sido el terremoto de Méjico, pero sin embargo fue un volcán en Colombia, el mismo año. Aquella niña enterrada en el fango con los cadáveres de su familia bajo sus pies, no la olvidaré jamás. Mis nueve años se quedaron estupefactos, sus ojos cansados, su entereza, y que no se pudiera hacer nada por salvarla me hicieron crecer de golpe; aprendí que no había finales felices.

Recuerdo las imágenes de los atentados de la cruel banda de mal nacidos de ETA, todos me conmovían, pero el de la Plaza de la República Dominicana en Madrid fue -para mí- el más espectacular visualmente. Quizás porque ya era más mayor y a los diez años no se olvidan las cosas con la facilidad que se eliminan los malos momentos cuando se aspira sólo a seguir jugando después del bocadillo de la merienda. El informativo de ese día no lo olvidaré jamás, con el calor de la playa aún en la piel.

Puede que estas tragedias me acompañen desde la infancia porque sean las que más me impactaron, las que no se han borrado o las que por fin veía en directo. A fin de cuentas yo me pasaba la vida en el colegio y nunca estaba en el momento del telediario de la noche, pero también puede que fuera porque ya no me decían «No mires». Esa era la frase que te protegía, la natural advertencia familiar que te salvaba de todo lo malo que pudiera ocurrir, a veces iba precedida del aviso del presentador: «Las imágenes que vienen a continuación pueden herir su sensibilidad», decían, y ahora vemos sin preaviso las ejecuciones de esos que se llaman ISIS y que no son más que el mal arrasando por las vidas ajenas. Ni la ciencia ficción, ni los comics de superhéroes infalibles, ni la imaginación más retorcida podían superar a estos seres. Pero ese es otro tema.

Ayer mientras Nepal temblaba y caía en la pantalla de la televisión, atragantada por la desolación y el horror de un país que se derrumba, abrumada por la impotencia que tantas veces me acompaña cuando quiero que nadie sufra y no puedo lograrlo, me escuché a mí misma decirle a mis hijas «No miréis», y me di cuenta de lo que hacía me paré a pensar, ni las salvo del horror, ni de saber lo que de verdad está ocurriendo, no las engaño ni les vendo un mundo ideal, pero reconozco que es algo instintivo querer proteger a quien más quieres de recuerdos duros que le acompañen toda la vida…

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