Hay tradiciones andaluzas que no se dan en todas las casas, como supongo que no todos los catalanes bailan sardanas y habrá gallegos que no se emocionen con una gaita. Las tradiciones que llevan aparejada una emoción además. Yo sólo he visto emoción conjunta cuando los norteamericanos cantan su himno y supongo que será porque no veo a los que las barras y estrellas no les pone la piel de gallina, la mano en el pecho y en pie.
La emoción de esos pequeños rituales que aparecen cada cierto tiempo tiene que ver más con nuestro recuerdo, el propio y el que vamos creando, que con la exaltación de la tradición en sí. Al menos así es en mi caso, donde desde que me convertí en cabeza de familia fui siendo consciente de que formo parte del recuerdo, también tradicional, de mis hijas. Así lo hizo mi madre conmigo porque guardo, por ejemplo, el recuerdo de ella aceptando que con el dinero de mi Primera Comunión me comprara un traje de flamenca, o cuando llegaba el momento… cuadrándome cual miura y entrando a matar, horquilla en mano, para que la flor no se moviera de su sitio. Eso mismo y con mayor intensidad, tanta que aún me encojo si lo pienso, sucedía cuando en Semana Santa mi madre recuperaba la tradición de mi abuela y me vestía de mantilla. Hay que tener en cuenta que yo, aunque esperé a la protocolaria mayoría de edad para vestirme, lo hacía en Algeciras y allí con el viento o aseguras bien peina y mantilla o aparece en el Perejil. Me consta que hay casas donde esos momentos de intimidad y familia se viven con un traje de nazareno o las ropas de un costalero.
Tradición en mi casa pueden ser los dulces de Navidad, la mañana de Reyes, el día del Carmen bendiciendo las aguas de la bahía montada en un barco, el himno a San Patrick a pleno pulmón el diecisiete de marzo, pero poco a poco he ido añadiendo las mías y se une la Final del Carnaval del Falla en el sofá, la romería del Rocío, el regalo del día del libro, el desfile de las Fuerzas Armadas en la televisión el doce de octubre y muchas más.
Algunas no son tan festivas o lo son en menor medida. Para mí es tradición el planchar volantes con compás y es a lo que me dedico en estos días, tres mujeres en una casa y un vicio que intento complacer. Así se me puede encontrar hasta a finales de mayo, que cuando acaba la Feria hay que lavar trajes y volver a empezar que viene la romería. A mí me gusta ver mi casa completamente desordenada por un montón de trajes colgados por todas partes, cajas llenas de flores de colores y flecos a los que se le pide bajito que no se enreden.
Hasta en los momentos en los que está la situación negra, o gris oscuro, cuando se me estrangula el corazón y se me queda suspendido el suspiro sin poder terminar de salir porque lo ahogan las lágrimas, yo me arremolino entre telas de colores y lanzo las manos al viento y parece que consigo darle luz a lo que me angustia, por raro que parezca. Y me consuela mi primer traje blanco, rojo y azul, y el blanco de lunares rosas que vino después, y el que me compré blanco y turquesa, y el negro y verde agua que me hizo mi madre cuando ya era adolescente o el blanco entero. También el rojo con lunaritos blancos que tuvieron mis hijas, el primero y que aún está guardado en el trastero. Todos los demás, de ellas y míos ( ahora que hasta los comparto con mi hija mayor, es una tradición nueva, tremendamente emotiva) son volantes que me cobijan y me dan una alegría inexplicable pero cierta…
Hoy el día está gris y empieza a faltarme el aire, mejor me pongo a planchar volantes verdes con encajes beige…
(A quien me definió como muy andaluza sabiendo el regalo que me hacía)
«cuadrandote cual miura… y entrando a matar»…?
Para poner las horquillas las madres entramos toreras!