PARCELAS

A veces me pregunto si soy un bicho raro. O mejor dicho, a veces me pregunto por qué no soy más usual.

Durante toda mi vida he querido formar parte del conjunto sin llamar la atención, y a la vez, me he negado en redondo a pertenecer a una manada. No sé si a eso le llaman ser el verso suelto o la nota discordante, la pesada de turno o quien va contracorriente, pero reconozco que me afano en mi individualidad sin querer dejar de ser parte de un todo que me sirva de parapeto. La coartada necesaria de la invisibilidad social para vivir mis particularidades a mi antojo. No siempre lo consigo. Nada me desconcierta más que sentirme observada.

Además de mis rarezas, después de intentar conocerme mucho, he descubierto que soy varias personas en una, siendo sincera y auténtica en cada una de ellas y sin dejar de ser las anteriores. Cada una de mis parcelas personales son independientes, pero sin embargo forman parte de la misma urbanización. Urbanización de ricos, por supuesto, con su vigilante de seguridad y su club social. No vamos a perder caché y dinero por culpa de invertir en el ladrillo. Soy de lo más simple en una complejidad impresionante. Está claro que tengo múltiple personalidad sin diagnosticar.

Reconozco, no obstante, que cuando se interrelacionan del todo mis yo porque hay algún suceso que bambolea los cimientos que soportan a mis «muchedades» (véase Alicia en el País de las Maravillas), entiendo que lo mejor que puede pasar es que me dejen en una esquinita a que se me vaya la fuerza como a la gaseosa o puedo acabar siendo como un terremoto de fuerza considerable.

Me parece incluso que tengo historias vividas de otras personas, de otras épocas. Quizás la experiencia de otros pase a las otras generaciones vía adn y por mucho que nos digan que «nadie escarmienta por cabeza ajena», en el fondo sí llevamos implícito lo que vivieron y por eso sus anécdotas nos resultan parte de las nuestras. Al menos me pasa a mí, que lo mismo es otra de las múltiples taras de carácter exclusivo que tengo. Si hay que ser algo, mejor con exclusividad, con glamour y poderío, soy como la Paris Hilton de las rarezas, pero en elegante.

¿Y si  la evolución de la especie además de modificar nuestras mandíbulas y la manera de tomar café, dejó su impronta vital como parte de cada uno de nosotros? De otra forma no puedo comprender lo que podemos llegar a tardar en explicar como queremos el café y que además me sean tan familiares historias que ni por asomo me ha tocado vivir. También es cierto que si no fuera porque me cuesta mucho creer en la reencarnación -lo considero imposible- diría que durante un tiempo fui un naranjo.

En estos días reconozco que estoy un poco desubicada, no sé si es porque tengo las parcelas muy desordenadas, porque tengo pendiente algún desahucio o porque la primavera me las tiene en estado de ebullición, pero me cuesta reconocerme y mucho más saber por donde piso. También pudiera ser que estoy en flor y que mi propio azahar me traiga loca…

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