DÍA CON APELLIDO

Como si formara parte de la desilusión reinante, llueve. Lo hace con el enfado propio de quien quiere hacerse notar, con toda su electricidad, ruido de truenos, y rayos partiendo el cielo. Y con agua, mucha agua. El cielo se nos ha  vuelto un niño consentido que tiene una rabieta. Lo realmente grave es que no hay manera de hacerle entrar en razón, hace tiempo que se nos volvió un mal criado que ya tiene difícil arreglo.

Yo que tantas veces he sido partidaria de las rutinas tras las fiestas, que he visto como descanso necesario un día a día común y predecible, he odiado la normalidad que empieza hoy. Necesitaba que siguiera el sueño que me tenía en vela, retroalimentarme de la calle adoquinada y del sol que me ha quemado la parte de piel que llevaba al aire, y sin embargo, para hacer más contundente la ausencia de la fiesta, el día se vuelve gris y húmedo. Lloroso. Falta luz, calor y esa alegría que lleva implícita la primavera los días en los que ni una nube surca el azul del cielo.

Hay resignación en las calles, a duras penas se susurra una queja, hay un agradecimiento implícito en el silencio, da miedo protestar de la marea que cae del cielo: «Mejor ahora que antes». Claro, en el fondo suspiramos aliviados porque el tiempo nos ha respetado, a los cofrades y a los que querían pasar unos días en la playa. Los días de descanso han acompañado a quien tenía días de fiesta y quienes tenían que trabajar han visto que los beneficios llegaban seguro, y esa es otra manera de descanso en los tiempos que corren.

Yo optaré por el silencio también aunque me puedan las ganas de protestar, y mientras callo, seguiré con los ojos abiertos mientras los tengo cerrados para volverme a entonces, y si la lluvia trae ruido de coches en el asfalto, a mí me sonará al chirriar de la cera en el adoquín, y si el trueno me quiere asustar -como siempre lo ha hecho-, pensaré que son tambores que pasan tras un paso de palio. Y las ráfagas de luz que rompen en dos el cielo, serán esos flashes de quien busca el recuerdo perpetuo en la imagen que tiene delante.

Mientras tanto buscaré un poco de compás para empezar a pensar en lo que viene en apenas quince días, que es de otra manera, pero que también tiene su importancia, y su ratito de plancha.

Y mañana, que ya no será un día con apellido, volverá la normalidad y la resignación no será parte de las horas, pero mientras tanto, voy a ver llover detrás del cristal.

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