Cuando los días se despiertan con resacas emocionales que son peores que las de anís, que ya es decir, y cualquiera que haya pasado por una de ellas o de vino fino, sabe de lo que hablo y habrá sentido un escalofrío intenso, desde la planta de los pies hasta el cogote, y se le habrá revuelto el estómago como en una travesía con el Estrecho enfurecido. Cuando la fecha en el calendario te marca un día de lágrimas comunes y miedos enardecidos, y pasan por tu memoria cada uno de los momentos vividos entonces y los vuelves a sufrir en la piel. Cuando cierras los ojos para buscar lo bueno de cada día, y con minuciosidad te relames viendo en lo que le ganas a las malas rachas, y te balanceas en lo positivo que se tiene en vez de añorar aquello que nos falta. Entonces, sin duda alguna, es el momento de dejar entrar el sol a manos llenas.
El sol o la lluvia a borbotones, lo que a cada uno le de paz y le haga entremeterse en la luz que ensancha los pulmones, lo que esté en las preferencias de cada uno de nosotros, que en la variedad está el gusto y el mío que siempre sea un helado de trufa y avellana. En mi sureña existencia busco la luz reflejada en las paredes blancas, pero me consta que hay personas que disfrutan mucho más de un día de nubes bajas o de nieblas espesas. Que yo no lo entiendo, pero lo respeto.
Sin olvidar ni despegarse de la realidad hay que echar el pie al frente y no mirar mucho atrás, creo que no es bueno ni siquiera fisgar alrededor para no distraerse de la motivación principal que es sonreír. Sonreír por dentro y si hay suerte, que sea con los labios. Algo así como los burros de Mijas, esos que sufrían (no sé si sufren) a los turistas, sus grititos y sus fotos, con las dos piezas de cuero a los lados de los ojos para mirar siempre adelante.
Nota: he tenido que buscar que esas piezas se llaman anteojeras o blinkers. Lamentablemente se me olvidará, pero el dejo el dato para personas más memoriadas.
Y cuando ya estamos mirando al futuro con ojos grandes creo que la mejor opción es no pensar, no darle vueltas infinitas a las ideas que crucen nuestra mente, ignorarlas. Dejar que ellas solas encuentren su camino o dejarlas en reposo, como la masa del pan, y cuando fermente o crezca o pase el tiempo, igual ya no parece tan importante o se ha encontrado la solución casi de manera espontánea. No pensar, ahí está todo. Que a veces no es fácil me consta, pero nadie dijo que esto fuera cosa de cobardes, así que mejor subirse al tobogán de la vida con el cinturón puesto pero con las manos al aire. Y riendo, y gritando, sin mirar si viene un doble looping o una bajada en picado, simplemente dejándose llevar y procurando no perder nada por el camino.
Y hacer locuras, conseguir cumplir todas las cosas que apetecen sin mirar muy bien las consecuencias que puedan tener. Disfrutar tanto que no importe lo que venga después, ni el que dirán, ni la cuenta corriente, sólo vivir ese momento auspiciado por los deseos. Nada mejor que sucumbir a los placeres, los que sean, todos los que estén en nuestra mano. Incluso diré más, existe el placer de hacer locuras sin hacerlas, pensándolas, soñándolas y hasta programándolas. No, no es un contra sentido, hay locuras que requieren un mínimo de logística, de tiempo de cochura y esa espera también debe convertirse en un placer por sí misma, encontrarle la pasión a la impaciencia y jugar con el deseo de volar entre insensateces.
Igual como gurú sensato de la autoayuda no valgo mucho, pero lo que es seguro es que yo me voy a colocar mis blinkers, me voy a enfrentar a mis loopings y voy a intentar conseguir hacer el mayor número de locuras…