La Pasión, con mayúsculas de Cristo, en Andalucía se entiende con respeto y con alegría. Aunque de un tiempo a esta parte proliferen, en algunas ciudades, ciertos frikis que nada saben de la Pasión pero distinguen de lejos un paso por un candelabro se cola. Hay muchas personas que no entienden la Semana Santa, en general, y otras que no entienden esta alegría en particular. Esa pasión cuasi feliz con la que puede ir una Virgen dolorosa por las calles estrechas de mi tierra, con la que sube una cuesta empinada, con la que pasea el señorío… porque es Ella, una Madre sufriendo por un hijo que muere. Es difícil comprender -supongo- el relativo gozo.
No sé si esa alegría es porque conocemos el final de la historia o porque va en el adn que da esta tierra de Despeñaperros para abajo. Aquí se llora, y mucho, pero creo que es la nuestra una manera de ser que se ha acostumbrado a sacar lo mejor de cada tragedia, que desdramatiza con sonrisas y hasta riéndose de uno mismo. No queda otra.
Es cierto que no todas las imágenes llevan esa alegría, pero esos varales meciéndose entre rosarios son parte de nuestro sentir. No de todos, lo sé, lo repito, hay muchas personas que consideran deleznable el caos circulatorio de esos días o la exposición de sentimientos que se ve en las calles. A mí me resulta complicado entender que a alguien le moleste el fervor de otros, ya sea de tipo religioso o deportivo, por poner un ejemplo. Pero «hay gente pa tó», y la frase no es mía.
De la inyección económica que una fiesta (y digo fiesta) como esta deja en las ciudades andaluzas ni hablo. Está más que comprobado que no es sólo la recaudación que se hace durante esos diez días, que por supuesto no podría conseguirse de otro modo, es que el beneficio se traslada a todo el año pues hay muchas profesiones que se alimentan de cofradías y hermandades. Y sin subvenciones, a escote entre los cofrades y hermanos que gustosamente dejan parte de sus ingresos en participar del enaltecimiento de su sentir y en muchas obras de caridad, que sin alharacas ni publicidades, llevan a cabo.
Me cuesta pensarme como no creyente, lo he sido desde pequeña, con mis aciertos y mis defectos, sobre todo, con todos mis fallos. Ser creyente no te hace ser perfecta, tampoco superior, es una condición inherente a la que se llega por vía familiar, de amistad, de la razón o de cualquier otra manera. Hasta por miedo. Pero creo que si no fuera creyente no podría estar en contra de algo que afecta a lo más íntimo de un conjunto de personas y que no hace mal a nadie.
El arte en las calles, a hombros o a costal, no deja de ser impactante. Tallas de siglos atrás sobre orfebrería delicada al compás de unas músicas que ensanchan el alma o el espíritu o el corazón, que supongo que los no creyentes no reconocerán al alma o el espíritu como interlocutores válidos. Desde el ateísmo más acérrimo tiene que ser también digno de ver, supongo. Mi amiga Esther -cuánto te echo de menos, corazona- se reconocía agnóstica y disfrutaba del espectáculo de la Semana Santa sevillana, hasta el punto de pasar el Jueves Santo callejeando para no perderse nada.
Hace un par de años en una sevillana calle donde yo esperaba para ver llegar a un paso de palio, no recuerdo cual, comentaba la belleza del momento, el instante de oír el silencio que precedía a la llegada. Por fin la tuvimos al lado y el capaz a golpe de martillo exclamó un «ahí queó». Miré a la imagen bellísima y ésta me llevó a observar el otro lado de la calle donde una señora muy mayor lloraba con la emoción de quien tiene algo muy duro por lo que rezar. No se movió, no hizo el gesto de tocar el paso, no había más escándalo que el de un rostro roto de dolor y suplicando esperanza. Me emocionó su dolor y removió el mío. Justo entonces hubo un cambio de cuadrilla de costaleros. Uno de ellos mojado, cansado, yo diría que feliz, salía sin ver, pero clavó sus ojos en los míos que estaban llenos de lágrimas. No sé lo que se puede llegar a sentir un costalero en ese momento, en el fondo lo envidio, pero a mí me dio una paz que -feo está decirlo- muchos sacerdotes no saben dar. Al pasar por mi lado me hizo una caricia, como medio abrazo y me llegó parte de Ella. Desapareció y, por supuesto, nunca supe más. Dudo que pase por esta escalera, pero si lo hace, gracias.
Esa es la manera de sentir de mi tierra, no de todos, lo sé, pero por qué privar a los demás ( a mí) de algo tan bello, alegre y emocionante. Sólo es cuestión de respeto, por favor, no sucumbamos al debate.
(A Ángeles Cortés por su sentir con Esperanza)
Soy de Cuenca y entiendo totalmente lo que dices. No he visto la Semana Santa en Sevilla en in situación pero tengo mi niñez viva agarrada la mano derecha a un barrotes helado del balcón en la calle Palafox con las pupilas dilatadas y los ojos semiabiertos en un silencio reverencial casi no respirando.
Y hasta hoy. Te entiendo perfectamente.
Un beso
Soy de Cuenca y entiendo totalmente lo que dices. No he visto la Semana Santa en Sevilla in situ pero tengo mi niñez viva agarrada la mano derecha a un barrotes helado del balcón en la calle Palafox con las pupilas dilatadas y los ojos semiabiertos en un silencio reverencial casi no respirando.
Y hasta hoy. Te entiendo perfectamente.
Un beso
Amén