SOY GORDA

Hay una gorda en mí.

Ahora cuando me subo en la báscula no sufro como antes, mi trabajo me cuesta, pero es que yo siempre he sido «rellenita», que es el eufemismo que se usa para decir que vas pasada de kilos y eso si no vas a un médico que te mira con desagrado y te dice que tienes una obesidad leve. ¿Obesidad leve? Oiga que yo no me he metido con su madre, ¿a qué estas confianzas? Ojito que sé donde trabajas.

Yo me he pasado -me paso- la vida a régimen. Unas veces mental, que es cuando te planteas dejar de comer, pero no lo haces, comes igual pero encima tienes la sensación de que estás restringiendo el pienso y cuando te pesas no hay resultado. Claro, si sigues comiendo como si no hubiera mañana… a que esos lamentos lorquianos. Otras veces el régimen era estricto hasta niveles insanos, como una dictadura, y es cuando sólo comía melocotón en lata y pollo a la plancha, o una sopa asquerosa que había que tomar en ayunas y fría, o cuando me ponía a comer sólo fruta…teniendo en cuenta que no me gusta, o la de desayunar latas de atún. Menos la Dukan (que costaba un pastizal) las he hecho todas. Nadie rumia lechuga por obligación como yo, bueno, ahora escarola que la última tendencia es que la lechuga, compañera infatigable de mi filete a la plancha, no es buena para adelgazar.

Cuando me quedé embarazada de mi primogénita me dijo el médico eso de «no tienes que comer por dos», y eso hice, no comí por dos, comí por los veinticinco años a régimen que llevaba a mis espaldas. Una leche para la Revolución de los claveles, lo mío sí que era libertad. Comí todo lo que me apetecía, sin mirar atrás, sin tener remordimientos, me zampé toda la bollería industrial que se producía en España y no sé si alguna forastera. En esos pantalones con elástico cabía de todo.  Y claro, nació la niña con a penas dos kilos y medio y el resto se quedaron pegaítos a mis carnes morenas, y cuando volví a subirme -temblona y llorosa- a una báscula, descubrí que había engordado treinta y dos kilos.

Desde entonces vivo pegada a la pantallita de peso, a veces se me va un poco de las manos y restrinjo más que un decreto ley, y a veces me puedo dar media alegría -que la otra media son de remordimientos-. Pero sigue habiendo dentro de mí, cual alien pegajoso, una glotonería innata, una necesidad de comer que no está en el estómago, está en la mente. Y en los recuerdos.

La otra noche, debatiéndome en si cenar de verdad o tomarme un yogur desnatado cero-cero, es decir, un producto contundente en el nombre y metafórico en el contenido, viene a ser algo así como comer frío en tres dimensiones… recordé el sabor de los bizcochos de soletilla. Los traía mi abuelo, venían en un papel de estraza marrón o azul y había que despegarlos con cuidado para que no se rompieran y entonces mojarlos en el colacao, embadurnarlos de nocilla o comerlos solos a cascoporro. Como eran tan delgaditos parecía que no era tanto lo que comía. Cuánto eché de  menos ese sabor de la niñez.

Eso me llevó a recordar unos bollos suizos que me compraba a veces mi madre, eran casi redondos pero en la parte de arriba les  hacían cuatro piquitos como montañas tostadas y en el hueco que quedaba anidaba el azúcar y unas bolitas pequeñas de colores que me entusiasmaban. Muchas veces oía decir a los mayores que «estaban como crudos» pero hoy confieso que jamás les pude encontrar un fallo a esa masa horneada y deliciosa.

Mi último recuerdo de la noche fue para un sabor playero. Cuando yo era pequeña, en la playa de «El Rinconcillo» de Algeciras, iba un hombre que a mí me parecía muy mayor con una batea de madera llena de dulces. Por aquel entonces debe ser que los melindres fitosanitarios no estaban tan acusados y ese hombre llevaba pasteles de crema sin frío, sin tapar y los cogía con sus manos. Y no pasaba nada. Además los pregonaba: «Han llegado, han llegado, bilbaiiiiiiinos, han llegado» y yo, conforme venía el hombre por en horizonte arenoso, empezaba a salivar como el perro de Paulov, le ponía caritas a mi madre y lo siguiente era tener en hocico lleno de azúcar y crema. Sin faltar, ningún bilbaíno como ese.
Al final no cené nada, incapaz de someterme a mundo light cuando mis recuerdos habían sido tan dulces, mantuve a raya a la gorda que hay en mí, pero con mucho desconsuelo…

 

 

 

 

3 comentarios en “SOY GORDA

  1. Pero criatura, me quieres decir donde tienes tú la gordura??
    Estoy harta de ver fotos tuyas y no encuentro ninguna, a caso solo cuelgas las de después de terminar una dieta??
    De cualquier manera me he reído una jartá leyéndote, gracias por la terapia, hace tiempo que no reía así. Por cierto, esos bollos suizos aún los hacen y me vuelven loca, lástima que se perdieron aquellos bizcocchos de soletilla pegados a un papel, mmmmm que ricos eran!!

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