Quizás fuera mejor no analizar tanto, pero tengo que buscar respuestas al desasosiego que me está arañando el segundero de mi día. Lo cierto es que ya han corrido demasiado los minutos, angustiosos o no. O han sido quizás demasiados los instantes que hemos dejado correr. Ahora no sé si ha sido queriendo o sin querer, pero el tiempo pasó, poco, pero lo justo para saber que ha habido demasiados suspiros. Es tarde. No hay que lamentarlo.
Se me quedaron palabras por decirte y creo que ya no te las voy a decir nunca. Ya no me atrevo. La elegancia de tu presencia es con la que marcas cada momento y mientras, yo asisto atónita intentando llevar el compás de tus códigos de etiqueta existencial, impresionada por tu aplomo y tu manera de ser. Ahora creo que esa conversación ya estaría fuera de lugar. No conjuntaría con tu sonrisa.
En aquel momento tenía atropelladas en el alma cosas que me parecía bien que supieras, que necesitaba que conocieras, que se me hacían borbotones entre los pulmones o donde sea esté el sitio en el que vive el sentimiento. No lo hice. Igual hubiera sido un error, pero me apetecía tanto hacerte partícipe de lo que estaba sintiendo… Me consuelo pensando que el destino, los hados o quien estuviera de guardia en ese instante, frenó a tiempo mi verborrea. Fue mejor.
Quizás ahora, usando el tintero inexistente de las letras pulsadas, sea capaz de liberar la presión a la que me he sometido eligiendo callar. Lo hago sabiendo que no te llegaran y que si te llegan, no te darás por aludido. Y harás bien, ya son palabras perdidas que no pertenecen a nadie, quizás al eco vacío de la nada. Mejor arrinconarlo, dejarlo atrás y no volverlo ni a pensar. Será difícil, mi subconsciente recuerda siempre lo que más quiero evitar. No, no quiero olvidarte a ti, no me malinterpretes, sólo desterrar mi falta de oportunidad para hablar.
Nada pesa más que una palabra censurada por decisión propia, más incluso que la losa del remordimiento de haber dicho algo fuera de lugar e incorrecto. La vergüenza o el pudor me hacen mejor compañía que las hiladas frases con destinatario sin enviar. Y si el destinatario eres tú, entonces me siento avergonzada de mi cobardía, de mi falta de reacción, de mi incapacidad para haber insistido o haber provocado un instante semejante al que se truncó.
Sin embargo, pese al voto de silencio que me he impuesto, hay un resquicio en mí al que le pesa no poder decírtelo mirándote a la cara, sabiendo en la expresión de tu cara y en la luz de tu mirada como encajas mis palabras. Creo que he aprendido a leerte. Me duele, un poco, que no oigas el ligero temblor de mi voz emocionada aunque sea al otro lado del teléfono mientras me vacío. He fantaseado con el momento, lo reconozco. En mi ensoñación tú reacción es siempre positiva. Mi imaginación es compasiva.
Ahora suena el teléfono y sé que eres tú quien llama. No voy a decir todo aquello que callo desde entonces, no voy a procurar que la conversación tome derroteros donde pueda explayarme. Es una decisión inamovible, no lo voy a comentar, no saldrá de mí aquel sentimiento en forma de palabras. No sucumbiré, pero me muerdo la lengua y tiemblo por dentro…