DIECISÉIS DE OCTUBRE

Ahora que quedan más o menos dos semanas, es oficial y el corazón me hace presión en el estómago y me revuelve las neuronas, me produce insomnio y me hace pensar lento, prefiero no intentar hilvanar gotas y  trasladar aquí lo que hace dos meses y medio escribí para poder liberarme de la angustia…

Dieciséis de octubre del dos mil catorce. Día cero.

No puedo considerar que sea el día primero porque quedan mucho para que este llegue, habrá muchos días ceros, tampoco tengo claro si debería nombrarlos de otra manera, pero hoy he sentido que era el día en el que todo comenzaba, pero sin empezar. Llegará el día en el que por fin tenga la certeza de que todo ha terminado y sin embargo será cuando de verdad llegue la hora de la verad. Cuando lo haga me pregunto si estaré exhausta de tanto esperar.

Ahora que llega la noche me pregunto cómo despertó el día. Lo hizo entre una niebla casi de película de vampiros o de hobbits. Casi no se veía a un palmo de distancia y las gotas de agua suspendidas en el aire me mojaban el pelo. Hacía un calor bochornoso.

Llega el otoño y mientas las hojas caen con un baile sinuoso con el viento para luego crear la música del crujido, las lluvias atenazan varias poblaciones. Las inexcusables inundaciones anuales por lluvia vuelven a darse como una tradición macabra de barro y cieno. Se acerca el frío, pero no termina de llegar.

España tiembla por el ébola entre sus ciudadanos y sólo unos pocos sienten vergüenza de no haberse preocupado de cuando era una enfermedad lejana de personas de otro color. Los juzgados se llenan de ilustres consejeros y/o políticos que hacen apropiación indebida de fondos que no eran suyos, que nunca lo fueron, que se formaron a fuerza de la necesidad y el sacrificio de otros que jamás pisaron los hoteles de lujo por los que ellos se pasearon.La gente de a pie sigue peleando por un trabajo y se ahoga en finales de mes que cada vez llegan antes.

Este jueves era el primero en el que estrenaba un escritorio que había comprado de segunda mano. La irracionalidad hace que llamemos estrenar a lo ya está estrenado sólo porque nos ha caido en las manos. Tantos años buscando una pequeña mesa donde escribir y por fin, después de ir a casa de una señora a la que los cuadros, desperdigados por la pared, le ahogaban el salón, tenía mi pequeño tesoro en casa.

«Es el día uno de tu novela», me mandó por Whatsapp mi marido como un aliento de ánimo deletreado. Si alguien ha confiado en mis capacidades toda su vida ha sido él. Más que yo, más que nadie. Jamás he sentido derrotismo por su parte, ni siquiera cuando las cosas me han ido mal. Todavía, a esas horas de la mañana era el día uno, una llamada lo convirtió en el día cero.

Me afanaba en hacer la comida con todo el toque hogareño que podía y sin querer perder demasiado tiempo en ello. La prisa y el amor suelen ser malos compañeros de viaje, pero siempre me he empeñado en unirlos en la cocina saltándome a la torera a todos los cocineros y Martas Stewart de la vida.

Después de poner cebolla picadita a pochar mientras me secaba las manos activé la pantalla del móvil. Dos llamadas perdidas y un tuit avisándome de que me estaban llamando. Dani -mi marido- no hace esas cosas, nunca nada es urgente, mi escasa paciencia siempre le recrimina que su mundo va a otro ritmo, que gira más lento. Me temí lo peor.

Llamé dos veces seguidas para no conseguir hablar con él. Contesté un tuit entre la broma y cierto nervio interior. Podía ser algo bueno, igual le habían dado una medalla, a lo mejor mañana no tenía que trabajar, pero solo se me ocurrían cosas tristes.

A la tercera descolgó el teléfono: «¿Estás sentada? Si no estás sentada, siéntate». Le obedecí, le obedecí porque sabía que debía hacerlo, y no quise que empezara a hablar hasta que estuviera sentada como me pedía. Quise para el tiempo igual que se me había congelado la respiración.

«En Enero me voy de misión seis meses a Turquía»

Me quedé muy quieta y el teléfono se cortó solo para que yo pudiera reaccionar.

Los segundos que pasaron fueron un torrente de lágrimas hasta que el teléfono volvió a sonar. Ya la voz entrecortada no me dejaba hablar y casi que lo mejor fue volver a colgar otra vez mientras al otro lado me suplicaban que dejara de llorar.

Siempre he sabido que ser militar conlleva estas tareas, que estar dentro de cualquiera de los cuerpos de seguridad exige un sacrificio y una dedicación que no siempre está valorado por la sociedad. Es tu trabajo, tiene que hacerlo porque además lo hace muy bien, pero seis meses es mucho tiempo y la zona -por mucho que intente tranquilizarme- no es tan pacífica.

La cebolla se quemó…y tuve que empezar, en todo, de nuevo.

 

Un comentario en “DIECISÉIS DE OCTUBRE

  1. ¡ mucho ánimo a los dos !, ya mismo estás quemando de nuevo la cebolla, al recibir el mensaje de que está aquí
    Besos especiales Dani
    con todo el cariño a esa maravillosa familia

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