Cuando yo era una niña el fútbol esta cosa de varones. Algunas jugaban y pocas eran buenas con un balón en el pie. Te ofrecían otros deportes en el colegio y no era común que se disputase una liga escolar infantil femenina.
Mi recuerdo primero es de un primo segundo, para más inri vecino, del Barcelona, un abuelo del Atlético de Madrid y una madre bética a la manera folclórica, es decir, sin sufrir. Y yo del Madrid, entre otras, por un amor incondicional por Butragueño.
También están en mi íntimo ayer las quinielas de entonces, con unos sellos de colores según las apuestas que se pegaban a lo largo, luego se cortaban y la copia era un tesoro. «Ahí están los millones». Yo no comprendía muy bien como podría ir mi abuelo a cobrar esa apuesta pues en el nombre siempre escribía «Ocrán Sanabú», todo con mayúsculas, sobre todo porque es un tomo del Espasa Abreviado. También es cierto que nunca le tocó nada y jamás se vio en esa tesitura. Todos hacíamos una columna y una de ellas se hacía fija en los resultados. Los domingos a última hora siempre se miraba la Quiniela, después de oír los partidos por la radio, y nunca tocaba nada, pero mi abuela impertérrita decía: «Cómo puede ser eso si puse que ganaba el Real Madrid y el Zaragoza». Y es que mi abuela iba por afectos y éstos no dan dinero, por lo visto.
No me acuerdo bien de cuando me dejé enamorar por el fútbol. Cuando fue el Mundial patrio yo tenía seis años y tosferina, sólo Naranjito, las medias medias con la bandera española y una frase que jamás existió pero que formó parte de la tradición oral familiar: «Gordillo, Tendillo, Gallego no llega…» con la que se plasmaba nuestra nefasta participación, es lo que me queda en el recuerdo y con eso -seamos sinceros- no nace la ilusión. Quizás fuera eñ flechazo en aquel diciembre del 83, cuando yo acababa de cumplir ocho años y España le marcó doce goles a Malta. Parece que aún veo la sonrisa de mi abuelo delante de esa televisión pequeña y en color, el estruendo de la calle y abrir el balcón para oír mejor los gritos y que el frío se me enredara entre las piernas. Una goleada como esa sí que provocaba pasiones.
Por aquel entonces yo vivía en Algeciras y había un negocio, una tienda que se llamaba Pajupete, me parece que era de electrodomésticos o vídeo club, soy incapaz de acordarme, pero lo que es seguro es que estuvieron años y años repitiendo ese partido en una pantalla grande que había en el escaparate. Siempre había alguien parado delante volviendo a ver un trocito de aquel partido.
Ayer en teledeporte repitieron la pasada final de la Champions, la que el Real Madrid le ganó en Lisboa al Atléti y volví a verla y no fui la única, éramos muchos y así lo reflejaban las redes sociales, al menos «los míos». Volvió la emoción con menos nervios y la misma épica. Volvieron los recuerdos y el «dónde estabas tú cuando…». Se volvieron a cantar lo goles y a protestar las faltas. Y me sentí otra vez eufórica, blanca y madridistamente acompañada. Y me gustó, disfruté mucho y me reí. Porque como en España-Malta, creo que nunca me cansaré de disfrutar de esta moviola, o de otras, porque ya estoy segura, de que me gusta en fútbol…