Que el tiempo es una losa inexorable que pasa y detrás de cada anochecer viene un amanecer, seguro que ya está dicho, escrito y rubricado. Que la edad, eso de cumplir años, nos va cambiando, desde luego que no es discutible. «Estás como entonces», mentira, falsedad grande. No nos engañemos más. Evitemos esa compasión ajena que lleva implícita la propia.
Ayer mismo llegué a casa de mi abuela, se abrió el ascensor y apareció «Charlie», Carlitos el melenas caprichito de las nenas, el amor platónico de medio colegio y eso que sólo se le podía ver en la parada del autobús. Yo iba a un colegio sólo de niñas y él al equivalente masculino. Por supuesto puedo dar nombre completo y los dos apellidos, nos lo sabíamos todas, pero no es el sitio y además hay no sé que ley de protección de datos o algo así que me busca una noche en Alhaurín si doy esos detalles. Hasta hace poco igual, si me esforzaba, me salía hasta el teléfono fijo de su madre. Las que coincidían con él antes del colegio tenían que madrugar más para ir mucho más arregladas que el resto, ¡qué las veía Carlos!. Pues cuando se abrieron esas puertas salió un señor, estupendo, no tengo nada que decir, pero gordo y con cierta alopecia, acompañado de una niña preciosa, mientras yo iba flanqueada por mis dos hijas. Nos intercambiamos un felices fiestas, y conforme él salía, yo entraba. Por supuesto no me reconoció, es más, creo que jamás supo de mi existencia, y en caso de tener alguna referencia de mí sería la de «la gorda», cosa que francamente era más o menos cierta, pero tampoco había que recordarlo…Se fue, me fui y pensé…madre mía el tiempo que estropicios hace con los cuerpos.
Pero no son sólo los cuerpos, el carácter también cambia, dicen que a más mayores más intolerantes y más irascibles pero yo creo que hay una especie de U gigante en la que al principio se es un toro Miura desbocado, salvaje, que entra al trapo rojo con la vista nublada y todo el poderío y la osadía de la juventud y de ahí se va templando, a base de guantazos sin manos, de tropezones brutales, de lágrimas y se aflojan los empujes para pasar otra vez, con la anciana arruga, a que todo moleste, a la lengua afilada, al despropósito de la intolerancia. Yo he tenido -y tengo- genio para parar yo sola a un batallón de espartanos, para lidiarme seis toros seis sin salir del burladero, para devolver sin ayuda Gibraltar a España, pero ya no soy ni sombra de lo que fui. Debo estar madurando.
La tarde pasada salí a tomar unas cervecitas y una copita pre Nochebuena. Muchas risas y ganas de pasarlo bien antes de celebrar con la familia, que hay más personas a quien querer. No hay que ser egoísta ni rácano a la hora de querer y mucho menos de demostrarlo. En uno de mis locales favoritos había un señor más adobado de la cuenta a costa de gintonics con menestra de esa que se lleva ahora. El buen hombre, padre de familia, se empeñaba en decir que me conocía y que me llamaba Marta, o Mónica, o cualquier nombre. Se empeñó también en presentarme a todo su grupo de amigos y en que les hiciera una foto a todos. Lo hice. Yo, harta de sus interrupciones, seguía aguantando dignamente. Cuando me hice una foto sacó el móvil e hizo otra, no lo maté, no era falta de ganas, pero intenté pensar que en cuanto lo viera lo borraría asustado de lo que pudiera pensar su mujer. A fin de cuentas pongo muchas fotos en las redes sociales, me dije, intentando templar mi genio. Al poco tiempo vino a decirme que me conocía del trabajo y salvo que él trabajara en el SAE (servicio andaluz de empleo) la cuestión iba a ser harto complicada. Después vino, preso de la alegría, porque por fin sabía de que me conocía y es que le recordaba a una muñeca de su hija, una sirena con los ojos azules…idéntica a mí, sobre todo en las escamas. Y yo seguía soportando estoicamente. También es cierto que aproveché para borrar la foto que tenía en el teléfono. Salí a la calle y vino detrás. Yo estaba a punto de perder los papeles. Pero me contuve. En el manual de plasta infinito salía su foto. Incluso fui capaz de despedirle sin sacarle los ojos cuando se fue. Hace diez años, no más, le hubiera mandado a la mierda a la primera de cambio.
Me estoy haciendo mayor, comprensiva y tolerante, esto debe ser algo horrible. Acabaré siendo una persona sensata, no se me ocurre peor pesadilla. Igual me convierto en un remanso de paz. ¡Qué horror! Reconozco que no es que me haya convertido en una balsa de aceite porque todavía me reviro y soy capaz de llevarme por delante a justos e injustos. Me gusta, tampoco voy a mentir. Pero hay veces en las que no me reconozco. Menos mal que me quedan días de furia incontenida, y aunque esté mal decirlo, me alegro de que el carácter no me haya abandonado, aunque salga menos a relucir y cuando lo haga sea mucho más atenuado. Pero lo que de verdad me alegra es que yo me conservo muchísimo mejor que Carlitos…aunque esté feo decirlo.
Me alegro que lo pases bien, un buen ratito se intuye con el Sr. que te «conocía»
… además de la entrada me gusta la foto que has puesto, estáis los dos muy guapos, es una foto muy bonita.
Un rato para que yo me tirara de los pelos. Somos guapos…no estamos…somos!! Jajajaja