Supongo que habrá muchos más momentos para recordar que los que tengo ahora, por lo menos hasta que la demencia senil me los arrebate. Y si no llego a ser ancianita adorable, hasta que la parca sesgue la memoria. Espero que todos los que tengan que ver con mis hijas sean agradables, y si alguno me va a producir remordimientos, que no se quede encallado en la mala conciencia, si no que se difumine con un perdón a tiempo.
Entre los recuerdos más agradables que atesoro está el momento de peinarlas. La melena, larga y espesa, que nos adorna les imposibilita defenderse bien aún, así que suelen venir con frecuencia a que les ayude. Delante del espejo del baño (de cada uno de los baños de los hogares que hemos tenido) he descubierto como iban creciendo, aumentando de talla y, a la vez, haciéndose más mayores por dentro. Es mi momento de cantar, compartir o desvelar secretos con ellas. Y toda esta poesía desaparece si hay enredos. Hay que ser sincera.
No me imagino la vida sin ellas y cualquier batalla que tenga que luchar siempre va a ser para, o por, su bienestar. Mis miedos dejaron de ser en singular para convertirse en segunda persona y en plural. Y los pasos que doy siempre espero que tengan el eco de los suyos a mi lado. Dejándoles libres, respetando su intimidad y fomentando su independencia, reconozco que soy una mamá gallinita.
Los tiempos cambian y a mi alrededor hay cada vez más parejas separadas y divorciadas que tienen hijos en común. Nadie me salva de ser yo una de ésas, ojalá no suceda. Tampoco me voy a erigir en superior y voy a creerme más que cualquiera de estas personas porque lo que le sucede a un humano, le puede pasar a otro. Pero cuando los veo y hablo con ellos, me hacen darme cuenta, una y otra vez, la valentía y la sensatez que tienen. Creo que hay que ser muy valiente para aceptar que si se falla como pareja no se debe fallar como padres. Me consta que en muchas ocasiones no es así, que hay quien utiliza a los hijos como excusa o moneda de cambio, e incluso aún peor, hay quien en nombre de la maternidad o paternidad extorsiona a quien tanto quiso. Quiero creer que son los menos.
Sin duda, para mí, los verdaderos héroes de nuestra época son los padres, entendido como genérico, que ven partir a sus hijos, aunque se lleven bien con su expareja, aunque sepan que van a estar tan atendidos y cuidados como con ellos mismos. El momento de dar un beso y despedirse tiene que ser aterrador. Comprendo que tiene que desquiciar que de arroparles todos los días, por decisión de un juez, se pase a hacerlo fines de semana alternos. Sobre todo si es el progenitor varón de la criatura. El padre, todavía, es el que generalmente pierde. En un mundo tan moderno y tan defensor de las igualdades, se sigue permitiendo que el padre sea -en ocasiones- ninguneado. Creo, lo he dicho aquí más de una vez, que los padres tienen el mismo derecho (y las mismas obligaciones, ojo) que las madres, sobre todo de tiempo de custodia, y lo digo asumiendo que puede pasarme a mí, y sabiendo el dolor que me causaría. Ya sé que cada caso es un mundo, y que si generalizar es siempre peligroso, en estos temas más.
El hombre, frente a la paternidad, vive en una paradoja constante. Lamento ser yo, mujer, quien lo diga. Cuando la mujer está embarazada, si el hombre le pide que aborte puede ser tachado incluso de maltratador sicológico ( y yo, que soy pro-vida no lo negaría), si decide tenerlo el padre debe hacerse cargo de una parte de la manutención (con toda la lógica del mundo). Sin embargo, si la mujer está embarazada y decide abortar, el padre no puede hacer absolutamente nada por frenarla, no hay ordenamiento jurídico que obligue a esa madre a concebir al hijo y entregarlo a su padre (incluso aceptando que no hubiera o hubiese gastos de manutención). Se es padre al 50% y madre al otro 50%. Ninguno debe ser más que el otro, incluso antes de nacer el hijo. Si una pareja tiene un hijo en condiciones «normales», la sociedad le exige a ese padre que participe de la crianza y educación de ese hijo, como debe ser, que se dejen atrás los estereotipos machistas, y colabore por igual en todas y cada una de las tareas. Sin embargo, en caso de separación o cese de la convivencia conyugal o asimilado, se vuelve a vivir el desamparo del padre y éste se queda con un horario de custodia ridículo frente al de la madre. Lo considero tremendamente injusto.
Repito, sé que la casuística es infinita, pero la generalidad de los casos y la justicia usual es la que plasmo.
Esta reflexión, la hago a menudo, desde la máxima admiración a esos padres y madres que tienen que separarse de sus hijos, que conviven con ese día a día, se adaptan y sobreviven -como es natural- pero que a mí me parece tan loable (sé que soy muy gallinita). Por desgracia, hay cosas peores. Esta reflexión, repito, ayer se me quedó pequeña y hundida en la niebla. Nada puede ser tan horrible como mandar a tu hijo a la escuela, temprano, después de haber pasado por el espejo para peinarles, quizás apremiándole porque se llega tarde, a pie de escalera, con un bocadillo y un beso rápido, y que lo siguiente sea descubrirlo sin vida, entre la mezclada sangre infantil de sus compañeros, porque unos asesinos que mal interpretan a su dios buscan venganza. No imagino nada más inhumano. Ni más horrible. Ni que azuce más mis miedos…
Me ha encantado, tocas varios aspectos de un mismo tema y en todos coincido