DE NOCHE

La oscuridad a medias, con la noche agazapada al otro lado de la ventana y el reflejo de una luna bajo mínimos entrando en la habitación. Las nubes en su caminar lento y pausado conseguían blocar al escueto satélite y entonces rogaba por el funcionamiento del alumbrado hipócrita, pero dentro de las nuevas políticas energéticas, de consumo y de ahorro, estaba la de encender una farola de cada dos, y a ella no le correspondía. Se ahogaba en la total oscuridad.

Desconocía la hora y aunque se sintió tentada de buscar una ubicación temporal, no lo hizo, la luz que provocaría que se despertaran los demás. Mejor seguir en el desconocimiento. Tampoco era un dato imprescindible. Debía de quedar aún demasiado tiempo para que el despertador sonara con la inclemencia de un verdugo ante el reo condenando a muerte, amedrentando por obligación, sin culpa alguna.

Forzó la vista ya acostumbrada a la penumbra y la miopía se redujo por el misterio de achinar los ojos. Entre las pestañas distinguió el vaso de agua que había dejado olvidado de camino a la cama, debía estar junto a sus libros, en la mesita de noche, pero estaba allí y el frío le hacía desistir de ir a por él. Nada le aseguraba que aquello le acunara, pero beber agua siempre era un consuelo en la noche.

Debía dormir, el día sería eterno sin el descanso adecuado. Las vueltas en la cama se convertían en un enredo de pensamientos. La mente libre comenzó a divagar. Intentó frenarla pero fue en vano. Las ideas se amontonaban entre los recuerdos y los sueños, sin la semiinconsciencia del abandono, se convertían en pesadillas con ojos abiertos. El desvelo era eso, despertar y verse rodeada de lo que más tarde, otro día, le impediría también dormir.

Se preguntó que viento movía el insomnio. Por qué ella y por qué hoy. Repasó su ayer para encontrar la causa y la supo, cómo olvidarlo. La pregunta fue la retórica de la conciencia porque sabía la respuesta. Desde que abrió los ojos su pensamiento estuvo allí, latente, agitado, pero no quería verlo porque sería volver a sentir, y no debía. No era el momento. Y por más que quería huir, más cerca lo tenía. Y cuanto más intentaba distraer la mente con otras ideas, vulgares y anodinas, más sentía su presencia.

Quizá fuera mejor dejarse llevar y no luchar contra su propia naturaleza, a veces el ímpetu lo dirigimos en contra de nosotros mismos en vez de auparlo, empujarlo y darle el viento de cola que adelante las consecuencias que, en el fondo, deseamos conocer. Hay que ser muy pasivo en la vida para que no nos tiente conocer lo que nos depara la vida dos o tres pasos más allá. Deseó dejar de pelear y sucumbir, asumiendo con responsabilidad lo que viniera. Y lo hizo.

Gimió medio ahogada, un gemido casi mudo, se llevó una mano al pecho. Respiró con dificultad, con jadeos discretos. En a penas unos segundos, todo lo que había estado frenando se desbocó. Tembló su cuerpo. Ya nada podía frenarla. Y al fin…desinhibida…tuvo un, libre y escandaloso, ataque de tos…

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