EL KARMA (Y EL #13ALAS13)

A veces va la vida y te sorprende.

Como no creo que en karma no me parece que sea que me he portado bien con el cosmos y éste, que es agradecido, me devuelve envueltos en bueno rollo, momentos felices. Y no lo creo justo por contraposición de ideas, conozco gente encantadora, personas buenas de las de verdad, sin dobleces ni malas intenciones, que han sufrido reveses de la vida como para que, si eso del karma fuera cierto, les correspondiese ser terroristas o mercenarios a sueldo.

Quizás no confío en el karma porque es palabra que empieza con ka, que es la misma letra de kilo, que son esos indeseables que me hacen la vida imposible de manera sibilina y por debajo de la puerta. A lo mejor es porque no siento que sea una ley de compensación científicamente aceptada. Y eso que soy de letras. Lo cierto es que la vida me va poniendo espejos a cada paso en los que se va desmontando  la teoría.

Yo no creo ser la mejor persona del mundo, estoy llena de defectos, pero no tengo mal corazón, tengo genio y soy racial, pero no soy mala del todo, tampoco soy perfecta. También es cierto que la perfección me resulta muy aburrida, que ese es otro tema. Disfruto, porque es  mi naturaleza, de las pequeñas cosas, no tienen que ser las más caras ni las más complejas, sólo hacerme feliz. La felicidad es subjetiva, así que puedo comprender que lo que me hace sonreír y sentirme bien a mí, no se lo haga a los demás, es algo tan personal como los gustos y el cajón de la ropa interior.

Lo cierto es que bien porque los pasos me han llevado por casualidad a un sitio determinado, porque el destino lo ha querido, porque el Grandote (que es como mi hija Julia llama a Dios) lo ha decidido o -aceptaremos pulpo como animal de compañía- el karma lo ha organizado, tengo la suerte de rodearme de gente buena. O buena gente. Que es lo mismo pero no es igual y en mi tierra, de Despeñaperros para abajo lo diferenciamos mucho.

El otro día, antes de ayer, con la lluvia y el viento arreciando como en una pesadilla o un thriller psicológico, salí con mis hijas a comer con un grupo de personas. Con buena gente que son excelentes personas. En un momento dado fui capaz de salir virtualmente de la escena y contemplar desde fuera a unas mesas abarrotadas, con las sillas pegadas unas a otras para que entráramos todos. Comíamos entre carcajadas y alegría de verdad, sin imposturas. Algunos los veía por primera vez pese a considerar que los conozco un poquito, a otros ni eso, y a la mitad los puedo considerar parte de mi día a día. Entonces, mirando y escuchando, fui consciente de mi suerte, quise darme cuenta, hice por frenar y contemplar ese gran momento que en realidad era un conjunto de pequeñas cosas,  y lo hice para alegrarme mucho más de estar ahí y de poder compartir ese rato (un rato muy largo, bastante largo, larguísimo…ejem) con ese grupo de personas.

La vida, que nos mantiene muy ocupados, a veces cabreados y hasta tristes, también nos regala esos grandes momentos de dispersión, alegría y amistad. Y yo, me dedico a disfrutarlos exprimiéndolos. Hoy aprovecho las gotas, y mi escalera, para agradecerles a todos y cada uno de ellos el buen rato, lo que me hicieran reír (que es el mejor regalo que pueden hacerme) y que se portaran tan bien con mis hijas haciéndolas sentir cómodas y acompañadas.

Por si acaso al karma hay que darle un empujoncito hoy me voy a dar el lujo -la osadía- de ofrecer un consejo: La vida va de pensar lo justo y disfrutar mucho que no se sabe en que esquina se nos cae el telón. Ahora vienen épocas de celebrar, sed conscientes de los buenos ratos, se saborean mucho mejor.

A todos los que pasaron por el #13alas13.

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