BOURBON, GIN Y OTRAS MEZCLAS

Hay un refrán que siempre he oído en mi Andalucía natal, no sé si se dice de Despeñaperros para arriba, que reza «cuando un tonto coge una verea, la verea se acaba y el tonto quea», tiene una versión parecida que es «cuando un tonto coge una  linde, la linde se acaba y el tonto sigue». La idea básica y primordial se puede rescatar con facilidad y no es necesario un sesudo análisis de la metáfora enclavándola en el postmodernismo ni en la existencialidad de los osos  hormigueros.

Hay modas que se instalan para quedarse y otras que pasan fugazmente como el baile de aquel oriental tan rechoncho que montaba en caballitos imaginarios. Bueno, todavía en alguna boda (y próximamente en cotillón -deleznable- de fin de año) se puede ver a algún abuelo, o abuela -según sea el caso-, desafiando a los traumatólogos de guardia. Nota del autor: Las cenas de empresa suelen ser  como la fiesta de fin de año, pero con  la posibilidad de avergonzarte durante todos los días de tu vida al volver al trabajo. No lo olvidéis.

De un tiempo a esta parte, que cantaba el antes cantautor jovenzuelo y ahora activista político -pelín cansino- Ismael Serrano, ha llegado el «Gin Tonic» a nuestras vidas. Parece ser que es moda internacional, como los virales vídeos de YouTube de niños adorables o de guarrazos épicos, así que no hay nada que hacer. Está entre nosotros y sin ouija que le haya invocado. Atrás quedaron los Larios con tónica chueps y nos hemos adentrado en la sofisticación.

Entre las cosas que tengo apuntadas para hacer algún día en mi vida está aprender coctelería. Soy amateur y no creo que puntúe mi época detrás de la barra donde lo más sofisticado que hacía era un carajillo o un San Francisco. Sí, eso sin alcohol que también se puso de moda. Yo lo daba todo, incluso ponía el bordecito con azúcar, sin teñir que no estaba la cosa para gastos, pero con los limitadísimos recursos que tenía, lo bordaba. Mal está que yo lo diga. Es cierto que inventé un chupito maravilloso, de gran éxito de convocatoria, crítica y público. Igual fue porque lo puse de regalo el día de mi cumpleaños y quedó como sello de la casa. Como soy de natural generoso a la par que rumboso daré la receta: una parte de ginebra, una parte de vodka, una parte y media de vermouth blanco, una parte de tequila, y completar con Lima de esa sin alcohol, ya, ya sé que a buenas horas. Eso se agitaba en coctelera y se servía en chupitos y yo lo bebía durante la noche en vaso largo.

El ser una barman, ignoro si esto es como los súper héroes y existe barwoman, es sueño realizable a corto plazo. No sé si será por la Universidad de Wisconsin, por un curso de CCC o lanzándome a los brazos de Baco experimentando conmigo misma con un arsenal de botellas, tipos de hielos y medidores de acero inoxidable. Pero lo haré. Reconozco que es una inversión importante que tiene difícil salida, pero voy a disfrutar muchísimo.

Como soy una clásica, creo que me quedaré en la vieja coctelería y alguna que otra innovación pero sin bufé libre de ensaladas y frutas. Pero apostando fuerte por las sombrillitas. Necesito que cuando vaya a realizar mi sueño – que tiene mucho que ver con el cine en blanco y negro- no se empeñen en desvelarme sólo los secretos del gintonic y las mil «mijitas flotantes» porque es la única bebida que no puedo soportar. Prefiero un suero de Licor 43 con piña (era lo más empalagoso que pudo ponerse de moda) antes que tener que dar un sorbo a algo que tenga más de una parte de ginebra y que encima se acompañe de Tónica. Quiero aprender a servir un Martini con vodka, un Margarita con triple seco y Manhattan correcto, por poner unos ejemplos.

Antes no me gustaba, ahora lo odio y tengo varios motivos. Durante la presentación de un libro con Alvite fui a pedirle un Gin tonic – «yo bebía gin tonic antes de que todos éstos hubieran nacido»- a la barra del bar donde estábamos. Había investigado arduamente me sabía la tónica que tenía que pedir con el Gin para conseguir el maridaje perfecto -madre mía que lucha de idioteces, no hay matrimonio perfecto, ni mal que cien años dure-. Investigué porque con tanta modernidad muchas veces no había de la ginebra que él solía beber, así que necesitaba algo semejante y absolutamente On. No era porque él me lo dijera, si no porque yo quería quedar bien y no aferrarme a un «no sé» mirando  la vitrina con cara de tonta cuando  me ponían cara de eres una outfit pidiendo eso desde el otro lado de la barra. Me pusieron una copa -«con el vaso de tubo valía, esto nunca se bebió en copa grande»- y le añadieron frambuesas. Me callé, cogí la copa y la acerqué a la mesa. «¿Qué me has pedido?» me espetó desconfiante, yo aguanté el tipo, torera, valiente, es decir, echando balones fuera como si tuviera un contrario retorciéndose en el centro del campo: «Un gintonic, como siempre, el resto ha sido cosa del camarero». Intentó beber y los hielos chocaban con las frambuesas, y éstas se deslizaron con prisa al filo de la copa dificultando la bebida. Me bebí un trago largo de mi copa de «Margarita» esperando que estuviera fuerte y me preparara. Me dio la copa sin mediar más que el gesto y me dijo «Dile al camarero que ya he tomado postre, que ahora quiero un puto gin tonic».

Mientras aprendo y no a manejar los secretos de los destilados y espirituosos, yo sigo bebiendo Bourbon, ese whiskey americano y de tipos duros, en vaso ancho, con hielo y sin agua, y si no al modo del Rat Pack que tanto adoro, dos dedos (detrás de otros dos dedos) sin hielo y con humo. Mucho más fácil y menos escabroso de beber, eso sí, faltando a la dieta mediterránea que exige las cinco piezas de frutas y verduras. Aunque no esté de moda.

«Estoy a favor de cualquier cosa que ayude a pasar la noche, ya sea la oración, los tranquilizantes o una botella de Jack Daniels Frank Sinatra. Debe ser por eso que cuando lo enterraron había una botella con él…

 

 

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