Ayer víricamente apareció un anuncio de Ikea, sé que debería decir de esa gran cadena de muebles sueca, pero la verdad es que nunca he entendido bien por qué hay que usar descripciones para evitar la marca. Supongo que tendrá que ver con la publicidad que lleva aparejada el uso y disfrutede un nombre comercial y con no recibir compensación pecuniaria al respecto, pero seamos sinceros, aquí mi escalera y yo, lo decimos sin tapujos porque la belleza está en el interior y el dinero no da la felicidad.
El anuncio, de publicista desconocido para mí, «experimentaba» con un grupo de niños. Primero les hace escribir la carta de los Reyes Magos y ellos se despachan agusto, dándolo todo «me lo pido- me lo pido» «y esto, y esto y esto» y después les piden que escriban una carta a sus padres y ellos les piden su tiempo para que jueguen, para sentirse acompañados, para compartir. Los padres lloran. Padres culpables. Y tú, desde tu casa te emocionas.
La emoción es el primer sentimiento, al menos en mi caso, si hay niños de por medio. A veces la emoción es querer darle un bofetón, pero es emoción a fin de cuentas. Una lágrima o no. Una reflexión sobre los ojos tan grandes que tienen los niños y la sonrisa -estudiada- de esos pequeños actores. Porque esos niños han ido a un casting seguramente, azuzados por unos padres que no sólo no comparten con ellos, es que les hacen trabajar. «Es un juego», no señores, una leche en pepitoria, es un trabajo porque bien que luego van a cobrar el cheque. Y sí, esos señores publicistas y esos señores directivos vendedores de muebles están promoviendo que esos niños trabajen y no jueguen.
El segundo sentimiento es de perplejidad, no comprendo como pretenden vender algo acusando «Eh, usted, mal padre, mala madre, imbéciles todos, compren una estantería Strüngieng». No puede existir nada más estúpido. Me imagino a un vendedor de pisos diciendo: «es usted un gilipollas y no hay más que vérselo en los zapatos, se nota que no sabe hacer la o con un canuto y que jamás se aprenderá la contraseña del ascensor, pero mire que vistas tiene esta terraza».
La tercera reflexión es la injusticia que se está cometiendo con esos padres trabajadores -y dando gracias por tener un puesto de trabajo, a ser posible bien pagado- que se dejan la piel no en que los niños tengan de todo, que puede, si no en pagar una hipoteca, una educación y una alimentación. El mundo ideal donde todos jugamos y somos felices y además no nos falta «ni el pan ni la sal» pertenece a una utopía que no sé hasta que punto es beneficioso que aprendan los niños. La vida está llena de responsabilidades y obligaciones, las cosas requieren esfuerzo y nadie te va a regalar nada porque sonrías muy bien o porque quieras ser feliz. No considero un drama que los niños aprendan que hay que trabajar.
Llevar hasta un extremo las conductas paternas es realmente una mala idea. Pocas cosas nos pueden tocar más las narices que intenten entrar en la vida de nuestros hijos, que nos arrebaten la patria potestad aunque sea desde la demagogia, la escuela, o la moralina. La mayoría de los padres intenta ser lo mejor posible, lucha y pretende dar lo mejor a sus hijos. Con los recursos y las posibilidades que se dispongan se tomarán las mejores decisiones. Dentro de cada casuística, porque todas tendrán sus ventajas y sus inconvenientes, y las circunstancias mandarán, los padres buscarán la mejor manera de educar y disfrutar de esos hijos. Y se equivocarán, también, como pasó con nosotros, y no sucederá nada irremediable…en condiciones de normalidad. La polaridad no es la norma.
Yo no entiendo que niñas de nueve años vayan a clase con el pelo teñido y uñas de gel, pero seguramente su madre no entenderá que yo no les deje ver la tele nada más que los fines de semana. A mí no me gusta ver a niños pegados a una tableta viendo dibujos en bucle mientras los padres están tomándose una cerveza y los columpios están vacíos, pero ellos no comprenderán que mis hijas vayan a clases extraescolares de inglés o no les guste jugar al trompo. Cada uno tiene unos criterios y, en principio, ninguno es mejor que otro. Aunque lo parezca.
No es lo mismo llegar a casa del trabajo y tener las tareas domésticas hechas porque el sueldo te da para pagar a alguien, que tener que poner lavadoras con las llaves en la mano. No puede contar igual tardar dos horas del centro laboral a casa que tenerlo a diez minutos. No puede ser lo mismo estar en paro que trabajando. No es igual tener clases por las tardes que no tenerlas. No son lo mismo los cinco años que los trece, y así podríamos seguir eternamente.
Mi madre trabajaba dando clases por las tardes cuando yo era pequeña. Cuando yo llegaba de la guardería o del colegio ella ya estaba en el trabajo y cuando volvía a casa después de agotar su jornada laboral, yo ya estaba dormida. Jamás me sentí mal por eso. Los fines de semana mi madre era mía a tiempo completo, jugábamos o paseábamos, me ayudaba con los deberes (casi nunca) o cocinábamos juntas. A cambio tuve una muy buena educación, la mejor de mi ciudad, y un trato con mis abuelos que no cambiaría por nada del mundo.
Creo que Ikea se ha equivocado y no sé si notará en su balance de final de año que hizo un anuncio demagogo y al filo de la cuchilla, es cierto que se habla de él, pero no bien y es que muchos padres, en vez de irnos a correr por el campo, hemos tenido que ir a buscar un sofá, con nuestros hijos, a un centro comercial, a Ikea, y ellos se han aburrido y sabíamos que era lo que debíamos hacer y justo por eso, digan lo que digan, no nos sentimos culpables.
… pues ni aún así puedo tranquilizar mi conciencia, y mira que está bien escrito, en fin…