Antes de comenzar ruego me disculpen por si meto la pata a la hora de escribir, pero escribo hoy con el móvil. Mi smartphone dista mucho de ser un iPhone con todos sus adornos, es modelo básico, tan básico que a veces parece que tiene coeficiente intelectual negativo. Sus Majestades los Reyes de Oriente me han informado que no he sido tan buena como para tener esperanzas de que aparezca una tablet entre mis regalos. Lo comprendo. Lo que ocurre es que pese a las inclemencias tecnológicas, yo no quería dejar de aparecer por aquí.
A veces la maternidad se cruza en mis aspiraciones de juntaletras. A veces es ser hija, enferma, nieta…
Ahora que las cosas se van calmando, un poco, y bajo petición, tenía interés en dejar mi opinión sobre lo sucedido en la previa del partido de fútbol entre el Atlético de Madrid y el Deportivo de la Coruña. Batalla campal entre ultras en la ribera del Manzanares. Cuánto me cuesta entender que alguien asuma una etiqueta en su manera de ser, que se ajuste hasta una definición y además de manera extremista. Qué pereza…
Como ya he dicho mil veces soy futbolera. Mi color es blanco, muy blanco. Es difícil imaginarme de otro equipo que no sea el Real Madrid. Mi afición no es desde el odio. Reconozco que hay equipos que me son antipáticos, unos más que otros, pero puedo ser imparcial. Sobre todo si no hay partido en juego.
El fútbol es pasión, como bailar, comer o hacer el amor (con o sin sentimientos). Detrás de un escudo no hay jugadores, hay un club. Los jugadores pasan y algunos se quedan, como los presidentes, y el equipo es lo que queda. Eso no es excusa para que la pasión se convierta en agresividad o violencia. Amar a alguien no te da poder para maltratarlo. Ser forofo de un equipo no te da poder para moler a palos al contrario.
Me supera que chavales y señores hechos y derechos (es un decir) queden una mañana de frío, sin mediar siquiera una noche loca de alcohol, para matarse. Porque digan lo que digan, como Raphael, la intención es homicida.
Es cierto que eso no es fútbol, pero tiene culpa el fútbol. Los clubes que acogieron a esos grupos violentos. Los presidentes que miraron a otro lado. Los accionistas, si los hay, que no protestan. Y de la federación y demás órganos oficiales prefiero ni hablar.
Espero que llegue el día en el que nos sorprendamos de una acción violenta respecto a un deporte. Confío en que esta vez un cadáver tenga la fuerza necesaria para cambiar las cosas. Tengo la sospecha, sin fundamentar en nada, de que las redes sociales y su indignación ha dejado patente que ya iba siendo hora de tomar decisiones. Supongo que ese es el consuelo para la familia de Aitor Zabaleta. También podría ser que como el muerto caía del lado de otros ultras temieran una batalla campal. En realidad, no importan los motivos.
Reconozco que cuando ayer vi a encapuchados ultras del Rayo Vallecano sentí vértigo. Era como aquellos que reliaban una serpiente en un hacha, esos que ahora -inexplicablemente- vuelven a casa por Navidad. No sé si aceptar convocatorias de prensa de personas de ese pelaje sea lo más correcto. La verdad, no lo sé.
Yo espero que este brote de agresividad social se frene. Unas veces la chispa será el fútbol, otras un aparcamiento o un sentimiento de posesión, pero siempre hay algo que provoca un drama en as calles. Es justo esto lo que confío que acabe. Y deseo que los que están dispuestos a morir por su club sepan que lo que de verdad engrandece a una afición, y por extensión a sus colores, son sus cánticos, sus ánimos y su «señorío»…sí, perdonen que use esa palabra tan madridista, pero es que no puedo remediarlo, desde una sonrisa muy pacífica: Hala Madrid!
… totalmente de acuerdo
¡ Viva el Sevilla !