«Cuando quiero a alguien muchísimo, jamás digo su nombre a nadie. Es como renunciar a una parte de él. He aprendido a amar el secreto» .
Encontrar esta frase en el primer capítulo de un libro sólo puede provocarme ganas irrefrenables de leer. He leído a tragos largos.
«Vivimos en una época que lee demasiado para ser sabia, y que piensa demasiado para ser bella».
Acabo de terminar de leer «El retrato de Dorian Gray». No es una relectura. Me avergüenza decir que nunca lo había leído y justo por esto me había negado a ver películas que llevaran al cine la historia. Pero conocía el argumento, de manera leve, pero es de esos libros que cuajan en el vocabulario general. Era para mí, sin embargo, un gran desconocido porque esas referencias lejanas y atractivas no me hacían sentirlo conocido. Reconozco que me tentaba leerlo pero siempre se adelantaban otros libros y en mi desorden, y mi falta de memoria, perdía el recuerdo de querer leerlo. Cuando lo recordaba era mal momento y así me ha ido sucediendo hasta el día de hoy. Es cierto que he tenido un empujoncito, me decían una y otra vez que este libro me encantaría y que era una pena que no lo hubiera descubierto todavía. Tenían toda la razón. Y he dado las gracias efusivamente por este empeño literario. Ojalá siempre me dieran tan buenos consejos.
«Siento un placer extraño en decirle cosas que sé qué voy a lamentar».
Pero hay que decirlas. Quizás este libro sea un antes y un después para mí. Todavía no puedo saberlo, pero sospecho que así será, porque aunque he leído obras de arte que me han rozado el corazón y despeinado el alma, aunque he envidiado versos y palabras ajenas sin maldad alguna, creo que puedo confesar abiertamente que este es uno de los pocos libros que hubiera dado algo por haber firmado. Tendrá sus detractores y lo comprendo, pero el libro que describe la pintura es el espejo donde yo me miro y también a las letras desordenadas en mi teclado. ¿Merece la pena seguir si no se pueden alcanzar las cimas deseables?. La cadencia, el estilo, el diálogo, la descripción…sólo le pondría un pero al capítulo XI, pero quién le puede poner pegas a Oscar Wilde y seguir en sus cabales.
«El infiel es el que conoce las tragedias del amor».
Me siento infiel con los demás autores que consideré míos, imprescindibles e inmutables. Me cuesta aceptar que hay otro escritor que forma parte de mi lista (las listas imprescindibles de las que habla Tallón) de dioses literarios. Además no lo quiero hacer mío, temo que cualquier otro libro que él escribiera no llegue a la altura que éste tiene para mí. No me ha nacido el ansia de leer más y más, de conocer todo lo que pasó por el tamiz de su imaginación y lo convirtió en prosa. No quiero saber, me siento plena y satisfecha. Es un amor romántico e inolvidable de una noche. Un fascinante recuerdo para toda la vida que no se quiere enturbiar con la rutina o las segundas partes.
«…El libro que me mandaste me ha fascinado tanto que me he olvidado de que pasaba el tiempo.
…no dije que me haya gustado, he dicho que me ha fascinado. Hay una gran diferencia.
– ¡Ah! ¿Has descubierto eso?».
Quizás me arrepiento de haber buscado una edición barata, de Feria del libro de ocasión, se merece más. Igual algún día buscaré un ejemplar que se adecúe al romanticismo decadente y a la explosión de colores que relata el libro. Aunque puede que no exista más decadencia que la del libro de hojas bastas subrayado por mí con los ojos de la primera lectura. Nunca podría desprenderme de él. Dentro de esas líneas, que delimitan las frases que me atraparon, estuvo la dificultad a la que me enfrenté al comenzar a leer, descartar las que eran buenísimas pero no brillantes. Ese ha sido mi reto. El resto ha sido puro placer.
«…en todo placer, la crueldad ocupa un lugar».
Como no podía ser de otra manera, el libro ha entrado en mi epidermis y me he visto reflejada en ocasiones en Dorian Grey, no en el reconocimiento de la propia belleza que tan lejos está de mí, si no en su manera de aburrirse de cosas que pensó apasionantes y le ocuparon parte de su vida más que nada. También en Lord Henry por la frase corta y mordaz. La sentencia que dilapida o aúpa. Me encanta su uso y disfrute, lo que ocurre es que -en estos tiempos inciertos y políticamente correctos- a veces se pierde la intencionalidad de la ironía al relativizar todo o tener que prologar y epilogar cualquier opinión que roza la contundencia, y eso aburre.
«…cuando se vive una novela…le deja a uno sin romanticismos».
Y eso es lo que más he adorado, el romanticismo que late en cada letra, en cada perfecto signo de puntuación. El amor al amor. El enamorado del sentimiento de amar, pero sin embargo pegado a la terrenalidad de las carnalidades del cuerpo. Amar etéreamente sin descuidar las pasiones de los bajos instintos y acabar, sin embargo, despreciando el amor hasta volver a sentir una pasión irrefrenable por algunas horas, días y a duras penas, semanas.
«– Todos los caminos acaban en el mismo punto….
– ¿Cuál es?
– La desilusión»
La desilusión de terminar un libro como «El retrato de Dorian Gray».

«Me gustan los hombres con futuro y las mujeres con pasado»