De vez en cuando me indigno. Como soy de natural femenino y singular, soy individual, que no individualista, aún así no puedo entrar en grupos que enarbolan consignas obsoletas ni me añado a coger pancartas. En realidad, me cuesta identificarme al cien por cien con un colectivo. Soy la rampante oveja negra que pasea su palmito oscurecido por todo tipo de etiquetas, mi definición se llenaría de peros y soy capaz de discordar en un verso suelto.
Para mí indignarme es cabrearme más de lo natural, enfadarme más de lo supuesto, tener más genio que el diario…que ya es decir. Porque sí, tengo carácter, que es lo mismo que decir que no me gusta que me toquen las narices. La pasividad no entra en mi vocabulario, en ningún supuesto. Cuando me indigno ya es algo superlativo.
Ayer me indigné.
Permítanme que hoy sea local, en contra de mi idiosincrasia propia, que es la de ir borrando fronteras, sobre todo mentales. Les pongo en antecedentes desde el Aljarafe sevillano. El Aljarafe es una comarca – como la del Hobbit- de la provincia de Sevilla, no tengo muy claro si es la ese o la a final, pero está pegadita a ella, pero en alto, dentro de lo alto que se puede estar en Sevilla la llana. Desde aquí oteo a la gran ciudad, la capitalidad de la región (o realidad nacional, que dice nuestro reformado estatuto que no votó ni el Tato), y admiro su belleza y contemplo sus desdichas. Porque ya se sabe que nadie es perfecto, las ciudades tampoco.
Sevilla aguanta mal las críticas porque las ve como ataques y nunca como puntos de inflexión para mejorar, y esto no es más que una sentencia absolutamente discutible. Pero como una vez, por no ser nacida en la zona me afearon la conducta de opinión, cada vez que digo algo asumo que me expulsen como a los de esa casa televisiva. Lo malo es que me cuesta callarme, como ya he comentado…lo que no deja de ser incidir en el tema del irrefrenable deseo de opinar, pero para esto hemos venido.
Ayer sucedieron dos cosas de relieve social (y tuitero), una era el cartel que proclama la Cabalgata de sus Majestades los Reyes Magos. Yo soy de estas majestades, abandono mi republicanía para hacerme monárquica hasta la médula, tradicionalista y consumista. Y tan feliz. El cartel lo presentaron a la hora justa para después poder tomarse una cerveza, como deben hacerse las cosas bien hechas. El cartel es precioso, la mano de Ricardo Suárez está detrás y no hace falta que lo digan porque se ve, se nota, y está su huella. Se ve el río a la derecha con la silueta de los camellos montados por la realiza y a la izquierda la ciudad, incluyendo al fondo el Edificio Pelli, para darle cobijo desde abajo a la estrella que iluminó a sus majestades. Pues leí críticas al respecto porque a cierto grupo de personas les parece un despropósito que exista un rascacielos tan alto, «tan feo», representado en algo tan sevillano. Sí, el edificio, fuera del casco antiguo, tiene detractores por el hecho de existir, por estar más alto que el Giraldillo. El edificio Pelli representa el miedo al progreso. Y a mí, que me gusta, me desconcierta las pocas ganas de avanzar.
Esta afirmación me va a costar caro. Lo sé.
Lo segundo que sucedió fue que se inaguró un mercado gourmet, algo que ya existe en otras ciudades, el»Mercado del Barranco», detrás de él una inversión económica importante, entre sus socios un ex torero y un locutor de radio. Es algo relativamente nuevo, una manera de ocio y gastronomía que se planta en la ciudad dando puestos de trabajos directos y no sé cuantos indirectos. No sé cuanta gente lo pisó ayer, pero fue criticado y vapuleado, desde el desconocimiento, que es como se hacen bien las cosas…por lo visto. Supongo que si se ve abocado al cierre porque se le ha hundido desde antes de abrir no habrá lamentos ni lloros por los trabajos perdidos. No habrá manifestaciones y encierros. No se pedirán subvenciones y ayudas para que siga en pie. He aquí otro avance, otra manera de entender las cosas, a las que se le tiran piedras sólo por el hecho de ser nuevo.
La identidad de una ciudad, su manera de ser y sentir, no cambia porque lleguen cosas nuevas, porque se vaya adaptando al progreso. En ese camino hacia el futuro puede haber errores, pero no todo lo que llama la atención por su desconocimiento tiene que ser tildado de negativo y de ataque a la tradición. Da igual que hablemos de nacionalismo regionales, que de localismos extremos, la globalidad nos lleva a multiplicar hasta el infinito las posibilidades de crecer y conocer. Y eso es bueno. El ser humano siempre quiso avanzar, de no ser así aún estaríamos en las cavernas…y sin poder hacer una tortilla de papas. ¡Y eso sí que me indigna!