AFIANZAR MI MUCHEDAD

Esta mañana enlazaba tuits políticos que sólo me permito a estas horas tempranas (salvo que haya alguna reseña importante durante el día) porque un día decidí quitarme de la bronca ideológica de las redes sociales. No fue un desenganche muy yonki, me bastó tomar la decisión y fue fácil. Mi lucha más agresiva es futbolera, y cuando acaba el partido, se acaba la pelea. Así que evito dar pie a discusiones estériles y procuro no contestar a quien va buscando gresca. Ayer mismo, cuando un sector clamaba por el Rey de España en medio de la vorágine teatrera de urnas reciclables (toda una metáfora) fui capaz de contenerme y no contestar que ese señor no pintaba nada ayer porque la Monarquía, que es parlamentaria en España, reina pero no gobierna. Pero eso me iba a llevar a un debate que me haría empezar a desgranar la Constitución y para ser domingo no había ganas.

En realidad es que ya no tengo ganas de pelear casi nada. No estoy dispuesta a aguantar la agresividad de los que creen que tienen la única verdad de su lado. Con discutir durante noventa minutos si es o no penalti ya tengo mi cuota de irracionalidad. Conversar sí, además me gusta, las horas que haga falta, que para tener una conversación «decente» hace falta invertir cierta cantidad de tiempo, y a ser posible de alcohol y barra, pero sólo sabiendo que la otra persona no va a considerar un punto de vista distinto al suyo como una amenaza o una ofensa, o aun peor, que ante la falta de reprise o de educación me deje con la palabra en la boca.

Esta mañana, cuando amanecía a mi izquierda con una belleza helada de rojos y naranjas, y abría la temporada de frío con el mismo jersey desde hace trece años, que está como nuevo, pensé que pocas cosas en la vida merecen la pena de verdad y que gasto energía inútilmente en batallas y cuestiones que no merecerían ni medio aliento de mi vida.  La pasión de (en, por, entre, sobre) las pequeñas cosas y el estar cuando creo que se me necesita lo que de verdad me produce, -en general y al poco tiempo-, es cierta desazón, sobre todo cuando me doy cuenta que he perdido el tiempo, mi tiempo, con quien no merecía la pena o con cosas que no me reportan beneficio, ya sea anímico, sentimental o, incluso, económico.

Así que hoy, siguiendo una lista de propósitos que no cumpliré al cien por cien pero que empecé a elaborar ayer con todo rigor y seriedad, me enfrento al día con una manera de pensar más que nueva, firme. Lo que han sido pequeños pasos durante un tiempo indeterminado están cuajando en una nueva manera de entender mi vida. Igual a esto le llaman madurar, no lo sé, creo que no me importa que sea así, pero igual prefiero darle otro nombre para no sentirme tan mayor. «Afianzar mi muchedad» me parece una expresión mucho más correcta.

Reconozco, no obstante, que me costaba escribir de todo esto porque iba a hacer más real mi ser, mi estar e incluso mi seré. Real y público. Además de que iba a quedar patente que pese a que no es septiembre ni uno de enero, con toda probabilidad, voy a incumplir mis buenas intenciones porque requieren concatenación, como en las proposiciones filosóficas «si…entonces…». Luego me di cuenta de que todo lo que huele a obligación me desarma y me provoca un terrible abatimiento, o aburrimiento, que es mucho peor; así que mejor lo añado a mi adn, a mi muchedad y dejo de planteármelo como un reto porque entonces lo incumpliré.

Llevaba un rato frente a la hoja en blanco con las notas al lado y el café humeante pidiendo mis labios cual amante ansioso. Me costaba ser sincera en voz alta, en palabra viva, en pantalla escrita, pero es que no me había puesto los pendientes…

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