VICIOSA

Habrá quien le guste revestirse de paz interior, de mantras dulces, de arcoíris y órdenes establecidos. Comprendo que hay un sector de la humanidad que disfruta de los libros de autoayuda, los peinados correctos, las camisas perfectas y lo más salvaje que han hecho en su vida fue no pagar un día en el bus y encima, no lo hicieron queriendo. Disfrutando como disfruto de unas sábanas perfectamente planchadas y sabiendo que no soy una antisistema, puedo salir con una camiseta sin planchar, no pagar alguna vez o saltarme alguna norma menor. Y después reírme mucho. Pequeñas alegrías o vicios. Lo reconozco, yo soy viciosa porque tengo vicios. Igual que soy mimada porque busco los mimos (reconozco que tengo más de los que doy).

Viciosa…y lo consideran peyorativo.

Los vicios son esas cosas políticamente incorrectas que van en contra de nuestro pensamiento, moral, religión, costumbres y normas propias. Dejar atrás un mundo de principios y dedicarse a saltar en los charcos de la diversión subjetiva. A cada uno nos divierte una cosa y nos prohibimos otras. Los vicios son lo contrario al aburrimiento porque dan placer, gustito o ganas de reír. O mejor, producen esa media sonrisa canalla entre malvada, infantil y golfa. Y para ser una viciosa fetén no hay que tener remordimientos, que son un estorbo y no sirven para nada. Nada peor que recriminarse un placer.

Me gusta saber que los vicios son algo propio e intransferible  y que, a veces, surge cierto tipo de magia cuando encuentras a algún compañero de viaje que disfruta igual que tú de lo que los demás pueden ver como algo natural o absolutamente deplorable. Aunque hay placeres prohibidos que tienen que consumirse en la intimidad porque al compartirlos pierden su esencia, otros tantos al compartirlos se crecen.

Mientras escribía esto he ido pensando lo que es para mí un vicio. La lista es larga porque tengo tantas normas como ganas de saltármelas. Quizás en el fondo sólo soy una niña buena que se niega a serlo, o soy una mala encauzada por lo que se considera la buena senda. Amaestrada al fin al cabo. Así, de manera rápida mis vicios son de todo tipo y condición, pero la mayoría son tan infantiles que después me entra la risa como si me fuera a castigar mi madre.

Cantar a gritos, por ejemplo, a ser posible bailando aunque sea sentada. Los abrazos de mis hijas aunque ya sean más altas que yo. Un vicio es fumar con los ojos entronados y beber bourbon mientras como bombones (y si el bourbon es a morro desde la botella, mucho mejor). Un vicio son los zapatos de tacón interminable aunque no quepan en el armario y las medias con costura. Los hoteles llenitos de estrellas con toallas esponjosas. Los libros, en papel, de los que cogen polvo y ocupan sitio en la estantería y a ser posible en la epidermis del recuerdo. Los besos. Las piruletas de corazón. Una charla interesante de horas, aunque haya que madrugar al día siguiente. Comer comida hipercalórica, como hamburguesas pringosas o pizzas llenas de cosas, esas que hacen temblar a la báscula. La ropa interior llena de encajes. Las comedias románticas y llorar con ellas. Los vinos y los quesos. Gastar una cantidad indecente de dinero a fin de mes en un viaje loco. Estrenar ropa. La música en directo. Los bufé de desayuno. Cambiarme el color del pelo o el corte. Escuchar a quien sabe, sin tener que hacer preguntas. Provocar, lo que sea, hasta mala impresión. Los cocteles. Dormir diez minutos más sabiendo que se me hará tarde…

Luego hay otros vicios inconfesables y mucho más difícil de declarar estando sobria, no tanto por su presunta maldad, que también, como por la vergüenza que me da hacerlos públicos. Así que  mejor dejarlos aparcados hasta que empecemos a verle el fondo a la botella bourbon.

 

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