Ayer me enfrasqué todo el día a leer de lo que se lee, de cómo se lee y de quien lee cada cosa y por qué. Por lo visto hay grandes estudios de la subjetividad del lector, la imparcialidad de los eruditos y el libre albedrío del escritor. Me cuesta asumir que pueda estudiarse con precisión casi matemática algo tan etéreo y subjetivo como los gustos, pero quién soy yo para discutirle a tantos estudiosos. Nadie. Es curioso como todo está escrito ya, de una forma u otra, ya no hay nada nuevo bajo el sol. Yo puedo estar devanándome los sesos e hilar adverbios sin pronombres hasta el infinito y ya alguien lo habrá hecho antes, y seguramente, mejor. Lo que no puedo negar es que se aprende mucho leyendo de los que saben de qué va esto de escribir y de leer.
Asustada, reconozco, ante la cantidad de información que estaba recibiendo, decidí (e hice público) que quizás la solución empezaba por ser yo otra persona, cambiarme el nombre. Leí sobre esto un divertido artículo y casi que afianzó mi teoría primigenia y empecé a plantearme con toda la seriedad de la que soy capaz – a veces es poca- si debo revestirme en un elegante seudónimo que me prive del contacto con el resto de humanos y a la vez me cree un personaje misterioso, lleno de glamour, humo y maldad, por supuesto, que ya puestos a crear un yo paralelo no voy a caer en ser una chabacana. Incluso me aventuré a hacer algún intento en idiomas. Pero me surge la duda de los que están, y si los pierdo por no saber encontrarme. Como la decisión es de calado importante hice lo que cualquier persona de bien, acostarme como medida de cobardía perfectamente estipulada.
Incluso leí sobre si el «Reading is sexy» (leer es sexy, de toda la vida) tenía fundamentos más allá de una frase que golpea por su rotundidad. En resumen, parece ser que sí. Incluso leí una frase en un artículo haciendo referencia a una serie de televisión, (qué enrevesado es esto de querer citar con contundencia y no querer que haya sombra de duda sobre si respeto o no la autoría de las grandes frases de otros) con la que estoy de acuerdo al cien por cien, incluso me salto los tantos por cientos para concluir que es definitiva más allá de la estadística: «para amar y desear a alguien hay que admirarlo, y uno de los caminos más directos hacia la admiración es la chispa de la inteligencia». Lo sexy no es ver leer en sí, que según quien puede ser absolutamente erótico, lo que de verdad es atractivo es que se note que esa persona ha leído. «Tengo cultura y sé como usarla» puede ser el arma definitiva de seducción.
Leí de mujeres que leen y de mujeres que escriben, como si fueran un mundo a parte, lo que me toca un poco las narices porque aunque es cierto que hubo un tiempo que darles (darnos) la opción de la lectura (y por tanto dotarlas de opinión) era algo inaudito y prohibido, lo cierto es que tampoco es para estar machándolo todo el día. Al final es como cuando le dices a alguien que esa ropa le está muy bien porque le disimula las caderas, la barriga o que el tratamiento que está tomando para la piel le va mejor aunque sigue sin dar resultados del todo. No hay nada más envenado que un halago sobre un defecto. Tampoco estamos todo el rato recordando que usamos el cuchillo. Basta ya de ensañamiento cívico social (o lo que sea) con lo mal que estuvimos consideradas las mujeres. «Deja lo atrasado en el pasado» dicen en el Rey León, avancemos por fin sin mirar tanto por el retrovisor. En todo caso recordemos que hay mujeres que aún siguen ancladas en ese infierno y hagamos algo para que eso cambie.
Mi mundo se amplía cada vez más y mientras me devano los sesos buscando palabras hay quien las tiene en el filo de los dedos. Nunca pensé demasiado en cómo sentía el que me leía, si no que me bastaba con vaciarme aunque deseaba que gustara y sirviera para algo (entretener, vomitar, divertir, hacer pensar…). Ahora tengo que saber si quiero escribir algo comercial que sirva para que alguien viva otra vida o tengo que escribir algo literariamente perfecto -que no sé si soy capaz- aunque pierda mucho la historia por ello. Según dicen la conjunción es prácticamente imposible, tirando a olimpo de los dioses que no existen. Yo no sabía nada de eso hasta ayer, cuando empecé a leer por aquí y por allá. No paran de surgirme dudas, tengo que contestarme demasiadas cosas y no tengo ningunas ganas de escucharme…
Pues ya nos irá contando. Mientras tanto, disfrutaremos del proceso.
(Apasionaíto me tiene con la cita del Rey León)
Que igual molaba más si cito a Tolstoi…pero qué le vamos a hacer…doy a lo que doy :))