RULOS

En España, la ventaja de añadir la fiesta de Halloween al calendario, es que siempre se va a encontrar un día festivo detrás para vivirla con la resaca correspondiente, con la subida de azúcar de turno y con el recogimiento adecuado si uno se acerca al cementerio, aunque de verdad el día de los difuntos sea el día dos y la mitad ni lo sepa.

Recuerdo perfectamente que hace quince años cayó en domingo y pese a que el festivo posterior invitaba a celebrarlo en su día, las discotecas y los pubs decidieron que el 30 podía ser un día fantasmagórico también. O fue eso o todavía no estaba bien importada la tradición y no sabían si era de la noche del treinta al treinta y uno, o del treinta y uno al uno. Que todo puede pasar y las costas estadounidenses con sus distintos husos horarios despistan mucho.

Esa noche hubo muchísimo escándalo, se cantaba y se seguía el compás de la exaltación musical con las persianas de los locales, había risas y los vasos volaban. Detrás de un vaso roto siempre hay un grito. No sé si por acompañar el estruendo, por el susto o por tradición. Yo estaba en mi cama sin poder dormir, cuando todo está en silencio menos el ruido todo se escucha mucho mejor. Estuve a punto de ponerme cualquier cosa encima del camisón y unirme a la fiesta. Aquello del enemigo y unirse en amor fraternal.

Durante años y años he visto películas americanas en las que señoras con gafas, el concepto siempre iba en una dualidad existencial irrompible: señora-gafas, dormían con los rulos puestos. Cuando no era con los rulos puestos y una mascarilla verde. Rulos celestes o rosas y el flequillo con pequeños papelitos. Sólo bellezas incontestables como Marilyn Monroe o Eva Longoria aguantan una foto con dignidad y rulos. Llegó la moda también a las películas aquí, o yo me introduje en ese tipo de cine,  y veíamos a señoras con «salto de cama» -vaya cosas se decían- y la cabeza llena de rulos y con esa tela de araña que tanta angustia me da, la redecilla. Pues bien, yo esa noche dormía con los rulos puestos, puntualizo, yo esa noche me acosté con los rulos puestos, eran estos lo que no me dejaba dormir y los que me impedía bajar y tomarme todas las copas que mi tarjeta fuera capaz de anotarse, hasta que se fueran todos, hasta ser la última, hasta cerrar las calles para poder cerrar los ojos y conciliar el sueño. Ya me había paseado por la tarde, con discreción, del coche al portal, sin aspavientos, con la cabeza alta pero no demasiado que entonces me caía hacia atrás por el peso, pero irme de copas me resultaba excesivo.

Dormí poco y dormí mal, sabía que todo el mundo pensaría que eran los nervios, pero yo estaba muy tranquila. Cuando sonó el despertador a las siete y media de la mañana le di a diez minutitos más pero ya tenía mi habitación llena de gente y me arrastré a preparar un café de los que se cortan con cuchillo y tenedor, echaba el café sujetándome con una mano uno de los rulos que se empeñaba en caerse por mi flequillo. Cuando abrí la puerta de la nevera me inundó el olor a rosas. Había un ramo dentro. Por lo visto es la manera en la que las flores quieren estar, el deseo oculto de cualquier rosa es estar fresquita y al lado de latas de Coca-Cola.

Mientras me comía un donut y me bebía el café miraba incesante el reloj, no es que estuviera nerviosa, es que odio hacer esperar y en poco más de media hora tendría una peluquera en la puerta y por fin me quitarían los rulos. Tenía que ducharme, lavarme la cara, y pegar alguna voz para que los ánimos a mi alrededor se serenaran. Así que en previsión del desastre, me comí otro donut. A última hora seguro que podía surgir alguna pequeña bronca. Soy detallista, acepto ideas ajenas, pero cuando algo me importa de verdad tiendo a ser inflexible. En esta ocasión reconozco que todo estaba como yo quería, menos alguna cosa, que diría el presidente

A la hora convenida estaba por fin con las funciones vitales despiertas, un albornoz rojo sangre, y oliendo a la colonia que me había empeñado en elegir. Lo había logrado y casi no había discutido. A los cinco minutos de saludar no tenía rulos, mi cuello se alegró, mi hombros por fin bajaron y volví a tener cuello. Hasta los pendientes que estrenaba se veían mejor. Me entró algo de sueño y como sólo tenía que dejarme hacer me relajé.  A las nueve de la mañana me mandaron a vestirme y a las nueve y cuarto se abrió la nevera y me entregaron las flores. Ahí si  llegaron los nervios. En quince minutos me casaba.

De esos rulos hace hoy quince años y me siguen aguantando. Todo un logro, de él, por supuesto.

 

 

 

 

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