DOBLAR CALCETINES

Anoche doblaba calcetines sentada en mi sofá, emparejaba algunos y amontonaba a mi izquierda a los díscolos que habían decidido separarse antes de entrar al bombo del lavado. Siempre que los tengo ahí, solitarios, mirándome, me pregunto si lo hacen por ansia de libertad o por tocarme las narices y dejarme la ropa impar. En la televisión se me amontonaban los cadáveres y de vez en cuando contestaba algún comentario de red social.

Fue entonces cuando me acerqué por esta casa a ver que tal había ido el día, lo hago a diario y por fin, gracias a WordPress, le he encontrado la pasión a la estadística. Antes de ayer me llevé la gran alegría de las visitas en cifra redonda, y aunque no sea más que estética, alegra. Porque como dice Tallón «Esos números pulidos y suaves representan cierto gusto, digamos, por el sistema decimal, por los cantos rodados y, en el fondo, por las puertas cerradas. Nada más perturbador…»; cuando vi la redondez del contador,  rogué que siguiera contando hacia delante, la alegría se me transformó en claustrofobia.

Ni me planteé cuales serían las gotas del día siguiente, es decir, hoy, porque casi nunca las tengo adelantadas, las escribo con el segundo café del día, después de haber visto como se despierta el mundo y con casi cuatro horas de mi mañana ya liquidadas, pero me quedé con la idea de mis calcetines y paz de nocturnidad templada y casi veraniega. Me fui a la cama con una mezcla de realidades y ensoñaciones que me ha permitido dormir estupendamente.

Esta mañana, pese al sueño reparador, seguía a vueltas con lo mismo, no terminaba de asentarse mi alma inquieta. La existencialidad a raíz de un calcetín seguro que ya está escrita. No me voy a intentar meter en ese charco que ya estará ocupado. Pero por más que lo intento, no me imagino a los grandes capos, a las malas mujeres, a los escritores díscolos, o a las personas de mal vivir y buena vida doblando calcetines. Ahí puede que esté toda la esencia, el «mojo», igual tengo que declararme insumisa de semejante tarea para que la literatura oscura, sinuosa y ahumada entre por mi vida.

Descartemos la noche de televisión y lencería. Intento imaginarme rodeada de sombras, bajo la luz de mi pantalla de ordenador, con un flexo de bombilla rota tras días de parpadeo, una botella de bourbon abierta y a medias, con un vaso -manoseado del vaciado constante- a su lado, sin hielo, varias tabletas de chocolate con almendras abiertas, y dos cajetillas de tabaco, una con cigarrillos vírgenes y la otra con sus inquilinos espachurrados en un cenicero. Seguro que así fluiría mucho mejor. E incluso podría ser que llegara la inspiración una mañana con luna, justo antes de amanecer, con la efusividad etílica aún en el cuerpo, desayunando tabaco y pastillas de chocolate. Así seguro que puede salir algo inteligible y brillante. Así lo hicieron otros.

El éxito puede estar donde menos te lo esperas, dicen, igual la ilusión de ver un libro publicado, una reseña, un triunfo menor con sabor a gloria, está a partir de una decisión irrevocable de no volver a doblar un calcetín. Imaginad cuando llegado el punto de la entrevista en las publicaciones especializadas con fotos en blanco y negro, en semanarios coloristas y en las páginas de cultura de los grandes periódicos, llegara la irremediable pregunta del por qué y yo contestara: «Las letras siempre estuvieron muy pegadas a mí, escribía desde pequeña, e incluso tuve un blog con adorables seguidores, pero lo que de verdad me hizo ver la luz y avanzar en el camino de la literatura, fue dejar de doblar calcetines».

 

 

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