Le susurré con cautela…¡Escóndete! ¡Date prisa!
Y con la sonrisa que me deslumbraba desde la primera vez que se cruzó en mi pupila, se puso las gafas de sol que en la mesa dormían. Se quedó tranquilo, sonriéndome y tras sus cristales perdí la intención de su mirada. Conociendo sus pensamientos, me ahogué en el recuerdo de tres horas atrás, en la playa, cuando sus manos siguieron el compás de mi espalda.
Entendí entonces que el valor no se oculta, como un dulce embarazo. Que el amor es el riesgo y el placer de soslayo. Y que el mundo, que podría cambiar en un segundo, no admite veredas, ni tramos ocultos. Pero si se tiene el corazón por bandera, no hay temor, ni escondrijo, ni compases de espera.
Ahí estaba, sereno, mirando el desenlace de un amor incorrupto, por prohibido, imberbe, un amor…disfrutado con pecado profundo.
Unas gafas de sol parapeto del mundo.