Habría que definir qué es una persona maniática y qué es una persona con manías. Al menos por contraprestación, exponiendo sus diferencias. Yo creo que no es lo mismo, y después de lo desprestigiada que está -con razón- la Real Academia de la Lengua, mejor dejar el significado al libre albedrío. Seguro que da mejores resultados. En mi humble opinion (mi abuela siempre lo dice en inglés, traduzco por si acaso, en mi humilde opinión) la persona maniática es la que hace se hace la vida imposible, a ella y a los demás con sus particularidades, mientras que la persona con manía o manías, tiene pequeñas conductas que no afectan a la vida de los demás y a duras penas, a ella misma.
Yo soy una persona con manías. Son manías folclóricas y si me las salto no me pasa nada, no me salen herpes ni dejo de sentirme cómoda, sólo es que prefiero que las cosas sean o estén de una determinada manera. Muchas veces tiene que ver con un orden establecido, mi orden, que no es que sea el mejor, es el que yo reconozco como cómodo y otras veces, es pura indecisión o falta de confianza en mis actuaciones.
Me explico. Lo más natural es que en casa sea yo la que cocine, a veces lo hace otra persona diferente pero el día a día es mío. Las cocinas no son tan grandes como antes ni siquiera se dispone de alacena o despensa como solían tener las casas antiguas, por eso, por aprovechar el espacio y agilizar el trámite de buscar los ingredientes yo tengo un «orden» en armarios, cajones y en el frigorífico. En casa se ríen de mí, como si yo fuera Jack Nicholson en «Mejor Imposible», y me mueven las cosas para que cuando vaya a ese cajón o ese estante, lo cambie de manera mecánica. Lo cierto es que lo hago, pero cuando me doy cuenta de que me lo están haciendo a propósito, resisto la tentación. En mi lógica, las latas de atún detrás de las de los calamares en su tinta y por delante del tomate frito que sirve de parapeto al maíz y las aceitunas que utilizo mucho menos. Al fondo los envases más grandes como puré, cous cous y paquetes altos y cuadrados. Así hago con todos los muebles de la cocina, el congelador y el frigorífico. No molesto a nadie y aunque no me lo reconozcan, les facilito a los demás lo que busquen, porque siempre va a estar en el mismo sitio…
Desde aquí hago un llamamiento a los creadores de comida enlatada, por favor, hagan las latas cuadradas o en su defecto metidas en cajas cuadradas, me vale que sean rectangulares. Hércules Poirot, el insigne detective belga, buscaba sandías y huevos cuadrados porque rompían la simetría. Yo no llego a tanto pero sería mucho más cómodo que los champiñones de lata, que siempre existen para necesidad extrema, vinieran envasados en latas cuadradas. No es manía, es aprovechamiento del espacio, algo así como los paquetes planos de Ikea.
Tampoco cierro la puerta de la casa sin comprobar que llevo la llave, da igual que me la acabe de meter en el pantalón, hasta que no toco el llavero no soy capaz de dar el portazo. Las veces que no lo he comprobado me han dejado fuera esperando que alguien me rescatase. Es una manía que no sólo no molesta, es que además, beneficio a los otros.
También soy incapaz de lavarme los dientes con las manos mojadas así que me lavo las manos, me las seco y entonces puedo por fin coger el cepillo y utilizarlo tal y como me enseñaron una y otra vez en el colegio, en casa, en el dentista. Alguien debería de analizar si es que somos muy torpes o es que es una de las tareas más difíciles a las que se enfrenta el ser humano, por encima de hacer derivadas, poner una sonda en Marte o llegar a dominar el esperanto.
Luego tengo otras que supongo que son costumbre: siempre tiendo la ropa de la misma manera, pongo las perchas para el mismo lado, empiezo a planchar las camisas por el mismo sitio, guardo papeles y bolígrafos «a mi forma» y hasta la libreta donde llevo una contabilidad doméstica y underground tienen un orden establecido. Pero no le hago ningún mal a nadie. O eso creo.
La única manía que me afecta de los demás y, si tengo confianza con la persona, ruego que la eviten en mi presencia, es que odio que digan adiós. Aún más, odio que me digan adiós. Es algo que me suena a para siempre, a nunca jamás, a final perpetuo, a muerte y destrucción, a luz a final del túnel. Después de un adiós no hay nada. Es que incluso me resulta mal educado decir adiós, es como si te dijeran «púdrete, no quiero volver a verte en la vida». Pocas veces en mi vida he dicho adiós.
Igual con esto estoy dejando claro que estoy un poco loca pero en el fondo…no era más que un secreto a voces…