LA VIDA

A veces la vida te pone en el filo de la navaja.

Ni lo avisa ni manda un burofax, su protocolo es nulo y digámoslo abiertamente, la vida es una mal educada, una prepotente que impone su voluntad por encima de deseos, luchas y borracheras. Ella decide, no hay pálpitos ni premoniciones, llega y planta su verdad sin temor porque sabe que nadie puede vencerla. Porque nadie le gana. Habrá quien piense que la ha doblegado, que ha conseguido despistar el plan establecido, que cambió de rumbo en un cruce  y dio la vuelta en el siguiente cambio de sentido. Que giró el volante ciento ochenta grados. Mentira. La vida, ociosa y vanidosa, contempla como da la oportunidad al humano de turno, y éste se cree alguien con poder sobre su existencia. Incluso si quiere dejar de vivir entre los vivos, valga la redundancia, la vida ya lo había escrito.

Da igual lo que digan, aunque puedan tomarse muchos rumbos, aunque exista la libertad de elección (con ele), la verdad es que ya está todo tejido. Una vez que tengamos asumido esto, podemos vivir. Es incluso es más divertido, más paradójico, hasta negándolo, podemos hacerlo. Porque la propia negación está implícita en nuestra página vital. Creer que elegimos, que sabemos lo que hacemos o aún mejor, que nuestra desidia nos lleva sin rumbo fijo: todo es falso. Estaba determinado que naceríamos y de quién serían los labios de nuestro primer beso, los fracasos laborales y las risas de amigos, todo, todo escrito, la última copa que te hizo sucumbir al desamor, hasta desánimo de aquel domingo. Sólo que la vida, tan puñetera, no nos lo había comunicado.

La comunicación por sopetón podía ser establecida en una de esas clasificaciones tediosas que tienen los libros especializados. Hay libros especializados en todo, con lo divertida que es la pluralidad. Este tipo de comunicación se da cuando te advierten que te sientes antes, o que «tenemos que hablar» e incluso cuando alguien te dice algo sin saber que para ti va a ser digno de tomar asiento, o de desmayarte, o de pedir un whiskey doble para beberlo de un trago (quien bebe de un trago algo doble, merece la pena). Pues bien, la vida, no te da la oportunidad de buscar donde reposar antes del abismo.

Cuando llega el momento entre el sopetón, el filo de la navaja y el borde del precipicio, la vida se carcajea. Ella en sí es un spoiler, conoce el final, pero se divierte con nuestra reacción, ya sea meditada o espontánea, o mejor dicho, ya nos pongamos a pensar que hacer o hagamos lo primero que se nos cruce por la cabeza. Conoce nuestro presente y futuro, nos ve dar tumbos por la borrachera de la indecisión o del remordimiento por una mala reflexión y no hace nada, porque ya está establecido. Nuestra vida  vista desde la barrera de la vida. Cacofónico y veraz. Pero nosotros no lo sabemos, creemos que estamos decidiendo algo vital y sin embargo es incierto. Pero mejor no pensarlo, aunque se dé.

Me pregunto que sería de nosotros sin aceptar el juego de la vida, moriríamos, supongo, o ésta nos haría dejarnos llevar. Seguro que esto también está ya visto. No hay azar, ni suerte, ni caminos. Está ahí, esperando que lo descubramos, que le toque suceder, que llegue el instante establecido.

Pero a mí la vida me puso contra el filo de esa navaja, no hace mucho, y ella sabe -y ahora yo también- que toca disfrutar de cada instante más que nunca y que debo provocar y buscar los buenos momentos, sin saltarme ninguno, para beberlos de un trago, mucho mejor, si son dobles…

 

 

 

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